T. M. Bilderback

Soy Tu Hombre Del Saco


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Sardis. Ella decía que Katie y Carol Grace eran descendientes de la familia Sardis y que tenían magia dentro de ellas. Con el tiempo, Katie comenzó a aprender a usar su magia.

      Carol Grace también mostraba señales de poderes mágicos florecientes y estos se multiplicaban cuando estaba cerca de Mary Smalls, su mejor amiga y compañera de escuela. Aparentemente, Mary también tenía magia dentro de ella… pero nadie sabía de dónde venía, ya que su madre, la vieja amiga de la escuela de Katie, Phoebe Smalls, no poseía estos poderes… y nadie, ni siquiera Phoebe, tenía la mínima idea de quién era el padre de Mary.

      Phoebe era una alcohólica en recuperación.

      KATIE Y ALAN SE ENAMORARON profundamente y juntos hicieron reavivar el amor que alguna vez Billy Napier y Phoebe Smalls tuvieron.

      Durante una reunión de las dos familias, Moses Turley aprovechó de tomar la granja en su poder, así que pasó a través de un túnel que se encontraba por debajo de esta. Carol Grace y Mary llegaron justo a tiempo para impedir que los criminales de Giambini asesinaran a Alan o a cualquier otra persona. Se tomaron de las manos instintivamente, parecía como si un poder de otro mundo se hubiera apoderado de ellas, así que utilizaron su magia mental y echaron a esos hombres malvados de la casa.

      Los demonios habían estado esperando afuera para devorar a los cuatro criminales, además, la tierra se abrió y se tragó su auto. Tras lo sucedido, ambas chicas se desplomaron en el suelo, sin saber si se encontraban inconscientes o profundamente dormidas.

      Al día siguiente, se celebró una boda doble, puesto que el comisario Napier y Phoebe Smalls habían decidido contraer matrimonio al igual que Katie y Alan.

      Desde entonces, la anciana Margo Sardis había continuado enseñándole a Katie sobre su magia y también lo hizo con las otras dos chicas.

      Sin embargo, Margo aún desconfiaba de ellas y prefería no hablarle de ello a Katie… pero, ella ya se había dado cuenta que algo le preocupaba. Katie había pensado preguntarle a su tía, aunque comprendió que Margo se lo contaría cuando estuviera lista… y no antes.

      Alan ya había contactado a un abogado en Perry para adoptar a Carol Grace y claramente Katie había dado su consentimiento, ya que sabía lo mucho que Carol amaba a Alan y lo mucho que Alan amaba a la muchacha. Parecía lo correcto.

      La audiencia de adopción sería a fin de mes, a tan solo una semana.

      Katie observó a su hija: ― Señorita Carol Grace ¿qué lugar aprobaría para que su madre le dé un gran beso?  Iré con Alan si esta decisión te hace feliz.

      – ¡Ewww! ―Carol Grace puso huevos revueltos en su plato, los cubrió con un poco de mantequilla, pimienta y se llevó a la boca un trozo de tostada y dos rebanadas de tocino.

      – ¿Tal vez en el corral de los cerdos? ― contestó riéndose.

      – No lo creo ―Alan arrugó su nariz.

      – Ahí huele tan mal como el armario de Carol Grace ―dijo mientras simulaba tener arcadas.

      Pequeñita, la mascota Boston terrier que Billy Napier le había regalado a Carol Grace, bajó las escaleras de un salto, entró a la cocina, ladró una vez y la chica le tiró un pedazo de tocino.

      Carol se devoró el desayuno, se limpió la boca con la servilleta, se levantó bruscamente y dijo: ―Tengo que irme, el autobús llegará en un minuto.

      Besó la mejilla de su madre y la frente de Alan.

      – ¡Nos vemos!  ¡Los amo!

      Desde la puerta trasera llamó a su mascota: ― ¡Adiós Pequeñita! ¡Sé una buena chica!

      Pequeñita ladró como si hubiera entendido la orden de su dueña.

      La puerta del porche trasero se cerró de golpe y Alan hizo un gesto de dolor.

      –Tras su pronunciamiento, el heraldo real se marcha.

      Katie se rio.

      Alan acababa de tomar un gran bocado de huevos revueltos y tostadas cuando sonó su teléfono celular. Miró el registrador de llamadas y dijo: ―Es Billy― contestó la llamada.

      – ¡Hola Bill! ¡Espero que Phoebe te haya preparado un desayuno tan bueno como el que me dio Katie!

      –Alan, no creo que pueda desayunar ahora mismo. Escucha, necesito que te conectes.

      Alan percibió el tono serio en la voz de su amigo e inmediatamente se conectó.

      – ¿Otro más?

      – Así es.

      – ¿Dónde?

      –En la Universidad Comunitaria.

      –Estaré ahí en un momento.

      –Gracias, viejo amigo.

      Alan colgó la llamada.

      Katie se había dado cuenta que Alan tenía que irse.

      – ¿Es otro de esos asesinatos?

      Alan miró a su esposa a los ojos.

      –Sí. Debe ser bastante grave.

      Billy sonaba molesto.

      Katie asintió con su cabeza y sintió un escalofrío en todo su cuerpo.

      –Está bien, anda, pero ten cuidado.

      Alan iba a comer otro bocado de huevos, pero cambió de opinión.

      –Mejor que no. Si se le revuelve el estómago a Bill, probablemente se me revuelva a mí también.

      Se levantó de la mesa para ir a colocarse su uniforme y, en cuanto se volteó, vio a una anciana parada atrás de él. Saltó del susto y gritó: ― ¡Ahhh!

      Katie comenzó a reírse fuertemente.

      Alan puso su mano en su pecho mientras apoyaba la otra en el respaldo de la silla.

      –Por Dios, tía Margo, ¿tenía que acercarse a hurtadillas?

      La anciana se reía a carcajadas.

      –No me acerqué a hurtadillas, Alan. Acabo de entrar por la puerta trasera.  Quizás no hice mucho ruido.

      Katie, todavía riéndose, dijo: ―Lo hizo, yo la vi entrar.

      Alan, mientras continuaba sacudiendo su cabeza de nerviosismo, extendió sus brazos y abrazó a la anciana bruja.

      –Buenos días a ti también, tía Margo― la soltó de sus brazos.

      – Ahora, si estas dos brujas maravillosas me disculpan, tengo que ir a ayudar a Billy a atrapar al asesino.

      – ¿Asesino? ― Margo preguntó de manera abrupta.

      – ¿Ocurrió otro caso? ― Alan asintió.

      –Así es, dama.

      Los ojos de la mujer se entrecerraron.

      –Debes tener cuidado, Alan Blake. Puede que no se trate de un asesino humano.

      Alan se detuvo en la puerta que lleva a la sala de estar y a las escaleras.

      – ¿Sabes si eso es cierto, tía Margo?

      La anciana sacudió la cabeza.

      –No lo sé, pero he intentado averiguarlo. Si descubro algo, te lo haré saber enseguida.

      Alan asintió.

      –Por favor, hágalo. Tenemos que detener esto rápido.

      Empezó a subir las escaleras, se detuvo y volvió a la cocina.

      – ¿Margo?

      La anciana lo miró.

      – ¿Tienes alguna idea de cuántas criaturas del infierno entraron por esa puerta abierta de la que nos hablaste?

      El rostro de Margo se suavizó y Alan creyó ver un pequeño indicio de miedo.  Sacudió la cabeza y dijo: ―Que Dios me ayude, Alan, no lo sé. Podrían haber sido unos pocos