Cristian Taiani

El Viaje De Los Héroes


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       "Encontrarán una casa y yo los estaré esperando". Y el hombre regresó a la oscuridad de donde había venido.

      Rhevi y Talun se miraron. Se quedaron sin palabras. Nunca se habían visto o conocido antes, y ahora estaban a punto de irse juntos a quién sabe dónde, a petición de un extraño.

       Rompiendo aquel silencio incómodo, se despidieron. "Bueno, te veré mañana aquí en la posada y nos iremos juntos", concluyó Talun, no muy convencido.

       Se despidió de Rhevi, salió y se dirigió a la escuela de magia.

      Caminó con gran velocidad, de repente no podía esperar para volver a la academia, al lugar que ahora llamaba hogar, pero que había deseado fervientemente dejar en el pasado.

      Rhevi cerró la puerta con cuatro cerrojos, si tuviera más los habría usado todos. Apartó suavemente la escarcha de la ventana con la mano para asomarse a la oscuridad, pero aparte del mago que avanzaba por el camino a paso rápido, no vio nada. La escena le hizo sonreír, el tipo era, después de todo, agradable, con todo y sus extrañas maneras.

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      CAPÍTULO 2

      El prisionero

      Vigésima Era después de la Guerra Sangrienta,

      ciudad de Radigast

      Aquella mañana estuvo acompañada por la quizás más intensa ola de frío en los últimos cincuenta años. El aire gélido mantenía a toda la ciudad encerrada. La torre de la academia de magia estaba cubierta por la nieve que había caído durante la noche. Talun se levantó de su cama con más frío que de costumbre, además porque no solo era un mago en su alma sino también en su cuerpo, su físico no era ciertamente el de un guerrero, era muy delgado y de aspecto frágil.

       Desayunó leche de cabra y una manzana, luego se colocó delante de su grimorio, un libro antiguo que utilizaban todos los magos del mundo de Inglor y que guardaba la información de casi todos los conocimientos de magia adquiridos a lo largo de los años por el propietario.

       El volumen contenía una larga lista de recetas para crear pociones y medicinas, fórmulas para evocaciones y correspondencias astronómicas.

      A Talun le gustaba consultar el impresionante libro frente a la ventana porque durante los descansos podía observar el hermoso paisaje circundante. Como todas las mañanas, comenzó a estudiar su magia.

      Después de unas horas, estaba listo para reunirse con Rhevi en la taberna.

      Tomó el grimorio y su morral de viaje, y bajó por la larga escalera de mármol blanco, cuidando de no tropezar con su largo atuendo bordado en oro, de color rojo intenso. El día anterior había gastado casi todos sus ahorros para comprarlo, había sido su regalo por aprobar el examen. Desde las enormes ventanas de la torre de la academia de Radigast se podía ver el concurrido puerto, donde cada mañana se podían encontrar innumerables variedades de productos del mar; los viejos pescadores, incluso con tiempo desfavorable, lograban extraer del mar sus preciosas criaturas, que casi siempre terminaban en las fauces de los nobles obesos.

      "¿Adónde te diriges esta mañana?" preguntó Gregor en voz alta.

      "Voy a dar un paseo. Como sabes, soy un mago graduado. No he tenido ninguna clase obligatoria desde ayer. Pero vete, o llegarás tarde y el maestro supremo se enfadará. Te veré esta noche", respondió apresuradamente al tiempo que le hacía un gesto con la cabeza.

      El edificio que albergaba la escuela parecía un laberinto, y lo más probable es que hubiese sido construida de esa manera a propósito, llena de túneles, pasillos y criptas, para proteger sus secretos.

      Mientras Talun caminaba rodeado por el ruido de la multitud de muchachos que pronto tomarían sus lugares en las aulas, se encontró con el maestro supremo que intentaba calmar las almas de sus alumnos.

      "¡Buenos días director! Me disponía a dar un paseo por la ciudad", le saludó.

