Varias Autoras

E-Pack Bianca y Deseo octubre 2020


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de que lo llevaba así porque no sabía qué hacer con su pelo.

      En cuanto al vestido, no podía estar más contenta. Enfatizaba sus curvas al máximo y, como ella tenía poco pecho, el pronunciado escote resultaba de lo más elegante.

      –Me encanta –dijo, llevándose una mano al pelo.

      Violet alcanzó su mano, examinó sus dedos y declaró:

      –Espero que Dante te regale un anillo.

      –Oh. No lo había pensado.

      Su hermana entrecerró los ojos.

      –¿Quieres casarte con él, verdad?

      –Necesito casarme con él. Lo necesito desesperadamente.

      –Excelente.

      Momentos después, Violet le dio el calzado que había elegido para ella. Y Min se alegró de que no fueran zapatos de tacón de aguja, sino unas sandalias tan cómodas como bonitas, que la hacían sentirse extrañamente grácil.

      Concluidos los preparativos, dejó a su hermana con intención de bajar a la fiesta y, cuando ya había llegado a la escalera, se encontró con su madre.

      –Vaya, me dirigía a tu habitación en este mismo momento…

      Elizabeth King era una mujer extraordinariamente bella, aunque se parecía más a Violet y a Maximus que a Minerva. Por supuesto, nadie habría podido negar que eran de la misma familia, pero sus padres y sus hermanos tenían rasgos más clásicos que los suyos, y siempre se había sentido maltratada por la genética.

      Por ejemplo, su nariz era como la de su madre, pero más larga. Y donde los demás tenían pómulos que parecían esculpidos en piedra, ella los tenía redondeados que le daban cierto aire rollizo a pesar de su complexión delgada y de que no le sobraba ni un gramo de grasa en todo el cuerpo.

      –Pues estoy aquí –replicó Minerva.

      –Y estás preciosa –dijo su madre–. ¿Preparada?

      –Sí ¿Es que no lo parezco? –preguntó, sintiéndose horrorosamente insegura.

      –Por supuesto que sí. No pretendía insinuar lo contrario… ¿Estás bien, Minerva? ¿Seguro que te quieres casar? Porque, si no quieres, hablaré con tu padre y suspenderemos la boda. Sé que se enfadará e insistirá en que Dante haga lo que considera correcto, pero no debes casarte si no estás enamorada de él.

      Minerva sonrió para sus adentros, consciente de que su madre solo quería lo mejor para ella. Pero también fue consciente de que su felicidad era lo que menos importaba.

      Siempre había sido así, y estaba tan acostumbrada que ya ni le dolía.

      Su madre era una antigua modelo de pasarela; Violet se había convertido en una magnate de los negocios y Maximus había multiplicado la fortuna de su padre, uno de los empresarios más famosos del mundo. Todos brillaban con luz propia. Todos eran un diamante pulido. ¿Y qué era ella? Una privilegiada que disfrutaba de la vida con el dinero de su familia, una niña rica de quien nadie esperaba nada.

      Sin embargo, Isabella y Carlo habían cambiado la opinión que tenía de sí misma. Gracias a ellos, había descubierto que era capaz de luchar cuando las cosas se ponían mal. Había aprendido que tenía el carácter necesario para afrontar los problemas.

      –No te preocupes por mí –dijo a su madre–. Sé lo que estoy haciendo.

      Minerva fue completamente sincera. Por primera vez en su vida, sabía lo que estaba haciendo. O, por lo menos, tenía un plan más importante que pasar desapercibida.

      Momentos después, su madre la acompañó hasta el exquisito patio trasero de la mansión, que daba a una playa privada. El sol se estaba ocultando y, mientras Min miraba a los invitados, se dijo que todo saldría bien. Dante la ayudaría a librarse de Carlo y, cuando ya estuviera a salvo, se divorciaría de él.

      Pero, al verse entre un montón de desconocidos, se preguntó si estaba haciendo lo correcto. Allí no había amigos suyos. Los pocos que tenía, vivían lejos y, por supuesto, Katie se había ido para siempre.

      Deprimida, tuvo que recordarse que se iba a casar por el bien de Isabella. Y seguramente se habría animado si no hubiera visto entonces al hombre con el que se iba a casar.

      Estaba tan impresionante que se estremeció por dentro. Llevaba una camisa blanca y unos pantalones oscuros que, por algún motivo, la hicieron ser muy consciente de la potencia de sus piernas.

      –Me alegro de verte, cara mia –dijo él–. Empezaba a pensar que no aparecerías.

      –Ya conoces a Violet. No habría permitido que saliera antes, porque cree que hay que llegar tarde a todas las fiestas.

      –Sí, es una idea típica de tu hermana.

      –En su opinión, hay que hacer una entrada que llame la atención, y no puedes llamar la atención si llegas pronto.

      –Vaya, no sabía que he estado llegando mal todos estos años –ironizó él.

      Min admiró brevemente sus anchos hombros, su imponente altura y su escultural mandíbula.

      –Oh, vamos, tú creas espectáculo tanto si llegas pronto como si llegas tarde.

      –Gracias –replicó Dante, inclinando la cabeza.

      –No lo he dicho como cumplido.

      –Pero me lo tomo como si lo fuera. Al fin y al cabo, debes de estar encantada de verme, ¿no? Te gustaba tanto que decidiste seducirme estando borracho y te aprovechaste de mí –volvió a ironizar.

      –¿Qué querías que hiciera? Tenía que inventarme alguna historia –se defendió–. De lo contrario, mi padre te habría arrancado la piel.

      –La oferta de matrimonio era suficiente, aunque agradezco que te tomaras tantas molestias para protegerme.

      –Te necesitaba vivo, Dante.

      –Eso no es del todo cierto. Si Carlo hubiera pensado que tu padre me mató por haberte dejado embarazada…

      –Bueno, no te quiero muerto. Por lo menos, de momento –dijo ella–. Aunque he encontrado una solución para el problema del divorcio.

      Él entrecerró los ojos.

      –¿Ah, sí?

      –Sí. Solo tendremos que conseguir una anulación.

      –¿Una anulación?

      –Sí, porque no habremos consumado el matrimonio.

      Dante la miró de arriba abajo y dijo:

      –¿En qué planeta vives? Nadie creería semejante historia.

      –¿Cómo que no? Tú mismo dices que no te gustan las mujeres como yo. Y no me ofende que lo digas, porque a mí tampoco me gustan los hombres como tú –mintió ella, dándole una palmadita en el brazo–. Tus gustos en materia de mujeres son de conocimiento público. Nadie se llevaría una sorpresa.

      –No, nadie salvo tu familia y toda la población del país, a los que has convencido de que Isabella es mía.

      –Bueno, diremos que fue un desliz y que la pasión se apagó cuando nos casamos. Para entonces, Carlo ya no será un problema, y la prensa se olvidará de nosotros.

      –Minerva, la prensa se olvidaría de nosotros si solo se tratara de ti. Pero, desgraciadamente, me metiste en este lío, y nunca se olvidarían de mí.

      Minerva suspiró, preguntándose cómo era posible que un ego tan grande y pesado como el suyo no lo aplastara por completo.

      –Funcionará –insistió.

      –¿Crees que tu padre permitiría que nos divorciáramos?

      –Si se lo explicamos bien…

      –¿Explicárselo?

      –Mi