a las caricias de las gotas, se une con ellas, las asimila y se convierten en una sola. El exterior rudo de la tierra deja de ser duro y frío, para suavizarse y dar paso a algo más, algo repleto de posibilidades. En un acto de auto-donación mutua, lluvia y agua desatan el potencial de fertilidad que yace en la naturaleza.
Como hilos de vida, riachuelos de agua fluyen a través del suelo hasta la semilla que yace escondida justo debajo de la superficie de la tierra. El carapacho crujiente de la semilla es empapado en un baño suavizador; absorbe el agua y el tejido interior de la semilla retoña. En el momento indicado, el carapacho de la semilla revienta y la nueva vida se introduce en el suelo. Las propiedades del suelo nutren al nuevo retoño, hasta que, al fin, la pequeña vida se asoma por encima de la tierra, y lo que antes permanecía oculto ahora emerge a la luz del día. Lluvia, tierra y semilla – símbolos de vida, de la vida real, sobre la vida real.
El Potencial de Dar Vida de la Mujer
Siendo mujeres, nuestro llamado es a la vida real. Pero, de la misma manera que la semilla permanece oculta debajo de la superficie de la tierra, de esa misma manera nuestra vida real permanece a menudo discreta e invisible. Profundamente inmerso en los confines de nuestro ser interior, nuestro potencial de concebir vida necesita de la suave lluvia de la gracia y de la suave y rica tierra de la verdad para crecer y florecer. A medida que nos abandonamos a la empapadora presencia de la gracia de Dios que, como la lluvia, está activa en nosotras, el don de nuestra feminidad da paso no sólo a la vida física, sino también a la vida espiritual. Éste es el llamado que se le hace a las mujeres: infundir al mundo entero de vida.
¿CUAL DEBE SER LA INFLUENCIA DE LA VOCACION DE LA MUJER?
Todo acerca de la mujer ha sido creado por Dios para otorgar vida. Desde las complicadas delicadezas del cuerpo femenino hasta la complejidad artística de su estructura emocional, las mujeres han sido elegidas por Dios para participar en Su exquisito y soberano acto de crear, nutrir y sostener la vida.
Vemos esto de forma tan evidente en la magnífica composición del cuerpo femenino. Al igual que el ejemplo de la naturaleza nos muestra el esfuerzo armonioso de la semilla, la tierra y la lluvia en su función de dar vida, los componentes individuales del cuerpo femenino funcionan con milagrosa precisión en la producción de vida.
El Milagro de la Maternidad Física
Con una precisión que inspira asombro, las hormonas femeninas dirigen el proceso de producción de vida. Una vez que los ovarios liberan los huevos, tan pequeños como la punta de un lápiz, su camino hacia la vida da comienzo. Huevo y espermatozoide se unen en un acto de auto-donación mutua, dando así paso a algo más—una nueva vida, elegida por Dios.
El vientre se entrega a la nueva vida, creciendo y expandiéndose a medida que la criatura en él crece y se expande. Y en el momento adecuado, el vientre comienza a contraerse, suave e insistentemente al principio, pero avanzando e intensificándose de manera consistente, hasta que, en un momento explosivo de agonía y éxtasis, la criatura nace. Dios eligió encerrar dentro del cuerpo de la mujer el espectro entero de la humanidad. En los ovarios de la mujer han residido y residirán los orígenes de todas las generaciones de seres humanos que hayan vivido y vivirán. Así, en el microcosmos del cuerpo femenino yace la totalidad de la realidad humana creada.4 A pesar de que el hombre participa en el proceso creativo, éste es simplemente el medio por el que la posibilidad de vida atraviesa. Es en el interior de la mujer que la semilla de la vida germina, sienta raíces, y crece. En un acto de auto-donación, la mujer entrega toda su persona para el beneficio del otro que crece dentro de su vientre. Primero, ella entrega su cuerpo para que sirva de resguardo y albergue a la nueva vida. Ella experimentará sus cambios de apariencia, su expansión física, su reorganización interior. Su piel se estirará; sus órganos internos se moverán; su tejido se hinchará a medida que su cuerpo se vaya acomodando a la nueva vida que crece en su interior.
