Virginie T.

Connor


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los humanos como los metamorfos prefieren ignorar la inacción que les caracterizó en su momento y sus consecuencias en el mundo actual. Yo era solo un bebé cuando mataron al último fatel y mis padres no podían ser más humanos. No obstante, habiendo captado su intención de asesinarme —aunque la razón aún se me escapa—, intento huir hacia la puerta, pero me agarra del brazo con una fuerza increíble. Mi hueso se rompe emitiendo un crujido espeluznante, pero antes de que me dé tiempo a gritar de dolor, me atraviesa los costados con unas garras afiladas como hojas de afeitar para inmovilizarme contra su torso. Entonces, hunde la nariz en mi pelo e inspira de nuevo.

      –Hueles a magia. Vas a ser un verdadero deleite. No te muevas, será rápido. Más o menos.

      Es entonces cuando el segundo hombre, más delgado, pero igualmente atlético, me olfatea el cuello antes de clavarme profundamente los colmillos.

      –¿Cómo es posible? Creía que los fateles llevaban años desaparecidos.

      –Y así es, porque esta está a punto de reunirse con los suyos en el más allá.

      –En cuanto tengamos lo que queremos, ¿no?

      –Evidentemente. Primero tomaremos nuestra dosis de fuerza.

      No, por favor. Después de todo, no se van a conformar con un chichón. Un enorme nudo de angustia me obstruye la laringe.  Me desgarran el vientre y me muerden varias veces a la altura de la clavícula para succionarme la sangre como lo haría un vampiro, salvo que los vampiros son ficticios y esta agresión es totalmente real. Diría que están disfrutando con mi tortura. Siento que me quedo sin fuerzas a medida que mi sangre se derrama por el suelo blanco, formando un contraste de lo más macabro. El dolor es insoportable. Rezo por desmayarme antes de exhalar mi último suspiro y por que termine ya este calvario, justo en el momento en que el personal de seguridad, armado y dispuesto a socorrerme, abre la puerta estrepitosamente.

      

Connor

      Me bebo un café en la terraza de mi chalé, como todas las mañanas que me lo permite el trabajo. Paso mucho tiempo de viaje y este lugar se ha convertido en mi remanso de paz. Todo el exterior es de madera, desde el suelo hasta el tejado, y está acondicionado para recibir a la manada al completo, con mesas y sillas distribuidas por la parte delantera de la casa. Es un lugar tranquilo en medio del bosque, ideal para un metamorfo guepardo como yo. Resulta imposible adivinar, desde aquí, su función original. Necesito estar rodeado de vegetación y tener espacio suficiente para sentirme libre y relajado. Pero también necesito a mis congéneres para relacionarme. Por eso, aunque a veces me gustaría, mi casa no está aislada en mitad de la nada, sino rodeada de otros chalés del mismo estilo separados por una distancia prudente, lo que nos confiere cierta intimidad.

      Escucho la actividad a mi alrededor, portazos y hojas que crujen bajo el peso de los transeúntes. Mis lugartenientes, así como mi beta, no tardarán en venir a verme para llevar a cabo nuestro ritual diario: carrera y combate en nuestra forma animal. En ocasiones, algunos miembros dominantes de la manada se unen a nosotros para mantenerse en forma. Es importante para la cohesión del equipo e indispensable para reforzar los lazos de la manada. Después de todo, no somos un clan corriente. La nuestra es la única manada que reúne a animorfos de especies diferentes. Adoro estos momentos en los que damos rienda suelta a nuestra parte animal.

      –¿Cómo lo llevas, Connor?

      – Nada mal, ¿y tú?

      –Bah, otra mañana despertándome solo en mi cama.

      Buff, Nate es incorregible. Si duerme solo, sin ninguna mujer que le caliente las sábanas, se pone de mal humor. Pero aquí las normas son estrictas e iguales para todos: ningún desconocido, o desconocida en este caso, en nuestro territorio. Es una cuestión de seguridad. Constituye un refugio para muchos de nosotros y no es posible acceder sin autorización. Y como no salimos desde hace unos días, en concreto desde que terminó nuestra última misión, Nate empieza a sentirse solo.

      –Si quieres, salimos esta noche. Así podrás pillarte a una osa en celo.

      –Nah, una osa no, son demasiado insistentes. Siempre quieren algo serio y paso. Prefiero esperar a la persona adecuada, mi media naranja.

