Джек Марс

Amenaza Principal


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pocos y muy preciados soldados estadounidenses tenían entrenamiento para la inmersión en agua helada.

      –Todo esto —dijo Murphy, —me parece FUBAR2.

      Luke no estaba seguro de si estaba completamente de acuerdo. Pero era consciente del hecho de que Murphy probablemente todavía pensaba que las malas decisiones de Luke habían supuesto la muerte de todo su equipo de asalto en Afganistán.

      Si Murphy, o Ed, o incluso Swann o Trudy decidieran que querían salir de esta misión, Luke no se opondría. La gente tenía que tomar sus propias decisiones, no podía decidir por ellos.

      De repente, deseó haber hablado con Becca antes de partir en este viaje. Ahora era demasiado tarde.

      –Tenemos menos de dos horas hasta nuestro destino —dijo el hombre mayor, echando un vistazo a su reloj. Miró a Donaldson, que todavía sostenía el grueso traje naranja. Luego hizo un movimiento giratorio con la mano, como si las agujas de un reloj se movieran rápidamente.

      –Sugiero que inicies la demostración.

      CAPÍTULO OCHO

      09:15 horas, Hora de Moscú (22:15 horas, Hora de Alaska del 4 de septiembre)

      El Acuario

      Sede de la Dirección Principal de Inteligencia (GRU)

      Aeródromo de Khodynka

      Moscú, Rusia

      El humo azul se elevó hacia el techo.

      –Hay una gran cantidad de movimiento —dijo el último visitante, un hombre barrigón con el uniforme del Ministerio del Interior. Su voz desmentía una cierta ansiedad. No se percibía en el timbre de la voz. No tembló ni se agrietó. Había que tener los oídos adecuados para escucharlo. El hombre tenía miedo.

      –Sí —dijo Marmilov. —¿Esperarías menos de ellos?

      Aunque la oficina no tenía ventanas, la luz había cambiado a medida que avanzaba la mañana. El cabello caído y endurecido de Marmilov ahora parecía una especie de casco de plástico oscuro. Las luces del techo parecían tan brillantes que era como si Marmilov y su invitado estuvieran sentados en el desierto al mediodía y el sol proyectara sombras profundas en las fisuras talladas en la piedra antigua de la cara de Marmilov.

      La gente a veces se preguntaba por qué un hombre con tanta influencia eligió dirigir su imperio desde esta tumba, debajo de este edificio sombrío, desmoronado y en ruinas a las afueras del centro de Moscú. Marmilov conocía esta incógnita porque los hombres, especialmente los hombres poderosos, o aquellos que aspiraban a serlo, a menudo le hacían esta misma pregunta.

      –¿Por qué no una oficina arriba, en una esquina, Marmilov? Un hombre como usted, cuyo mandato supera con creces el GRU, ¿por qué no ser transferido al Kremlin, con una amplia vista sobre la Plaza Roja y la oportunidad de contemplar los hechos de nuestra historia y los grandes hombres que han venido antes? ¿O tal vez solo ver pasar a las chicas guapas? ¿O, al menos, una oportunidad de ver el sol?

      Marmilov sonreía y decía: —No me gusta el sol.

      –¿Y chicas bonitas? —podrían decir sus amables torturadores.

      Ante esto, Marmilov sacudía la cabeza. —Soy un hombre viejo. Mi esposa es lo suficientemente buena para mí.

      Nada de esto era cierto. La esposa de Marmilov vivía a cincuenta kilómetros de la ciudad, en una finca que databa de antes de la Revolución. Apenas la veía y ni ella ni él tenían problemas con este arreglo. En lugar de pasar tiempo con su esposa, vivía en una moderna suite de hotel en el Ritz Carlton de Moscú y se deleitaba con una dieta constante de mujeres jóvenes, llevadas directamente hasta su puerta. Las pedía como servicio de habitaciones.

      Había oído que las chicas y, por lo que sabía, sus proxenetas también, se referían a él como el Conde Drácula. El apodo lo hacía sonreír. No podrían haber elegido uno más adecuado.

