David Clyde Jones

Ética bíblica cristiana


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del amor así:

      “Así es necesario que el afecto del hombre sea inclinado de tal manera que, primero y principalmente, cada uno ame a Dios; segundo, que se ame a sí mismo: y tercero, que ame al prójimo. Y entre los que sean sus prójimos, debe prestar ayuda mutua a los que estén unidos más cercanamente con él, o que estén relacionados más cercanamente con él.”113

      Aunque Lutero y Calvino reaccionaron mucho en contra de la idea de un “orden del amor” que pusiera el amor propio arriba o antes del amor hacia el prójimo, William Ames sí encontró un lugar para eso en la teología reformada.

      “Este es el orden del amor: Debemos amar primero y sobre todo a Dios, y él es la razón formal del amor hacia el prójimo. Después de Dios, debemos amar a nosotros mismos con el amor de verdadera bendición, porque cuando amamos a Dios con el amor de unión, nos amamos a nosotros mismos directamente con el gran amor que busca nuestro bien espiritual. Como consecuencia, debemos amar a los demás, deseando que participen en la misma bendición con nosotros... Por lo tanto, el amor propio tiene la fuerza de una regla o una medida del amor hacia los demás. Ama a tu prójimo como a ti mismo.”114

      Jonathan Edwards perpetuó la tradición Agustiniana en el siglo dieciocho, pero con el equilibrio cuidadoso de dos aspectos. Por un lado, el amor propio no es malo; cada persona, incluyéndome a mí, es la imagen de Dios, y por eso merece ser amada. Por otro lado, la benevolencia, la disposición de desear y deleitarse en el bien de otros, es “el aspecto principal del amor cristiano, lo más esencial, y lo que mejor refleja el amor eterno de Dios, la gracia de Dios, y el amor demostrado en el sacrificio de Cristo.”115 El verdadero amor cristiano crea un espíritu de empatía y misericordia, y hace que la persona tenga interés en los demás.

      Debemos notar que Agustín no fundamentó su argumento de que el amor propio es un imperativo moral en el segundo gran mandamiento (aunque lo apoya), sino en el mandamiento de amar a Dios, quien desea lo que sea mejor para nosotros (vea Deuteronomio 10.13; Mateo 6.33; 1 Pedro 3.10-12). Tomando en cuenta el punto de referencia bíblico, en que la meta es la gloria de Dios y la norma es la voluntad de Dios, el concepto de deberes que buscan el bien propio no es un problema. Pertenecemos a Dios, y somos responsables ante él de preservar nuestra vida, practicar la pureza sexual, cuidar nuestras propiedades, y de mantener un buen nombre, y no solamente buscar el bien de los demás.116 El mandamiento de amar al prójimo como a ti mismo llega a tener valor como paradigma, porque en el fondo es un principio teo-céntrico.

      Aunque la Biblia no expresa ningún mandamiento directo, “amate a ti mismo”, sí contiene pasajes que aprueban el amor propio. Proverbios 19.8 dice, “El que posee entendimiento ama su alma; El que guarda la inteligencia hallará el bien.”117 El verbo amar se usa más fácilmente con referencia a otras personas, así que es natural que Pablo diga, “el que ama al prójimo, ha cumplido la ley” (Romanos 13.8). Amarse a sí mismo por causa de Dios es por cierto una virtud, pero hay que admitir que esto no es el significado más obvio del amor propio. La frase puede tener connotaciones positivas o negativas. Puede significar el egoísmo y la arrogancia, y puede significar la preocupación sana por el bien propio.

      En la filosofía, históricamente, el amor propio significa buscar el bienestar o la felicidad de uno mismo, y se considera algo natural y apropiado. La psicología contemporánea ha adoptado este uso filosófico de la frase, poniendo énfasis en actitudes positivas, como la auto-estima, el respeto por sí mismo, y la aceptación de sí mismo. El amor propio sirve para promover la autenticidad, la plenitud, y la realización de sí mismo. ¿Será bueno o malo esto? Depende si Dios está en el cuadro como la persona que determina el resultado de este proceso. Como dice Richard Mouw, “El cristiano debe estar dispuesto a decirle a Dios, ‘Hazme el tipo de persona que deseas que yo sea. Transforma, si te complace, mi concepto de lo que me hará feliz’”.118

      Afirmar lo que Dios desea de nosotros necesariamente significa negar el YO que aceptaríamos humanamente, según nuestra naturaleza pecaminosa (vea Tito 2.12). Cuando lo entendemos así, “la negación de sí mismo no es mala; es un cambio positivo de todo nuestro ser”.119 Los que queremos seguir a Jesús debemos negarnos a nosotros mismos y tomar la cruz cada día (Mateo 16.24; Marcos 8.34; Lucas 9.23). Incluso, debemos “odiarnos” a nosotros mismos (Lucas 14.26).120 Sin embargo, la meta de negarse a sí mismo y tomar la cruz, no es que lleguemos a ser nada, sino que lleguemos a ser realmente completos: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará” (Marcos 8.35, Mateo 10.39; 16.25; Lucas 9.24). John Burnaby concluye, “La negación que pide Cristo es una negación de la voluntad individual, personal, y privada, cuando no esté de acuerdo con la voluntad de Dios.”121

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