      Entiendo el punto de vista de Nate. Como metamorfos, sabemos que tenemos un alma gemela por ahí en alguna parte. Desgraciadamente, pocos la encuentran y no es raro que un metamorfo decida entablar una relación con otra persona que le haga feliz a pesar de no estar hecha para él. Yo, como Nate, espero a la mujer perfecta para mí. Estoy convencido de que si me lo gano, el destino la pondrá en mi camino. En ese momento llega mi beta e interviene en la conversación.

      –Como todos, amigo. ¿O no, Connor?

      –Exacto. Hola, Sean. ¿Cuándo llegan los demás?

      –Liam y Owen han pasado la noche en la ciudad. Ya sabes cómo son, seguramente les habrá costado salir de la cama de su conquista del día. No creo que tarden.

      Ya, eso está por ver. Deben seguir de resaca.

      –Bueno. Pues venga, niñas, empecemos.

      Me encanta pincharles. Los motiva. En realidad, son luchadores formidables, tan aguerridos como yo y amigos fieles. Pondría mi vida en sus manos sin dudarlo. Nos desvestimos rápidamente para no destrozarnos la ropa y adoptamos la forma de nuestro animal. El mío está deseando ponerse a cuatro patas y no pierde el tiempo, se abalanza sobre el león, que responde con un zarpazo mucho más fiero que el suyo. Impone bastante más que nosotros, pero mi animal es más ágil y rápido. Cada uno tiene lo suyo. Sean y yo nos damos la vuelta, buscando un punto débil en la defensa del otro, cuando el oso de Nate carga contra nosotros y nos lanza dando vueltas contra un árbol con su técnica favorita: la bola de demolición. Su punto fuerte no es la sutileza, pero es eficaz. Grrr, me va a salir un chichón. Este palurdo me las va a pagar. Contra un oso gris, lo más inteligente es correr hasta que se canse. Un mastodonte de más de trescientos kilos es mortal cuando arremete, pero no posee la resistencia de un felino. Mi animal es el más rápido del mundo, corriendo soy invencible. Solo necesito esperar al momento oportuno para lanzarme. Entonces me introduzco entre dos árboles, cuando suenan los crujidos de huesos característicos de una metamorfosis. Los rezagados deben haber despertado al fin de su coma etílico y, sin perder el tiempo, se unen a la fiesta.  El juego se complica. Un inmenso lobo gris me embiste por el costado derecho sin darme tiempo a coger velocidad, mientras una espectacular pantera negra, tan elegante como astuta, me aferra la pata trasera izquierda para hacerme caer de lado. Liam y Owen acostumbran a trabajar en tándem y tienen sus propias técnicas de ataque. Por suerte, mi pareja de combate mide más de dos metros de alto. Nate salta y deja caer todo su peso sobre Liam, que gime. El oso no se caracteriza precisamente por su delicadeza. Me alegro de no ser su objetivo al contemplar un crep gris sepultado por una montaña de pelo marrón brillante. Aprovecho para coger a Owen por el pescuezo y lo obligo a retroceder. Entonces, Sean se lanza a la batalla rugiendo y formamos entre todos una enorme bola moteada de pelo amarillento, negro, marrón y gris. Resulta difícil distinguir quién rasguña qué o a quién. Peleamos, mordemos y corremos gran parte de la mañana, antes de recuperar la forma humana frente al chalé cubiertos de bolas de pelo, sangre y baba. A ojos de un desconocido, la escena que ofrecemos podría ser alarmante. En realidad, nuestras lesiones son superficiales. El objetivo del ejercicio no es herirnos, sino adquirir  técnicas y reflejos nuevos, y hacernos mejores en el arte del combate. En unas horas estaremos como nuevos. Sin más preámbulos, nos damos un manguerazo. De todos modos, no somos muy sensibles al frío. Nuestra sangre, más caliente que la de los humanos, nos protege de las variaciones de temperatura. A continuación, nos sentamos fuera con una cerveza para comentar el entrenamiento.

      –Buen trabajo, chicos. Liam, Owen, ¿se os hizo tarde ayer?

      –Lo siento, Connor, es que estaba tremenda y…

      –No necesito detalles, Owen, gracias. Vuestro rendimiento ha disminuido, estáis más lentos de lo habitual. La fuerza no lo es todo en caso de ataque. Cuidado con eso.

      A veces me pongo duro, pero de eso depende nuestra supervivencia. Y aunque jamás lo admitiría, aprecio a cada uno de estos cretinos.

      –Relájate,