Y el carácter… tendría que enderezarlo a golpes, y eso le dejaría más marcas. Se encogió de hombros.
—Muy bien. Acepto. Pero quiero el dinero en cuanto sea posible. Un esclavo mío pasará a buscarlo en la dirección que le deis.
Marco asintió, recogiendo a la esclava. Esta jadeaba aún por el miedo y el cansancio. Pero, antes de dejar marcharse al proxeneta, lo cogió por el hombro, con gesto amenazador.
—Si pago el doble es porque quiero un trato preferencial —musitó, con una voz fría—. Nadie, ni en Roma ni en otros pueblos, ha de enterarse de que he comprado a esta esclava. ¿Está claro? —El chulo asintió, asustado—. Quizás no tenga mucho dinero, pero tengo influencia. Y harías mejor en no desafiarme desobedeciendo mi palabra.
Aulo se deshizo en promesas, y Marco lo dejó marchar. Solo entonces, cuando el proxeneta se hubo ido y la gente abandonó el lugar, Marco miró a la mujer que tenía entre manos. Y Aldana, haciendo un gran esfuerzo, levantó la cabeza para observar al hombre que la había comprado. Su sorpresa fue mayúscula.
—¡Tú! —dijo, con una desesperada mezcla de dolor y odio.
El romano no dijo nada, pero aquello fue demasiado para la astur, sometida a maltrato durante meses. Sin apenas comprender lo que ocurría, Aldana levantó la mano para intentar atacarle, y la debilidad la derrotó. Antes de concluir el movimiento, estaba inconsciente. Marco la levantó, con cuidado. Debía encontrar a alguien que le ayudase a llevarla a su insula.
[5] Como la de León, en España.
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