(Libro #5)
COMPROMETIDA (Libro #6)
JURADA (Libro #7)
ENCONTRADA (Libro #8)
RESUCITADA (Libro #9)
ANSIADA (Libro #10)
CONDENADA (Libro #11)
OBSESIONADA (Libro #12)
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CAPÍTULO UNO
El rey Godwin III del Reino del Norte había visto muchas cosas en su tiempo. Había visto marchar ejércitos y el funcionamiento de la magia, pero en este momento solo podía mirar fijamente al cuerpo de la criatura que yacía frente a él, postrado boca abajo e inmóvil sobre el pasto, con los huesos y escamas dando una sensación de irrealidad al momento en la luz nocturna.
El rey desmontó su caballo, que se negaba a acercarse ya fuera por lo que era la criatura o simplemente por el lugar en donde estaban. Habían cabalgado más de un día hacia el sur de Royalsport, por lo que el rugido del río Slate estaba a solo unas pocas decenas de metros, en donde las tierras de su reino desaparecían en el rugido de esas aguas violentas y aceradas. Más allá del río podría haber observadores mirando desde el sur, incluso del otro lado de su amplia anchura. Godwin esperaba que no, y no solo porque él y los otros estaban muy lejos de casa, la que había quedado expuesta para cualquiera que pudiera cruzar los puentes entre los reinos. Él no quería que ellos vieran esto.
El rey Godwin avanzó, mientras que a su alrededor, el pequeño grupo de gente que había venido con él intentaba decidirse si debería hacer lo mismo. No eran muchos porque esto…esto no era algo que él quisiera que la gente viera. Su hijo mayor, Rodry, estaba allí, tenía veintitrés y se parecía al hombre que Godwin había sido una vez, alto y corpulento, con el cabello rubio rapado en las sienes para que no obstruyera su manejo de la espada, el único recuerdo de su madre. Los hermanos de Rodry, Vars y Greave, se habían quedado en casa; no era del estilo de ninguno de los dos soportar algo así. Vars probablemente se quejaría de que Rodry había sido elegido para esto, aunque Vars nunca se ofrecería a nada que tuviera un indicio de peligro. Greave estaría encerrado en la biblioteca con sus libros.
Francamente, hubiese sido más probable que sus hijas vinieran, o al menos dos de ellas. La más joven, Erin, hubiese disfrutado la aventura. Nerra hubiese querido ver lo extraño de la criatura, y probablemente hubiese llorado por su muerte a pesar de lo que era. Godwin sonrió al pensar en su bondad, aunque como siempre su sonrisa se borró levemente ante el recuerdo de su último acceso de tos y de la enfermedad que mantenían cuidadosamente oculta. Lenore probablemente hubiese preferido quedarse en el Castillo, aunque también es cierto que tenía que prepararse para su boda.
En lugar de todos ellos, estaban Godwin y Rodry. Había media docena de los Caballeros de la Espuela con él: Lars y Borus, Halfin y Twell, Ursus y Jorin; todos hombres en los que Godwin confiaba, algunos de ellos cumplieron bien su cometido durante décadas, con las armaduras grabadas con los símbolos que ellos habían elegido brillando en la salpicadura del río. Estaban los pobladores que habían encontrado esto, y allí, sobre un caballo de aspecto enfermizo, estaba la silueta togada de su hechicero.
–Gris —dijo el rey Godwin, haciéndole señas al hombre para que se acercara.
Maese Gris se adelantó lentamente, apoyándose en sus hombres.
En otras circunstancias, el rey Godwin se hubiese reído del contraste entre ellos. Gris era delgado, tenía la cabeza rapada y la piel tan pálida como su nombre, y vestía togas blancas y doradas. Godwin era más grande, de hombros anchos y francamente de barriga pronunciada en estos días, llevaba puesta la armadura y tenía una barba completa y el cabello oscuro hasta los hombros.
–¿Crees que están mintiendo?—Le dijo el rey Godwin, sacudiendo la cabeza hacia los pobladores.
Godwin sabía el modo en que los hombres lo intentaban, con huesos de vaca y mantas de cuero, pero su hechicero no le respondió la pregunta. Gris solo sacudió la cabeza y lo miró directo a los ojos.
A Godwin le corrió un escalofrío por la espalda. No había dudas de la autenticidad de esto. No se trataba de una broma para intentar ganarse el favor o dinero o ambos.
Esto era un dragón.
Sus escamas eran rojas como la sangre derramada sobre hierro oxidado. Sus dientes como el marfil, tan largos como la estatura de un hombre, y sus garras afiladas. Sus grandes alas estaban extendidas, desgarradas y rotas, enormes y parecidas a las de un murciélago, y parecían apenas lo suficiente para sostener en el aire a tan enorme bestia. El cuerpo de la criatura estaba enrollado en el suelo, más largo que una decena de caballos, lo suficientemente grande para que, en vida, pudiese haber levantado a Godwin como a un juguete.
– Nunca había visto a uno antes —admitió el rey Godwin, posando una mano sobre la piel escamosa.
Casi esperaba que estuviese cálida, pero por el contrario, estaba fría como la quietud de la muerte.
–Muy pocos lo han hecho —dijo Gris.
Mientras la voz de Godwin era profunda y sonora, la de Gris era apenas un susurro.
El rey asintió. Por supuesto que el hechicero no diría todo lo que sabía. No era un pensamiento que lo tranquilizara. Ver a un dragón ahora y muerto…
–¿Qué sabemos de este?—preguntó el rey.
Caminó a lo largo de este hasta lo que quedaba de su cola, que se extendía largamente detrás.
–Una hembra —dijo el hechicero— y roja, con todo lo que ello implica.
Por supuesto, no explicó lo que eso implicaba. El hechicero caminó alrededor mirando pensativamente. De vez en cuando miraba tierra adentro como si tuviese calculando algo.
–¿Cómo murió?—preguntó Godwin.
Había estado en batallas en su tiempo, pero no podía ver la herida de un hacha o espada en la criatura, no se podía imaginar qué arma podría dañar a una bestia de este tipo.
– Quizás fue la edad…
Godwin se lo quedó mirando.
–Pensé que vivían para siempre —dijo Godwin.
En ese momento no era el rey sino el niño que por primera vez había acudido a Gris hacía todos esos años, buscando su ayuda y sabiduría. El hechicero le había parecido anciano incluso en ese entonces.
– No para siempre. Mil años, nacen sólo en la luna de dragón —dijo Grey como si