a la persona de Cristo (“Si me amáis...”), se expresa al hacer su voluntad (“guardad mis mandamientos”). Un aspecto no puede estar sin el otro.
El lado afectivo del amor se expresa frecuentemente en los Salmos, incluso, es el motivo para todo el salterio como el libro de la alabanza a Dios:
“Te amo, oh Jehová, fortaleza mía.” (Salmo 18.1)
“Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía.” (Salmo 42.1)
“Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán.” (Salmo 63.3)
“¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra.” (Salmo 73.25)
“Amo a Jehová, pues ha oído Mi voz y mis súplicas;” (Salmo 116.1)
El sentimiento es unido con la voluntad, porque los que aman a Dios también aman su ley: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación” (Salmo 119.97). Los que se regocijan en Dios también se regocijan en sus mandamientos: “Y me regocijaré en tus mandamientos, Los cuales he amado” (Salmo 119.47). Los que desean a Dios también desean hacer su voluntad: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmo 40.8). La razón es obvia: Amar a Dios significa amar al que es fiel en todo lo que hace, amar al que ama la justicia y la rectitud, amar al que ha llenado la tierra con su bondad (Salmo 33.4-5). Amar a Dios por lo tanto lleva necesariamente a amar la justicia y a desear ser justo, misericordioso, y fiel, tal como Él es, y tal como Él nos exige en su ley.
Debe ser una prioridad alta en la vida del cristiano desarrollar el aspecto sentimental del amor hacia Dios, usando los medios de la gracia (la Palabra, los sacramentos, y la oración). La falta reciente de énfasis en este aspecto se debe en parte a la enseñanza radical de Anders Nyegren, cuyo libro Ágape and Eros se considera una obra clásica.90 Según Nygren, el amor ágape debe excluir todo motivo de satisfacción en la relación con el objeto del amor; de otro modo, será solamente amor eros, que es egocéntrico. El ágape es “espontáneo, amor sin motivo”; busca solamente el bien del otro, “sin mirar a nada más”.91 A primera vista, esto parece correcto, ya que pretende ofrecer un amor cristiano distinto. Pero después de examinarlo un poco más, se notan varios errores serios en esta perspectiva. John Burnaby resume las implicaciones de la tesis de Nygren:
“La conclusión lógica, aceptada por Nygren, es que—ya que el hombre no puede amar a Dios en el sentido de eros, y no puede amarlo en el sentido de ágape, porque la criatura no puede ‘buscar el bien’ del Creador—el amor requerido en el primer gran mandamiento no se distingue de la fe, que es la única actitud correcta del hombre hacia Dios; además, el amor del cristiano hacia su prójimo no es nada más que el ágape de Dios mismo que fluye a través de los corazones humanos.”92
Nygren, para apoyar su posición, arguye que Pablo evita hablar del amor del hombre hacia Dios. “La entrega del hombre a Dios, sin reservas, es todavía el aspecto central en la vida cristiana, pero Pablo resiste usar el término ágape para describir esta actitud. Si lo hiciera, sería como decir que el hombre tiene una independencia y una espontaneidad en su relación con Dios, lo cual no tiene.”93 Seguramente Pablo estaría de acuerdo que el hombre no tiene tal independencia, pero en realidad ¿Pablo será tan reacio para hablar del amor del hombre hacia Dios? Típicamente habla del pueblo de Dios como “los que aman a Dios” (Romanos 88.28; 1 Corintios 2.9; 8.3). Los creyentes leen la bendición que él escribió, “La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable” (Efesios 6.24). El hecho de que se usa el verbo agapaō aquí, y no el sustantivo agapē, no es importante. Además, Pablo no utiliza el sustantivo ni en la famosa frase acerca de la fe, la esperanza, y el amor (1 Corintios 13.13), donde sería difícil excluir una referencia al amor del hombre hacia Dios. Es especialmente claro en 1 Tesalonicenses 1.3, donde hay expresiones paralelas: “de la obra de vuestra fe [en Dios], del trabajo de vuestro amor [para Dios] y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo”. Pablo no resiste hablar del amor hacia Dios, y el amor ágape es más complejo de lo que plantea Nygren. Aun así, todavía hay muchos que aceptan el enfoque de Nygren.94
