se encogió de hombros. —Yo ya estoy preparado.
La amplia sonrisa de Don apareció de repente. —Bien. Estoy seguro de que lo haréis todo bien y estaréis de vuelta aquí para el desayuno.
—Vamos, tío, —dijo Ed Newsam. —Esta misión no se va a resolver sola.
Ed estaba en la puerta de Luke. Estaba allí, de pie, cargando con una pesada mochila. No parecía entusiasmado ni emocionado. Si Luke tuviera que usar una palabra para describir el aspecto de Ed, diría que estaba resignado.
Luke estaba sentado en su escritorio, mirando el teléfono.
–El helicóptero está en la plataforma.
Luke asintió con la cabeza. —Entendido. Voy ahora mismo.
Estaban a punto de irse. Mientras tanto, Luke padecía una dolencia que él llamaba el síndrome del teléfono de mil kilos. Era físicamente incapaz de levantar el auricular y hacer una llamada.
–Maldición —susurró por lo bajo.
Había revisado y vuelto a revisar sus maletas. Llevaba su equipo estándar para un viaje nocturno. Tenía su Glock de nueve milímetros, en su funda de cuero, con varios cargadores repletos adicionales.
Sobre el escritorio había una bolsa de ropa con muda para dos días. Una pequeña mochila llena de artículos de tocador de tamaño de viaje, un montón de barritas energéticas y un blíster con media docena de píldoras Dexedrina estaba depositado al lado de la bolsa de ropa.
Las Dexis eran anfetaminas, estaban prácticamente en el manual de instrucciones para operadores especiales. Te mantendrían despierto y alerta durante horas y horas. Ed a veces las llamaba “las empinadoras más rápidas”.
Estos eran suministros genéricos, pero no tenía sentido tratar de ser más específico. Iban al Ártico, la operación requeriría equipo especializado y ese equipo se les proporcionaría cuando aterrizaran. Trudy ya había adelantado las medidas de todos.
Así que ahora miraba el teléfono.
Había salido de la casa sin, apenas una palabra de explicación para ella. Por supuesto, ella estaba dormida, pero eso no cambiaba nada.
Y la nota sobre la mesa del comedor tampoco explicaba nada.
Me han llamado para una reunión tardía. Puede que tenga que pasar la noche fuera. Te quiero, L
Una “noche fuera”, sin más detalles. Parecía un universitario copiando para el examen final. Se había acostumbrado a mentirle sobre el trabajo y se estaba convirtiendo en un hábito difícil de romper.
¿De qué serviría decirle la verdad? Podía llamarla ahora mismo, despertarla de un sueño profundo, despertar al bebé y hacer que comenzara a llorar, ¿todo para decirle qué?
–Hola, cariño, voy en dirección al Círculo Polar Ártico, para echar a unos terroristas que han atacado una plataforma petrolífera. Hay cadáveres por todo el suelo. Sí, parece que me dirijo hacia otro baño de sangre. En realidad, puede que nunca te vuelva a ver, pero no te preocupes, vuelve a dormirte. Dale un beso a Gunner de mi parte.
No, era mejor arriesgarse, llevar a cabo la operación y confiar en que, entre los Navy SEAL y el Equipo de Respuesta Especial, tenían las mejores personas para hacer el trabajo. Llámala por la mañana, después de que todo termine. Si todo sale bien y estáis todos de una pieza, dile que tuviste que volar a Chicago para entrevistar a un testigo. Continúa alimentando la ficción de que trabajar para el Equipo de Respuesta Especial es principalmente una especie de trabajo de detective, empañado por algún estallido ocasional de violencia.
Bueno, eso es lo que haría.
–¿Estás listo? —dijo una voz. —Todos los demás están abordando el helicóptero.
Luke levantó la vista. Mark Swann estaba de pie en la puerta. Siempre era un poco sorprendente ver a Swann. Con su cola de caballo, sus gafas de aviador, el mechón de barba rala en su barbilla y las camisetas de rock-and-roll que siempre llevaba… prácticamente podría llevar un letrero colgando del cuello: NO MILITAR.
Luke asintió con la cabeza. —Sí, estoy listo.
Swann estaba sonriendo. No, mejor dicho, estaba radiante, como un niño en Navidad. Era algo extraño, dado que se enfrentaban a un vuelo tedioso a través de América del Norte, seguido de un ataque estresante contra un enemigo desconocido.
–Me acabo de enterar de cómo nos van a llevar allí —dijo Swann. —No te lo vas a creer, es absolutamente increíble.
–No sabía que tú también venías en este viaje —dijo Luke.
En todo caso, la sonrisa de Swann se hizo aún más amplia.
–Pues ya lo sabes.
CAPÍTULO SEIS
5 de septiembre de 2005
08:30 horas, Hora de Moscú (00:30 horas, Hora del Este)
El Acuario
Sede de la Dirección Principal de Inteligencia (GRU)
Aeródromo de Khodynka
Moscú, Rusia
—¿Qué noticias hay de nuestro amigo? —dijo el hombre llamado Marmilov.
Estaba sentado en su escritorio, en una oficina del sótano sin ventanas, fumando un cigarrillo. Había un cenicero de cerámica, encima del escritorio de acero verde frente a él. Aunque era temprano, ya había cinco colillas de cigarrillos aplastadas en el cenicero. En el escritorio también había una taza de café (aderezado con un chorro de whisky, Jameson, importado de Irlanda).
Por la mañana, el hombre fumaba y bebía café solo. Así era como comenzaba su día. Llevaba un traje oscuro y el poco cabello que le quedaba caía sobre la parte superior de su cabeza, endurecido y sostenido en su lugar por la laca para el cabello. Todo el hombre era ángulos duros y huesos sobresalientes. Parecía casi un espantapájaros. Pero sus ojos eran agudos y conscientes.
Había vivido mucho tiempo y había visto muchas cosas. Había sobrevivido a las purgas de la década de 1980 y, cuando llegó el cambio, en la década de 1990, también sobrevivió. El GRU en sí había quedado intacto, a diferencia de su pobre hermano pequeño, el KGB. El KGB había sido destrozado y dispersado al viento.
El GRU era tan grande y poderoso como siempre, tal vez más. Y Oleg Marmilov, de cincuenta y ocho años, había desempeñado un papel integral en él durante mucho tiempo. El GRU era un pulpo, la agencia de inteligencia rusa más grande, con sus tentáculos en operaciones especiales, redes de espionaje en todo el mundo, interceptación de comunicaciones, asesinatos políticos, desestabilización de gobiernos, tráfico de drogas, desinformación, guerra psicológica y operaciones de bandera falsa, sin mencionar el despliegue de 25.000 tropas de élite Spetsnaz.
Marmilov era un pulpo que vivía dentro del pulpo. Sus tentáculos estaban en tantos lugares, que a veces un subordinado acudía a él con un informe y se quedaba en blanco por un momento antes de recordar:
–Oh sí. Eso. ¿Cómo va?
Pero algunas de sus actividades estaban muy presentes en su mente.
Atornillado a la parte superior de su escritorio había un monitor de televisión. Para un estadounidense de la edad adecuada, el monitor parecería similar a los televisores que funcionan con monedas, que alguna vez adornaron las estaciones de autobuses interurbanos en todo el país.
En la pantalla, se mostraban imágenes en directo de cámaras de seguridad. El hombre asumía que había un retraso en la llegada de datos, posiblemente de medio minuto. Por lo demás, el metraje iba al momento.
Las imágenes eran oscuras, había anochecido, pero Marmilov podía ver lo suficientemente