      La razón por la que se quedaba en el sótano de este edificio y no se mudaba al Kremlin, era porque no quería ver la Plaza Roja. Aunque amaba la cultura rusa más que a nada, durante su jornada laboral no quería que sus acciones se contaminaran con sueños del pasado. Y especialmente no quería que se vieran perjudicadas por las desafortunadas realidades y las medias tintas del presente.

      La visión de Marmilov se concentraba en el futuro. Estaba empeñado en ese pensamiento.

      Había grandeza en el futuro. Había gloria en el futuro. El futuro ruso superaría y luego eclipsaría, los desastres patéticos del presente y tal vez incluso las victorias del pasado.

      El futuro se acercaba y él era su creador. Él era su padre y también su partera. Para imaginarlo completamente, no podía permitirse distraerse con mensajes e ideas contradictorias. Necesitaba una visión pura y para lograrlo, era mejor mirar a una pared en blanco que por la ventana.

      –No, desde luego —dijo el hombre gordo, Viktor Ulyanov. —Pero creo que hay algunos en nuestro círculo que están preocupados por la actividad.

      Marmilov se encogió de hombros. —Por supuesto.

      Siempre había quienes estaban más preocupados por sus propios cuellos que por llevar a la gente a un futuro más brillante.

      –Y hay algunos que creen que cuando el Presidente…

      ¡El Presidente!

      Marmilov casi se rio. El Presidente era un obstáculo en el camino hacia la grandeza de este país. Era un impedimento, uno de importancia menor. Desde que este Presidente tomó las riendas de manos de su mentor alcohólico Yeltsin, la comedia de errores de Rusia había empeorado, no mejorado.

      ¿Presidente de qué? ¡Presidente de basura!

      El Presidente tenía que vigilar sus espaldas, como decía el dicho. O pronto podría encontrar un cuchillo sobresaliendo por allí.

      –¿Sí? —dijo Marmilov. —Preocupados por cuando el Presidente… ¿qué?

      –Lo descubra —dijo Ulyanov.

      Marmilov asintió y sonrió. —¿Sí? Lo descubre… ¿Qué pasará entonces?

      –Habrá una purga —dijo Ulyanov.

      Marmilov miró a Ulyanov, entrecerrando los ojos en la bruma de humo. ¿Podría el hombre estar bromeando? La broma no sería que el descubrimiento de Putin llevaría a una purga. Si se manejaba incorrectamente, por supuesto que sí. La broma sería que, a estas alturas de los preparativos, Ulyanov y otros sin nombre, de repente, estuvieran pensando en tal cosa.

      –El Presidente se enterará cuando sea demasiado tarde —declaró Marmilov simplemente. —El Presidente mismo será quien sea purgado —Ulyanov y cualquier otro por quien estuviera hablando, deberían saberlo. Ese había sido el plan desde el principio.

      –Existe la preocupación de que estamos organizando un baño de sangre —dijo Ulyanov.

      Marmilov sopló humo en el aire. —Mi querido amigo, no estamos organizando nada. El baño de sangre ya está organizado. Se organizó hace años.

      Aquí, en la guarida de Marmilov, un ordenador portátil había brotado como un hongo al lado de la pequeña pantalla de televisión de su escritorio. El televisor aún mostraba imágenes del circuito cerrado de cámaras de seguridad en la plataforma petrolera. El ordenador portátil mostraba transcripciones de comunicaciones estadounidenses interceptadas, traducidas al ruso.

      Los estadounidenses estaban estrechando el cerco alrededor de la plataforma petrolera capturada. Un anillo de bases avanzadas temporales aparecía en el hielo flotante, a pocos kilómetros de la plataforma. Los equipos de operaciones encubiertas estaban en alerta máxima, preparándose para atacar. Un jet supersónico experimental había recibido autorización y había aterrizado en Deadhorse hace unos treinta minutos.

      Los estadounidenses estaban listos para atacar.

      –Nunca