la conversación que tenías con Noelle –respondió ella. Entonces, antes de entregarle los papeles que llevaba en la mano, se dio cuenta de que su imagen aparecía en todas las pantallas de ordenador que habían en la sala–. Dios santo. ¿Para qué es eso?
–Son fotos de tus respuestas emocionales a varios estímulos. También tengo vídeos. Ya sabes que te lo comenté.
–Es cierto. Quieres enseñar a Emo a interpretar nuestras expresiones. ¿Y también tienes vídeos?
–Sí.
–¿Me los puedes enseñar?
Justice tomó un mando a distancia y lo dirigió a uno de los ordenadores. Inmediatamente, la pantalla comenzó a mostrar una película en la que se la veía a ella dirigiéndose a la cocina. Recordaba aquel día. Había sido a los pocos días de llegar, antes de que comenzara a pintar las paredes. Había sido una tarde bastante mala. Daisy se sentó a la mesa y ocultó el rostro entre las manos.
La cámara cambió de ángulo y mostró también a Aggie preparando una ensalada.
–Veo que la pintura no ha ido bien.
–Podríamos decir eso. No lo comprendo, Aggie. Debería haberlo superado ya. Sin embargo, cada vez que veo un lienzo en blanco… Creo que no volveré a pintar.
–Por supuesto que sí. Solo es cuestión de tiempo.
–¿De cuánto, Aggie? Ya hace casi dos años. Parece como si hubiera perdido todo el deseo de pintar. Lo perdí justo después de que Justice y yo… Pensé que lo encontraría aquí.
–Ahora que vuelves a estar con Justice, estoy segura de que lo recuperarás enseguida. Espera y verás.
–Yo le a…
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Daisy recordó que, en ese mismo instante, había estado a punto de admitir que estaba enamorada de Justice, pero había sido incapaz, o no había querido, admitir la dolorosa verdad.
–Yo adoro pintar. No sabes lo mucho que lo echo de menos…
La grabación terminó justo cuando Daisy se echaba a llorar.
Antes de que ella pudiera reaccionar, Justice le quitó los papeles de la mano y la abrazó.
–Lo siento. ¿Te encuentras bien?
–Sobreviviré –replicó ella mientras se apartaba de él–. No lo entiendo. ¿Por qué guardas esa grabación cuando sabes lo dolorosa que me resulta?
–Precisamente por eso. Tengo varios de Noelle llorando, pero no es lo mismo. Los adultos no son tan abiertos como los niños. Quiero que Emo lo capte todo. Puedo borrarlo si quieres. Tengo otros vídeos de Jett, de Pretorius y de Aggie.
–Vaya, veo que tienes de todos. ¿Y tuyos, Justice? ¿Acaso tienes algún vídeo que refleje lo que tú sientes?
–Yo experimento ciertas cosas, pero no creo que ninguna de ellas beneficie a Emo. Además, no puedo darle a Emo lo que no poseo.
–En eso te equivocas. Claro que posees esos sentimientos. Por supuesto, los has protegido bajo siete llaves y las has arrojado todas, pero si me dejaras…
–¿Y si descubrieras que no hay nada detrás de las puertas cerradas? Yo soy un ser sin sentimientos. Carezco de empatía.
–Estás repitiendo las palabras de alguien. ¿De quién?
–De cualquiera de los padres de acogida que tuve. Ni siquiera mis propios padres me entendieron.
–Justice, tú solo tenías diez años cuando murieron. Estoy segura de que eso no es cierto.
–Te equivocas. En una ocasión escuché cómo mi madre le decía a mi padre que pensaba que yo era incapaz de amar. Que me parecía a Pretorius y que terminaría como él.
–Eso no es cierto, Justice. No eres incapaz de amar. ¿Por eso te niegas a pronunciar las palabras? ¿Porque alguien te creyó incapaz de amar y tú lo creíste a pies juntillas?
–Ya basta. ¿Por qué has venido, Daisy?
Daisy dudó un instante, pero la frialdad de la voz de Justice la animó a seguir. Volvió a tomar los papeles que Justice le había quitado de las manos.
–Justice, ¿sigues buscando ayudante/esposa?
–No. Ya no necesito una ayudante. Dentro de pocos años, Noelle podrá ayudarme como aprendiz. Ahora, solo me interesa encontrar esposa.
–¿Estás interesado en que una de estas mujeres sea tu futura esposa?
Sin saber qué era lo que Daisy decía, Justice tomó varias páginas y las examinó.
–Son de mi programa para encontrar ayudante/esposa. ¿Cómo las has conseguido?
–La impresora las estaba imprimiendo cuando pasé por allí.
–Vaya… supongo que eso significa que el programa sigue funcionando.
–He leído las biografías de estas mujeres. Yo no me parezco nada a ellas.
–No, pero tampoco ninguna de ellas encaja con mis parámetros.
–Tus parámetros son para la esposa perfecta. Estas mujeres no lo son, Justice. Nadie lo es. La perfección no existe.
–Eso ya lo sé.
–¿Sí? –preguntó ella acercándose más a Justice–. ¿Por qué me deseas? ¿Es porque soy la madre de Noelle o porque soy yo? No soy solo un cuerpo, ¿sabes? No soy tan solo alguien para calentarte la cama. Soy yo. Y mi listado de los requerimientos para el esposo perfecto incluye la unión emocional.
–Ya hemos hablado de esto. Te expliqué que…
–¿Por qué estás construyendo un robot que es capaz de interpretar sentimientos? ¿Para que Emo pueda decirte lo que tú no sabes interpretar? ¿Cuántos Emos ha habido? ¿Cuántos has tenido que desguazar para volver a montar? ¿Es eso lo que me va a ocurrir a mí si no te satisface el modo en el que funciono? ¿Me harás trozos para poder volver a empezar?
–¿Te he dicho yo alguna vez esas cosas? –le preguntó él reaccionando por fin con sentimiento–. ¿Te he pedido alguna vez la perfección?
–No.
–No, efectivamente. Nunca te he dicho nada de eso. Y, para tu información, ni siquiera lo he pensado.
–Debes de haberlo hecho en algún momento dado que tienes un montón de nombres que has descartado porque no te satisfacían.
–Si hubiera querido que una de esas mujeres estuviera aquí en tu lugar, habría elegido a Pamela. O habría elegido a alguien en aquella conferencia de hace veinte meses, veinte días… veinte… veinte… ¡Maldita seas, Daisy! Ya ni siquiera sé calcular las horas y los minutos…
–Veintiuna horas y doce minutos –susurró ella.
Justice cerró los ojos. Parecía estar completamente agotado.
–Deja que te aclare un punto. La única mujer a la que deseo eres tú.
Daisy lo miró. Ya no podía sentir ira hacia él. Se dirigió a su lado y lo abrazó. Él la estrechó contra su cuerpo.
–¿Qué vamos a hacer, Justice?
–Tendremos que seguir intentándolo. Tenemos que hacerlo, Daisy… por favor, no pierdas la esperanza en mí…
Sin embargo, no fue así.
–Llamada telefónica de Cord O’Malley –anunció el ordenador.
–Pásamelo. Sí, Cord. Dime qué puedo hacer por ti.
–Solo quería confirmar un encargo.
–Es Daisy la que se ocupa de eso. Pensé que ya había quedado claro.
–Sí,