Johnnette Benkovic

Llenas de Gracia


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con paciencia y fiel expectación, llevando a cabo las tareas propias de su estado, ansiosa por que se cumplieran las palabras de los profetas.

      Durante esos años de esperanzadora anticipación, mientras ella se dedicaba a sus rezos, alabando al Señor, cuidando de aquello que le había sido encargado, ella no tenía manera de saber que figuraría de manera tan profunda en la realización de la profecía Mesiánica. No tenía manera de saber que había sido específicamente escogida por Dios el Padre como Theotokos, o “Portadora-de-Dios”, aquella cuyo vientre se llenaría de la Palabra de Dios. No tenía manera de saber que, como consecuencia de su “sí” a Dios, las puertas del cielo se abrirían mediante el don de la gracia redentora.

      Debió haber sido un día como cualquier otro, ese día específico en que la plenitud del tiempo llegó. Quizás cayó lluvia del cielo como tantas bandas de cintas grises. O quizás el sol azotó con una intensidad salvaje, capaz de penetrar las frías capas del corazón de la humanidad. En ese día ordinario el fulgor de los cielos encendieron el día y un ser angelical se le apareció.

      Llena de Gracia.

      No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin… El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo será llamado Hijo de Dios. (Lc 1: 31–33, 35).1

      Y fue así como esta humilde niña-mujer vino a saber que ella era la elegida de Dios desde todos los tiempos para portar la redención al mundo. Los primeros Padres de la Iglesia nos dicen que todo el cielo contuvo la respiración en espera de su respuesta, pues la salvación del mundo dependía de ella. Y con qué gratitud y alivio suspiró el cielo cuando la Virgen María respondió, “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1:38). Su respuesta afirmativa, proclamada en humilde sumisión a la voluntad del Señor, permitió que la gracia redentora entrara en el mundo y alterara el destino de la humanidad.

      Llamada por Dios para Traer la Salvación al Mundo

      Sabemos que en el momento de la Anunciación, la Santísima Virgen María había sido comisionada para traer a Jesús al mundo. Ella se convertiría en el medio perfecto para el más grande de los regalos de Dios. Es por esto que se le estima por encima de todos los santos, dado que Dios encomendó este singular y sagrado honor exclusivamente a María.

      Sin embargo, en cierto sentido, Dios también extendió a cada una de nosotras este llamado que Él hizo a María. ¿Traerías tú mi hijo al mundo? ¿Lo llevarías en el vientre de tu corazón al igual que María lo llevó en el vientre de su cuerpo? ¿Lo harías nacer en las vidas de otros, para que todos puedan beneficiarse de la gracia de la redención y la vida eterna?

      Al igual que María Bendita, tú y yo tenemos la libertad de elección. Podemos responder que “sí” al pedido de Dios, o podemos decir que “no”. Y, al igual que en el caso de la Virgen María, nuestra respuesta tiene consecuencias para toda la eternidad, tanto para nuestras vidas como para la de los demás. Si, como María, decimos que “sí”, Dios nos otorgará el poder de su Espíritu Santo y nosotras, también, nos llenaremos de la vida de Jesucristo. Al igual que María, nos convertiremos en el conducto de gracia por el cual el amor de Dios entre al mundo. Y dado que las necesidades espirituales de nuestros días son tan grandes, todo el cielo contiene su respiración en espera de nuestra respuesta.

      María, Nuestra Madre de Gracia

      Debido a que Dios eligió a María desde todos los tiempos para dar a luz a su Hijo Jesucristo, ella figura de manera prominente en la redención de la raza humana. Su papel en la historia de la salvación comienza con la concepción de Jesús, y continúa a través de los tiempos. Los Padres del Concilio Vaticano Segundo nos dicen, “De manera totalmente singular ella [María] cooperó con su obediencia, su fe, su esperanza, y su ardiente caridad en la obra del Salvador de restaurar la vida sobrenatural a las almas. Por esta razón, ella es nuestra madre en el orden de la gracia”.2 De la misma manera que María dio a luz a Jesucristo a través de su vientre, así ella continúa trayendo vida espiritual al pueblo de Dios a través de su Inmaculado Corazón. Ella es la “Madre de Gracia” para los hijos de Dios.

      En la época contemporánea, una de las formas que podemos evidenciar que la Santísima Virgen María trae vida espiritual al pueblo de Dios es a través de sus múltiples apariciones que están siendo reportadas a través de todo el mundo. Aunque muchas de ellas están aún bajo investigación por la Iglesia Católica Romana, otras ya han recibido aprobación eclesiástica. En muchas de estas apariciones, María nos habla de nuestra vida en Dios, nos instruye sobe la manera de llevar vidas centradas en Dios, y nos inspira a proseguir por el camino de la rectitud. En otros casos, la Santísima Madre permanece en silencio o sumida en llanto o rezando. En todos los casos, se nos presenta como una madre que añora otorgar vida espiritual a sus hijos guiándonos hacia su Hijo, Jesucristo, el Salvador del Mundo.

      El número tan elevado de estas apariciones nos indica cuán espiritualmente desesperados son los tiempos en que vivimos. El mundo actual es tan espiritualmente corrupto que Dios envía a la madre de Su Hijo alrededor del mundo como una guía que nos dirige por el camino de la verdad. ¡Cuán grande debe ser el amor de Él por nosotras! Y dado que María nos guía hacia su Hijo, sus apariciones deben ser interpretadas como una efusión de misericordia, alertándonos que ahora es el momento de aceptar la gracia redentora. Además, dado que María es mujer y madre, sus apariciones sugieren que en estos días las mujeres que sigan su ejemplo se le unirán en la tarea de dispensar la misericordia de Dios sobre Sus hijos, guiándolos hacia Aquél Quien es la Salvación, Jesucristo.

      EL MOMENTO DE LAS MUJERES HA LLEGADO

      En los Mensajes de Clausura del Concilio Vaticano Segundo, los Padres del Concilio envían un llamado urgente a las mujeres para que acepten el llamado de Dios:

      La hora se acerca, de hecho ha llegado, en la cual la vocación de las mujeres está siendo reconocida en toda su plenitud, la hora en que las mujeres adquieren en el mundo una influencia, un efecto y un poder nunca antes alcanzado. Por eso, en este momento en que la humanidad está experimentando una transformación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a la humanidad a no degenerar.3

      Esta petición de los Padres del Concilio nos conduce a formularnos las siguientes tres preguntas:

      1.¿Cuál es la vocación de la mujer?

      2.¿Cuál debe ser la influencia de la vocación de la mujer en el mundo?

      3.¿Qué significa estar impregnada con el espíritu del Evangelio?

      Descubrir las respuestas a estas preguntas nos mostrará cómo las mujeres han sido favorecidas por Dios de manera especial para hacerle frente al reto del mundo contemporáneo de “ayudar a la humanidad a no degenerar”.

      ¿Cuál es la Vocación de la Mujer?

      Dios ha creado a la mujer de tal forma que ésta comparte con Él de forma singular su acto más soberano—el poder de otorgar vida.

      Lección de la Naturaleza

      A medida que escribo estas palabras, puedo observar a través de mi ventana que cae lluvia de los cielos. A pesar de que este humilde acto parezca tan cotidiano que pueda parecer insignificante, esta suave lluvia es un agente que posibilita el misterioso desarrollo de la vida.

      El latido rítmico de las gotas nos habla de la vida más allá de lo que la visión humana nos revela, una realidad más allá de lo que nuestras mentes finitas pueden captar, una verdad profunda y misteriosa pero accesible a todos. Esa gentil cadencia no es más que un heraldo de todo lo visto y lo no visto,