al infierno, Justice.
Para alivio de Daisy, aquella respuesta demostraba que la voz de Pretorius pertenecía a un ser humano. Entonces recordó que Justice le había dicho que Pretorius era su tío.
–Creo que he descubierto cómo nos ha encontrado. Estoy negándole el acceso. Ya está.
–¿Ya está? –preguntó Daisy–. ¿Somos ya invisibles a Jett? Supongo que comprenderéis que he llegado aquí con un GPS.
–No tardaremos mucho en marcharnos de aquí.
–Eso me resulta difícil creerlo, a nos ser que ya tengas otro sitio preparado –dijo ella. El brillo en los ojos de él confirmó esta sospecha–. Está bien. ¿Sabes una cosa, Justice? Adelante. Detenme aquí mientras tu tío y tú os largáis a vuestra nueva cueva. Francamente, no me importa.
–Ya te he dicho que no nos estamos escondiendo.
–Pero aún no me has preguntado por qué he venido. Has estado tan preocupado por saber cómo te he encontrado que has pasado por alto la cuestión principal.
–¿La de la razón por la cual me escribiste veintiséis cartas? Por no mencionar la de por qué, después de tanto tiempo, te has tomado tantas molestias para localizarme. ¿A esas cuestiones te refieres?
Justice había recibido sus cartas y no se había puesto en contacto con ella. Una potente ira se apoderó de ella.
–Sí, esas cuestiones –respondió apretando los dientes.
–No me tengas en suspense. ¿Qué podrías tener que decir que no me dijeras hace diecinueve meses y quince días?
¿Justice quería que fuera al grano? Lo haría.
–Tienes una hija.
Capítulo 5
Justice siempre se había considerado un hombre muy racional. Inteligente. Sensato. Tranquilo. Un hombre que controlaba sus emociones. Sin embargo, aquellas sencillas tres palabras le acababan de descubrir lo equivocado que estaba.
–¿Cómo…?
–¿Que cómo se llama? Noelle.
–¿Cuándo…?
–¿Que cuándo nació? Hace exactamente once meses y un puñado de días. La mañana de Navidad para ser exactos. Si quieres que te especifique más, registraron el momento preciso de su alumbramiento en el certificado de nacimiento. Haré que te manden una copia.
–¿Cómo…?
–¿Cómo sé que tú eres el padre? Porque tú eres el único hombre con el que me he acostado en los tres últimos años. Sin duda, querrás una prueba de ADN, a lo que no me opongo. Pensaba que deberías saber lo de Noelle, por lo que me he pasado el último año y medio tratando de localizarte sin conseguirlo. Pero eso, dado que tú recibiste todas mis cartas, ya lo sabes. ¿Estás escuchando, Pretorius?
–Sí… –susurró la voz del tío.
–Ya me parecía. Noto el parecido familiar. A Jett solo le costó unas pocas semanas encontraros. Creo que eso significa que mi experto en ordenadores es mejor que el tuyo. Ahora, ¿qué era lo que decías sobre lo de retenerme aquí?
–¡Maldita sea tu sombra!
Daisy se plantó las manos en las caderas.
–Espero que no utilices esa clase de palabras delante de nuestra hija. Habla mucho para ser tan pequeña y trata de repetir todo lo que se le dice.
–La quiero. Os quiero a las dos.
Daisy levantó la barbilla y lo contempló con gesto desafiante, lleno de furia femenina.
–No creo que me merezcas. Y estoy segura de que no te mereces a Noelle.
–Si eso es lo que crees, ¿por qué estás aquí?
–Te merecías saber que tienes una hija. Ahora que ya lo sabes, no tengo nada más que hacer aquí.
Justice estaba seguro de que ella le ocultaba algo.
–Hay más que eso, ¿verdad? –le preguntó. Sin embargo, estaba seguro de que ella no tenía intención de explicarse a sí misma–. No importa. Considerando lo celoso que yo soy de mi propia intimidad, no pienso entrometerme en la tuya.
–Gracias.
–Pero si puedo ayudar, lo haré –dijo. Se sorprendió al decir aquellas palabras, dado que no había tenido intención alguna de decirlas.
Daisy estudió su rostro durante un largo instante. Entonces, asintió.
–Gracias. Te lo agradezco.
Tanto si se había dado cuenta como si no, el anuncio de Daisy le había dado la oportunidad perfecta de conseguir los objetivos que se había propuesto hacía más de dos años: crear una familia. Tener alguien en la vida a quien él le importara. Aunque Daisy no cumpliera las condiciones para convertirse en su ayudante ni en la perfecta esposa, tenía potencial para encajar en muchos de los parámetros. Diablos. Él estaba dispuesto incluso a alterar su estilo de vida para amoldarse a lo que ella requiriera como esposo.
Además, estaba Noelle. Le costaba respirar al pensar en su hija. Una hija. ¡Tenía una hija! Era sorprendente pensar en cómo un hecho tan sencillo había cambiado el modo en el que procesaba la información. Descubrió que la quería, incluso sin conocerla. Las quería y las necesitaba a ambas de un modo que encontraba inexplicable. Costara lo que costara, le daría a Daisy lo que le pidiera para tener a su familia a su lado.
Se dirigió a la mesa y sacó una silla.
–Sentémonos para hablar de esto.
¿Cuántas ayudantes/esposas había entrevistado desde la noche que pasaron juntos? ¿Cuántas veces había trabajado Pretorius es su programa informático en un esfuerzo de encontrar a la mujer perfecta? ¿Cuántos fallos había habido?
Y todo porque ninguna de las candidatas era Daisy. Por fin lo había comprendido. Por supuesto, encajaban perfectamente con sus requerimientos. Eran ingenieras, inteligentes, racionales y sensatas. Algunas eran incluso más atractivas que Daisy, aunque, por alguna razón inexplicable, su belleza lo dejaba frío. Para ser justo, ninguna de ellas revelaba maldad alguna, pero no habría dicho que eran amables. Tal vez la falta de profundidad emocional evitaba que ellas exhibieran las cualidades que Daisy poseía tan abundantemente.
Fuera como fuera, su búsqueda había tenido como resultado una única candidata… Daisy. En aquel momento tenía la oportunidad de moldear a la mujer que quería para convertirla en la perfecta esposa.
–Pensaba que íbamos a hablar –le dijo ella con otra de sus irresistibles sonrisas.
–Hablar es lo fácil.
–¿Y cuál es la parte menos fácil? –le preguntó ella.
–No sé cocinar ni Pretorius tampoco.
–Tal vez eso explica la falta de electrodomésticos.
–En el armario que hay a mis espaldas, hay un frigorífico y un congelador completamente equipados –comentó él mientras tomaba asiento–. También hago que venga una persona una vez por semana para que nos prepare la comida, por lo que puedes tachar eso de tu lista.
–No sabía que tuviera una lista –comentó ella frunciendo el ceño.
–Te la estoy haciendo yo.
Daisy entornó los ojos.
–¿Y por qué ibas a hacer eso? ¿Y por qué iba a importar que sepas o no cocinar o si tienes a alguien que te prepare las comidas? Eso no tiene nada que ver conmigo.
Se acercaba el momento de decirle la parte más dura. No había razón para retrasar lo inevitable. Era mejor ir al grano.
–Tiene que ver mucho contigo porque