y seguimos aquí. En el mismo lugar. El mismo día. A la misma hora.
–¿Y? –preguntó Janine, mientras la camarera les llevaba por fin las tres copas que habían pedido.
Cuando la camarera se hubo marchado, Debbie tomó su copa y le dio un trago.
–A eso me refiero yo. ¿Por qué estamos satisfechas con permanecer en este bar? ¿Por qué no queremos romper con todo esto? ¿Tratar de experimentar algo nuevo?
–¿Como qué?
–Como… –dijo Debbie, interrumpiéndose–. Bueno, no se me ocurre nada, pero deberíamos hacer algo.
–Tal vez… –susurró Janine. Entonces, cerró rápidamente la boca y sacudió la cabeza–. No. No importa.
–¿El qué?
–No puedes empezar a decir algo y luego arrepentirte –protestó Caitlyn.
–Bien –dijo Janine, con una sonrisa. Entonces tomó un sorbo de su bebida–. Llevo un par de días pensando en esto. Ninguna de las tres se ha casado. Ninguna de nosotras va a tener la luna de miel que habíamos planeado. Ninguna de las tres se ha gastado el dinero que había estado ahorrando para la boda, luna de miel, etc.
–¿Y? –preguntó Debbie.
–Anoche se me ocurrió de repente que… ¿por qué no nos gastamos juntas ese dinero?
–¿Cómo? –preguntó Caitlyn, muy interesada.
–En unas vacaciones en las que lo fundamos todo –sugirió Janine, con los ojos brillantes por su propia idea–. Sugiero que cada una nos tomemos las cuatro semanas que habríamos utilizado para irnos de luna de miel y que nos vayamos de viaje juntas. Podríamos irnos a algún lugar maravilloso a que nos cuiden, a beber, a jugar y a acostarnos con hombres con tanta frecuencia como sea humanamente posible.
–Veo que lo has estado pensando muy bien, ¿verdad? –comentó Debbie.
–Bueno, sí –admitió Janine–. Desde el sábado por la noche, cuando Caitlyn llamó para contarme lo de Peter. Me sentí tan furiosa por lo ocurrido que fue entonces cuando me di cuenta de que las tres habíamos tenido un año nefasto y me pareció que nos merecíamos divertirnos un poco.
Debbie soltó un suspiro y luego dio un sorbo a su copa.
–A mí me parece muy bien.
Caitlyn sentía que la sangre le hervía en las venas. La emoción y la alegría se habían apoderado de ella.
Había pasado un pésimo fin de semana y el día hasta aquel momento había sido para olvidar. ¿Acaso no se merecía divertirse un poco? Aquello podría ser precisamente lo que necesitaba. Asintió.
–Me parece una idea genial –dijo–. ¿Cuándo nos vamos?
Janine miró a sus dos amigas y se echó a reír.
–Dentro de dos semanas. El tiempo suficiente para que encontremos a alguien que nos sustituya en nuestros trabajos, pero no demasiado para que podamos convencernos de que marcharnos es una locura.
–Tienes razón, Janine. Si no nos vamos ahora, terminaremos convenciéndonos para no ir –advirtió Debbie.
–Es cierto –dijo Caitlyn, sabiendo que era así–. Muy bien. Dentro de dos semanas. Si podemos conseguir hacer la reserva en algún sitio.
–Fantasías –susurró Janine, con los ojos llenos de un brillo muy especial.
–Vaya… –musitó Debbie, dejándose caer sobre el respaldo de su silla.
Tomó su copa y empezó a pensar en las posibilidades que tenían. Fantasías era uno de los centros hoteleros más exclusivos de todo el mundo. Todo lo que Caitlyn había leído sobre aquel lugar sugería noches desenfrenadas y días gloriosos plenos de romance y atenciones.
Justo lo que las tres necesitaban.
–Jamás podremos reservar en un lugar como ése –protestó Debbie.
–Ya he reservado –anunció Janine guiñando un ojo–. Llamé ayer y reservé tres habitaciones. Habían tenido unas cuantas cancelaciones, por lo que hemos tenido suerte. A mí me parece que es el modo en que el destino nos dice que ha llegado nuestra hora. Que tenemos que hacerlo.
–No me puedo creer que ya hayas hecho las reservas.
–Bueno –dijo Janine–. Me imaginé que si no os podía convencer, siempre podía cancelar las reservas.
Caitlyn sintió que una maravillosa excitación se apoderaba de ella. Fantasías. Había leído tanto sobre aquel lugar en periódicos y revistas que no podía negarse a conocerlo personalmente con sus dos mejores amigas.
–Yo me apunto –anunció golpeando el centro de la mesa con una mano.
–Bueno, ya sabéis que yo me apunto, dado que fue idea mía –dijo Janine cubriendo la mano de Caitlyn con la suya propia. Entonces, las dos se volvieron a mirar a Debbie.
–Esto es una locura… sabéis que tengo razón, ¿verdad? Estamos hablando de marcharnos de vacaciones y fundirnos un montón de dinero pasando unas pocas semanas en un lugar de ensueño sólo por un capricho –susurró Debbie, sin dejar de morderse los labios.
–¿Qué es lo que quieres decir? –le preguntó Janine.
–Pues lo que estoy diciendo… Pero bueno, yo también me apunto –dijo Debbie colocando por fin la mano encima de las de sus amigas.
–Esto va a ser genial. Lo necesito tanto –musitó Caitlyn–. Todas necesitamos marcharnos un tiempo.
–Algunas más que otras –murmuró Debbie. Entonces, hizo un gesto indicando la puerta.
–¿Qué está haciendo él aquí? –preguntó Janine.
Con curiosidad, Caitlyn se giró en su asiento y sintió que el alma se le caía a los pies. Jefferson Lyon acababa de entrar en el bar como si fuera dueño del local. Estaba allí, como una estatua, examinando a todo el mundo con sus penetrantes ojos azules hasta que por fin localizó a Caitlyn. Entonces se dirigió hacia ella con decisión.
–Vaya –susurró Debbie–. Jamás me habría imaginado que ese hombre vendría a un lugar como éste.
–Sí –asintió Janine–. Decididamente no es su estilo.
Caitlyn tenía que darles la razón a sus amigas. En medio de una multitud de pantalones vaqueros y camisetas, su traje de Armani resaltaba como si se tratara de una luz de neón. En realidad, Jefferson Lyon destacaba en cualquier sitio. Tenía como una especie de aura. Transmitía poder, sensualidad y…
«No sigas por ese camino», se dijo mientras se ponía de pie para encontrarse con él. Al hacerlo, sintió algo caliente que se le iba extendiendo por las venas. Ni siquiera sabía que conociera la existencia de aquel bar.
Mientras lo observaba fue consciente también de que todas las mujeres de la sala estaban haciendo lo mismo. ¿Cómo iba a sorprenderle que él despertara tanta admiración entre el sexo opuesto? Su modo de andar sugería poder y languidez al mismo tiempo. Se movía de un modo que hacía que ninguna mujer pudiera dejar de preguntarse cómo lo haría en la cama…
Oh, Dios…
–Caitlyn…
–Jefferson, ¿qué estás haciendo aquí?
–Evidentemente, necesitaba verte por algo que no puede esperar.
–¿Y cómo has sabido dónde estaría?
–Es lunes por la noche. Los lunes por la noche siempre estás aquí.
–Eso ya lo sé, pero, ¿cómo lo sabes tú? –preguntó, sorprendida de que no supiera el nombre de su prometido pero sí conociera aquel detalle.
Jefferson