      El director Searmon lo miró con altivez, era bastante alto y superaba a su alumno por lo menos en un palmo y medio; era delgado, tenía una barba gruesa y una larga cabellera color púrpura berenjena; su imponente figura estaba cubierta por una larga túnica de colores brillantes, la cual parecía tener vida propia, ya que cambiaba de color constantemente.

      Sonrió al joven mago. "Ve, amigo mío, pero ten cuidado, he oído rumores sobre una bestia en las afueras de la ciudad; si fuera cierto lo que dicen, podría ser muy peligroso; tendré que hablar con el comandante de los guardias lo antes posible para intensificar las patrullas. Por supuesto, mientras sólo se trate de habladurías, no es prudente crear alarma, pero nunca hay que subestimar los chismes del pueblo. Nos vemos esta noche, Talun, y felicitaciones por tu examen, sigue así y un día puede haber una silla aquí esperándote".

      Talun no pudo evitar sonrojarse e hizo una reverencia para despedirse. Tenía que darse prisa, una nueva amiga le estaba esperando.

      El mago supremo lo observó mientras salía corriendo, su relación iba más allá del mero ámbito escolar, años antes, Searmon le había prometido a un hombre muy importante que lo cuidaría como si fuera su propio hijo. Searmon le debía a ese hombre un gran favor que había recibido y no podía rechazar su petición. Desde ese día había existido una sucesión de consejos y afecto entre los dos, pero siempre con el debido respeto dentro de la academia para no provocar rumores innecesarios.

      Talun salió de las grandes puertas de la escuela y respiró el aire frío, llenándose los pulmones, aquello le produjo una sensación de lo más placentera, se sintió libre.

      Caminó por las concurridas calles del mercado, le encantaba esa parte de la ciudad, con los mercaderes gritando sus ofertas, los ancianos intentando todo tipo de regateos para ahorrar algo de dinero, los niños aferrados a las faldas de sus madres. Si hubiera sido verano habría sido aún más hermoso con los carruajes llenos de vegetales coloridos y las grandes fuentes llenas de párvulos. Se dio cuenta de que estaba perdiendo el tiempo, miró al cielo gris y decidió apresurar el paso para llegar a tiempo a la posada.

      🟇🟇

      Rhevi se levantó muy temprano esa mañana, salió de la posada, admiró la suave capa de nieve, y con su habitual dedicación realizó su entrenamiento sin escatimar esfuerzos. Un tajo a la izquierda, otro a la derecha, y luego se detuvo con su espada larga y brillante.

      Se dio cuenta de las gotas que cubrían la cimitarra. Una ligera lluvia caía del cielo, pronto se convirtió en nieve.

      Se preparó para reunirse con Talun, tomó la espada, la pulió y, aunque no era necesario, la afiló. La empuñadura y la hoja estaban hechas de una extraña y casi indestructible aleación con una piedra azul en la parte superior. El filo de la espada tenía venas del mismo verde que los reflejos de su cabello, pero ella no conocía el secreto, y en ese momento ni siquiera se lo preguntaba.

      Finalmente, la colocó en su vaina, entró en la posada, se dirigió a su habitación y llenó una tina de madera con una infusión de hierbas y agua caliente. Se sumergió en ella y se quedó un rato para disfrutar del calor del agua caliente hasta que esta se enfrió.

      Cuando salió de la bañera, observó su cuerpo reflejado en el espejo y quedó fascinada. Este era simplemente perfecto, magro, ágil.

      Con un gesto inusual para sus rudos modales, acarició su larga cabellera azul y miró el brillo de sus propios ojos, de un verde esmeralda profundo, aquello la asombró. Era de una belleza única, a pesar de esas orejas puntiagudas que a veces le sobresalían de la cabellera, haciéndola sentir graciosa a los ojos de los demás. Se vistió con su típico atuendo masculino. Con su corpiño, su espada y sus pantalones de cuero oscuro era mal vista por las chicas de la ciudad, pero aquello no le preocupaba en absoluto. De hecho, le divertía.

      Bajó a