Джек Марс

Juramento de Cargo


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ti, mi amor, el descanso es muy merecido.

      Omar miró al guardaespaldas. Era un hombre alto y fuerte. Sacó una bolsa de plástico del bolsillo de su chaqueta, se colocó detrás de ella y, en un movimiento hábil, deslizó la bolsa sobre su cabeza y la apretó con fuerza.

      Al instante, su cuerpo se volvió eléctrico. Ella extendió la mano, tratando de arañarlo y golpearlo. Sus pies la levantaron de la silla. Ella luchó, pero fue imposible. El hombre era demasiado fuerte. Sus muñecas y antebrazos estaban tensos, ondulados con venas y músculos haciendo su trabajo.

      A través de la bolsa translúcida, su rostro se convirtió en una máscara de terror y desesperación, sus ojos abiertos como platos. Su boca era una enorme O, una luna llena, buscando aire desesperadamente y sin encontrar nada. Ella aspiró el plástico delgado en lugar de oxígeno.

      Su cuerpo se tensó y se puso rígido. Era como si fuera la talla de madera de una mujer, con el cuerpo inclinado, ligeramente torcido hacia atrás en el medio. Poco a poco, ella comenzó a calmarse. Se debilitó, disminuyó el forcejeo y luego se detuvo por completo. El guardia le permitió hundirse lentamente en su silla. Se agachó con ella, guiándola. Ahora que estaba muerta, él la trataba con ternura.

      El hombre respiró hondo y miró a Omar.

      –¿Qué debo hacer con ella?

      Omar contempló la noche oscura.

      Era una pena matar a una chica tan buena como Aabha, pero estaba contaminada. En cualquier momento, tal vez tan pronto como mañana por la mañana, los estadounidenses se enterarían de que faltaba el virus. Poco después, descubrirían que Aabha fue la última persona que estuvo en el laboratorio y que estaba allí cuando se apagaron las luces.

      Se darían cuenta de que la falta de energía fue el resultado de un corte subterráneo deliberado y el fallo de los generadores de respaldo fue el resultado de un sabotaje cuidadoso, realizado hace varias semanas. Harían una búsqueda desesperada de Aabha, una búsqueda sin restricciones y nunca debían encontrarla.

      –Que te ayude Abdul. Tiene cubos vacíos y un poco de cemento rápido en el armario del equipo, junto a la sala de máquinas. Llévala allí, lástrala con un cubo de cemento en los pies y suéltala en la parte más profunda del océano. Trescientos metros de profundidad o más, por favor. Me has entendido, ¿no es así?

      El hombre asintió con la cabeza. —Sí, señor.

      –Perfecto. Luego, lava todas mis sábanas, almohadas y mantas. Debemos ser minuciosos y destruir toda evidencia. En la muy improbable posibilidad de que los estadounidenses ataquen este barco, no quiero que el ADN de la chica esté cerca de mí.

      El hombre asintió con la cabeza. —Por supuesto.

      –Muy bien —dijo Omar.

      Dejó a su guardaespaldas con el cadáver y regresó al dormitorio principal. Era hora de tomar un baño caliente.

      CAPÍTULO CINCO

      10 de junio

      11:15 horas

      Condado de Queen Anne, Maryland – Orilla oriental de la bahía de Chesapeake

      —Bueno, tal vez deberíamos vender la casa —dijo Luke.

      Estaba hablando de su antigua casa de campo frente al mar, a veinte minutos de donde estaban ahora. Luke y Becca habían alquilado una casa diferente, mucho más espaciosa y moderna, para las siguientes dos semanas. A Luke le gustaba más esta nueva casa, pero estaban aquí solo porque Becca no quería volver a su casa.

      Él entendía su renuencia, por supuesto. Cuatro noches antes, tanto Becca como Gunner habían sido secuestrados de esa casa y Luke no estaba allí para protegerlos. Podrían haber sido asesinados. Pudo haber sucedido cualquier cosa.

      Miró por la ventana grande y luminosa de la cocina. Gunner estaba afuera, vestido con jeans y camiseta, jugando a un juego imaginario, como hacían a veces los niños de nueve años. En unos minutos, Gunner y Luke iban a sacar el bote e ir a pescar.