Para ver un ejemplo reciente, un teólogo evangélico respetado escribe, “Eros tiene dos características principales: es un amor hacia algo o alguien digno, y es un amor que desea poseer. Agapē es distinto en los dos puntos: no es un amor hacia algo o alguien digno, y no es un amor que desea poseer.”95 En otras palabras, Eros es el deseo de poseer un objeto digno, y Ágape es el deseo de hacer beneficio para un objeto que no es digno. El autor encuentra que es necesario modificar los dos puntos. Citando el evangelio de Juan acerca del amor del Padre hacia el Hijo, y el amor del Hijo hacia el Padre (Juan 15.10; 17.26; 14.31), comenta, “Estos pasajes muestran que el agapē puede ser dirigido hacia un objeto digno.” Sin embargo, para rescatar su teoría, agrega, “Ya que este amor es espontáneo, se ejerce sin depender de los méritos del objeto, y se puede ejercer no solamente hacia un objeto digno, sino también hacia un objeto indigno.” El amor, según esta teoría, es más irracional que espontáneo. El autor también tiene que modificar la idea de que el ágape no tiene ningún deseo del objeto del amor. Dice, “por supuesto, hay un sentido en que Dios nos desea a nosotros; la Biblia entera expresa esta verdad.”
Ya que el contraste comienza a tener dificultades en los dos puntos críticos, se puede concluir que no debemos ni tratar de hacer tal contraste. Es totalmente apropiado insistir que Dios ama a los pecadores sin mérito. Sin embargo, van muy lejos cuando dicen que todo amor verdadero es “espontáneo y sin motivo”. Dios ama a los pecadores porque él los creó para sí mismo, y aunque no merecen su gracia, no son sin valor para él. Calvino, alguien que no se puede acusar de ser antropocéntrico, o blando en su trato de la depravación humana, lo expresa así:
“Porque Dios, suma justicia, no puede amar la iniquidad que ve en todos nosotros. Hay, pues, en nosotros materia y motivo para ser objeto de ira por parte de Dios. Por tanto, según la corrupción de nuestra naturaleza, y atendiendo asimismo a nuestra vida depravada, estamos realmente en desgracia de Dios y sometidos a su ira, y hemos nacido para ser condenados al infierno. Mas como el Señor no quiere destruir en nosotros lo que es suyo propio, aún encuentra en nosotros algo que amar según su gran bondad. Porque por más pecadores que seamos por culpa nuestra, no dejamos de ser criaturas suyas; y por más que nos hayamos buscado la muerte, Él nos había creado para que viviésemos. Por eso se siente movido por el puro y gratuito amor que nos tiene, a admitirnos en su gracia y favor.”96
Aunque están caídos, los pecadores todavía son criaturas de Dios y pueden ser redimidos—pero la salvación tiene un costo terrible. Esta disposición de pagar el costo demuestra la increíble profundidad del amor de Dios. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3.16). Lejos de ser “espontáneo y sin motivo”, según las Escrituras, el amor de Dios es volitivo y teleológico. “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1.4-6).
EL AMOR HACIA EL PRÓJIMO
El primer gran mandamiento nos insta a amar a Dios con todo el corazón, mente, alma, y fuerza. Para que no entendiéramos mal, pensando que la vida cristiana no tiene nada que ver con otras personas, Jesús agrega inmediatamente, “Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22.37-40). La “semejanza” no es nada superficial—Jesús afirma que la revelación bíblica de la voluntad de Dios se revela en estos dos mandamientos. El segundo es como el primero en su importancia, y en su alcance. Según el apóstol Pablo, el amor hacia el prójimo es el resumen (objetivamente) y el cumplimiento (subjetivamente) de la ley. El texto clásico es Romanos 13.8-10:
“No tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse