de comportarte como un tirano, papá! No te pega.
–Quizás no le pegue a tu padre, pero me pega a mí, cara mía –dijo Dante.
Min le lanzó una mirada cargada de rabia, lo cual le sorprendió, porque siempre lo había mirado con timidez. Pero la persona que estaba ante él ya no era una niña, sino una mujer fuerte y desafiante que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por Isabella.
Al pensar en la niña, se preguntó cómo era posible que Minerva tuviera algo que ver con un tipo del crimen organizado. ¿La habría seducido? ¿Lo habría seducido ella? ¿Habría un fondo de verdad en la absurda historia de que se había metido en su cama para aprovecharse de él, aprovechando que estaba supuestamente borracho?
Minerva tenía veintiún años, pero no le daba la impresión de que su experiencia con los hombres fuera larga o intensa. Aunque, por otra parte, podía estar equivocado. A fin de cuentas, se había presentado con un bebé y había anunciado públicamente que él era su padre. Quizá no la conocía tan bien como creía.
–Tu madre quiere hablar contigo –dijo Robert.
–Y supongo que Maximus querrá hablar conmigo –intervino Dante.
Robert lo miró con intensidad.
–Sí, supongo que sí. Pero, si te vas a casar con ella… ¿Te has dado cuenta de que ese matrimonio pondrá King Industries en tus manos?
–Sí, ya lo había pensado –replicó, sin molestarse en disimular.
–Si las circunstancias fueran distintas, desconfiaría de ti –le confesó Robert–. Pero no preguntaste por el bebé, ni hiciste esfuerzo alguno por saber si era tuyo.
–Porque no pensé que fuera mío –declaró Dante–. Y no, huelga decir que yo no he tramado esto.
Dante sonrió.
–No, claro que no. Si lo hubieras tramado tú, habría sido más limpio y directo.
–Al menos, estamos de acuerdo en algo.
–En fin, os dejaré en paz un rato. Pero espero que os caséis tan pronto como sea posible, Dante. No quiero que la reputación de mi hija acabe por los suelos. Diremos que Minerva guardó en secreto a la niña porque tenía miedo de que no quisieras reconocerla, y que cuando tú descubriste la historia…
–No es una historia –lo interrumpió Dante–. Es la verdad.
Robert no se molestó en discutir. Salió del despacho, cerró la puerta y los dejó a solas.
–Eres tonta, Minerva. ¿No pensaste que tendrías que casarte conmigo?
–No, no creí que mi padre quisiera forzar el asunto. Reaccionó con tanta naturalidad cuando me presenté en casa con Isabella que ni siquiera se me pasó por la cabeza. Pensé que no le importaba, que le daba igual que hubiera tenido un bebé con un desconocido.
–Claro, porque no podía obligar a un desconocido a casarse con su hija. Pero yo no soy un desconocido, Min. Tendrías que haberlo imaginado.
–Sí, puede que tengas razón… pero, cuando Carlo me envió ese mensaje, me entró pánico e hice lo primero que se me ocurrió, es decir, ponerme delante de las cámaras. Y no me arrepiento. Ni siquiera ahora.
–Excelente. Me alegra que estés tan dispuesta a meterte en la trampa que tú misma has montado –replicó.
–¿Cuánto tiempo tendremos que estar casados? Supongo que tendremos que enfrentarnos a Carlo en algún momento; pero, aunque no sea así, debería ser un tiempo razonablemente largo, lo justo para que el asunto se olvide.
Dante la miró con sorna.
–Cara, olvidas que soy católico. No me divorciaré de ti.
Capítulo 3
DURANTE las dos semanas siguientes, Minerva no dejó de pensar en la súbita devoción católica de Dante. No podía hablar en serio. Su matrimonio debía tener fecha de caducidad, aunque solo fuera porque la idea de atarse a él hasta el final de sus días le parecía absurda. Al fin y al cabo, Dante jamás se habría casado con ella en otras circunstancias y, en cuanto a ella, querría estar con un hombre que la quisiera en algún momento.
Sin embargo, era verdad que no se arrepentía de haberse inventado una historia tan enrevesada. Podría haber llamado a la policía cuando supo lo de Katie. Podría haber dejado a la niña en manos de las autoridades. Podría haber regresado a los Estados Unidos y haber seguido con su vida, lejos del peligroso Carlo. Pero se había acostumbrado a Isabella, y la quería tanto como si fuera suya.
¿Quién iba a pensar que Robert y el propio Dante se empeñarían en formalizar la situación, obligándola a casarse?
De todas formas, el catolicismo de Dante dejó de preocuparle cuando se dio cuenta de que había una solución para su problema: que el matrimonio se declarara nulo. Por supuesto, eso implicaba que no se llegara a consumar, pero estaba convencida de que ninguno de los dos corría el peligro de dejarse caer en la tentación.
Cuando llegó el día de la fiesta oficial de su compromiso, estaba casi triunfante. Su familia tenía la impresión de que iba a ser una boda de verdad y, como el novio era Dante Fiori, se lo habían tomado como si fuera todo un acontecimiento; pero Minerva sabía que no era ninguna de las dos cosas, así que se lo tomó con tranquilidad y quedó con su hermana para arreglarse el pelo, maquillarse y vestirse.
–Necesitas dorado –dijo Violet con firmeza–. Sombra de ojos dorada, maquillaje dorado y un vestido dorado.
–Pareceré la estatuilla de los Oscar –protestó Minerva.
–Justo lo que debes parecer –comentó su hermana–. A fin de cuentas, eres el premio que Dante ha ganado.
–¿Por qué dices eso, si crees que he sido yo quien se ha llevado el premio? Desde tu punto de vista, el premio es Dante.
–Sí, reconozco que estuve encaprichada de él, pero ya lo he superado.
–¿Te encaprichaste de él? –preguntó, sorprendida–. Vaya, no lo sabía.
–Y tú también, según dice mamá.
Min suspiró.
–Está visto que las noticias vuelan en esta familia.
–Dice que te ha gustado siempre…
–Sí, es cierto –confesó Minerva–. Por eso lo seguía a todas partes.
A decir verdad, Min no habría sabido definir lo que sentía por Dante. Siempre había tenido la necesidad de estar cerca de él y de mirarlo, como si fuera un león encerrado en una jaula. Quizá, porque era emocionante y salvaje, es decir, lo que ella no era. Quizá, porque tenía el aire de un dragón escapado de un cuento de hadas. Quizá, porque despertaba la naturaleza romántica de su corazón.
Sin embargo, su romanticismo no tenía nada que ver con él y, desde luego, tampoco significaba que estuviera enamorada.
–Bueno, eso ya no importa –replicó Violet–. Hace tiempo que dejé de estar encaprichada de Dante. Pero es muy guapo, ¿verdad?
Minerva se ruborizó. De repente, se sentía culpable por casarse con un hombre que le gustaba a su hermana y, por si eso fuera poco, por casarse sin que le gustara de verdad.
–Qué cosas digo… –continuó Violet–. Tú lo sabrás mejor que nadie, porque es obvio que lo habrás visto desnudo.
El rubor de Minerva se volvió más intenso. No, nunca lo había visto desnudo, y no tenía ninguna intención de verlo.
–En fin, vamos a prepararte para la boda.
Violet se puso manos a la obra, y arregló a su hermana rápidamente.
Cuando Minerva se miró en el espejo, le sorprendió que le hubiera dejado el pelo suelto por la parte