      La vista de su hijo le produjo a Luke una punzada de terror.

      ¿Y si Gunner hubiera sido asesinado? ¿Y si ambos simplemente hubieran desaparecido, para nunca ser encontrados de nuevo? ¿Qué pasaría si dentro de dos años Gunner ya no jugara a juegos imaginarios? Todo era un revoltijo en la mente de Luke.

      Sí, fue horrible, nunca debería haber sucedido. Pero había problemas más grandes. Luke, Ed Newsam y un puñado de personas habían desmantelado un violento intento de golpe de estado y habían reinstaurado lo que quedaba del gobierno, democráticamente elegido, de los Estados Unidos. Era posible que hubieran salvado la democracia estadounidense misma.

      Eso estuvo bien, pero Becca no parecía interesada en esos grandes asuntos en este momento.

      Estaba sentada a la mesa de la cocina, con una bata azul, bebiendo su segunda taza de café. —Para ti es fácil decirlo, esa casa ha pertenecido a mi familia durante cien años.

      El cabello de Rebecca era largo y le caía por los hombros. Sus ojos eran azules, enmarcados por gruesas pestañas. Para Luke, su cara bonita parecía delgada y tensa. Se sintió mal por ello. Se sentía mal por todo el asunto, pero no podía pensar en algo que decir que pudiera mejorarlo.

      Una lágrima rodó por la mejilla de Becca. —Mi jardín está allí, Luke.

      –Lo sé.

      –No puedo trabajar en mi jardín porque tengo miedo. Tengo miedo de mi propia casa, una casa a la que he estado yendo desde que nací.

      Luke no dijo nada.

      –Y el señor y la señora Thompson… están muertos. Lo sabes, ¿no? Esos hombres los mataron. —Miró a Luke bruscamente. Tenía los ojos ardientes y locos. Becca tenía tendencia a enojarse con él, a veces por asuntos muy pequeños. Si olvidaba fregar los platos o sacar la basura, tenía una mirada en sus ojos similar a la de ahora. Luke la conocía como la mirada de “Es Culpa Tuya”. Y para Luke, en este momento, esa mirada era demasiado.

      En su mente, recordó una breve imagen de sus vecinos, el Sr. y la Sra. Thompson. Si Hollywood eligiera a una pareja para el papel de los amables vecinos de al lado, se lo darían a los Thompson. Le gustaban los Thompson y nunca hubiera querido que sus vidas terminaran así. Pero mucha gente murió ese día.

      –Becca, yo no maté a los Thompson, ¿de acuerdo? Lamento que estén muertos y siento mucho que esa gente se os llevara a ti y a Gunner. Lo lamentaré durante el resto de mi vida y haré todo lo posible para compensaros a los dos. Pero yo no lo hice, yo no maté a los Thompson, yo no envié personas para secuestrarte. Parece que estás confundiendo las cosas y no lo voy a aceptar.

      Él se detuvo. Era un buen momento para dejar de hablar, pero no lo hizo. Sus palabras salieron en un torrente.

      –Todo lo que hice fue abrirme camino, a través de una tormenta de disparos y bombas. Hubo gente intentando matarme todo el día y toda la noche. Me dispararon, me bombardearon, me echaron fuera de la carretera. Y salvé a la Presidenta de los Estados Unidos, tu Presidenta, de una muerte casi segura. Eso fue lo que hice.

      Respiró hondo, como si acabara de correr un kilómetro.

      Se arrepentía de todo, esa era la verdad. Le dolía pensar que el trabajo que él había hecho le había causado dolor a ella, le dolía más de lo que ella nunca podría imaginar. Había dejado el trabajo el año pasado por esa misma razón, pero luego lo llamaron para una misión de una sola noche, una noche que se convirtió en una noche, un día y otra noche imposiblemente larga. Una noche durante la cual pensó que había perdido a su familia para siempre.

      Becca ya no confiaba en él, se daba cuenta. Su presencia la asustaba. Él era la causa de lo que había sucedido. Era imprudente, fanático e iba a conseguir que la mataran a ella y a su único hijo.

      Las lágrimas corrían silenciosamente por su rostro. Pasó un largo minuto.

      –¿Acaso importa? —dijo ella.

      –¿El qué?

      –¿Importa