La mujer también entrega su estructura emotiva. Navegando en una corriente de hormonas cambiantes, ella intenta mantenerse firme a medida que los impredecibles flujos y reflujos la empujan de estados de anticipación nerviosa a estados de exaltación voluble, luego a estados de complacencia pacífica, y luego a estados de tristeza inexplicable.
En medio de todos estos cambios físicos y emocionales, la mujer da aún más. Le da a su criatura el regalo del amor—un lazo que une a madre y criatura más íntimamente que lo que cualquier conexión física jamás podría unirles. Todo lo que la mujer elige hacer es visto a la luz de este amor. Sus dietas, actividades e itinerarios pueden cambiar. Sus prioridades se reordenan. Sus planes, presentes y futuros, son reconsiderados. Se interesa por la salud y el bienestar de la criatura, y por su nacimiento y su futuro.
A medida que pasa el tiempo, la mujer está cada vez más involucrada con esta criatura que en su cuerpo engendra. Ella llega a conocerla, y a conocerla bien. Ella conoce sus hábitos y sus maneras. La mujer sabe cuando su criatura está inquieta, y cuando está en paz. La mujer le habla a su criatura, arrullando su hinchado vientre para ofrecerle palabras y canciones confortantes. Ella reza por su criatura, invierte esperanzas y sueños en ella, y solicita la ayuda de Dios para que la ayude a criar el bebe y para nutrirlo hasta la plena madurez.
Ella ama a su bebe de forma completa y total. Ella vive no ya para sí misma, un ser autónomo, sino para otro, su criatura. Meses antes de que el bebe le sea depositado en sus brazos, la mujer, que ya se ha convertido en madre, descubre que su relación con su criatura, su descendencia, el fruto de su vientre, es única y especial.
Las Capacidades Físicas de la Mujer Emulan una Realidad Espiritual
El Catecismo de la Iglesia Católica establece que “la persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual” (#362). Es decir, que estamos compuestos de un cuerpo y un alma. “A menudo, el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana o toda la persona humana en su totalidad” (#363). Se trata de “la sustancia espiritual real creada por Dios”,5 el aspecto más interior de la persona humana, aquello que es de más inmenso valor por estar hecho a imagen de Dios. Nuestra alma es la verdadera esencia de quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser. Es también inmortal.
Una profunda unidad existe entre el alma y el cuerpo. No son dos naturalezas separadas pero juntadas en la persona humana, sino por el contrario, es una unión integrada que forma una sola naturaleza. Tan incorporados están el alma y el cuerpo que el Concilio de Viena (1311–12) declaró que nuestras almas son la forma “inmediata sustancial” de nuestros cuerpos. Esto significa que nuestra feminidad es tan inherente a nuestras almas como lo es a nuestros cuerpos. Nuestro género nos define no sólo físicamente, sino metafísicamente también.6 Nosotras somos completamente mujeres—en cuerpo y alma. Por tanto, nuestro género revela y define el aspecto más interno de quiénes somos.
La Realidad de la Maternidad Espiritual
Dado que “Todo en el ser femenino está dominado por su constitución, que le hace capaz de crear y formar otro ser que comienza dentro del suyo”7, la realidad espiritual de nuestra feminidad nos habla de la influencia en el mundo que Dios tiene en mente para la mujer.
Si la función preeminente de nuestro cuerpo femenino es dotar de vida, como ya hemos argumentado, la función preeminente de nuestra alma femenina—nuestro espíritu y psiquis femenino —debe ser también dotar de vida. Nuestro ser completo está creado para ser dador-de-vida, productor-de-vida. Nuestro llamado para dar vida a otros, por tanto, no se restringe al nivel físico, sino que es ahí donde comienza.
Por virtud del regalo de nuestro género, cada una de nosotras está destinada a ser “madre”. Al igual que nuestros cuerpos han sido creados con la capacidad de dotar vida a nivel físico, nuestras almas han sido creadas de forma especial por Dios para dotar de vida espiritual al mundo. Por tanto, nuestro llamado a la maternidad en ninguna forma se ve disminuido o negado por la vida en celibato o una inhabilidad física de tener hijos. Todas las mujeres están