Katy Evans

Best Man


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no puedo evitarlo.

      —Estoy tan contenta de que hayas venido.

      —¡Pues claro que he venido! Aunque pensaba que Weston sería el primero en casarse. ¿Dónde está?

      Miro a mi alrededor en busca de mi hermano Weston. Lo invitaron a la despedida de soltero de ayer por la noche, pero dijo que estaba «más allá» de todo eso porque acababa de cumplir treinta años. Y, además, nunca hace nada excepto trabajar. Es una pena, porque habría sido genial contar con su informe de la velada.

      —Puede que esté en el gimnasio o trabajando. Ya lo conoces.

      Sacude la cabeza, decepcionada.

      —¿Sabes al menos si tiene novia?

      Niego con la cabeza. West tiene muchas chicas, tantas que he perdido la cuenta. Se las traga y las escupe para pasar el rato.

      —Nadie especial.

      —Qué pena, con lo guapo que es. Por cierto, hablando de hombres guapos, ¿dónde está tu prometido? ¿Aaron, verdad? He oído que es bastante atractivo, y me gustaría conocerlo.

      —Claro que sí —respondo a la vez que me muerdo el labio, aunque seguro que eso tampoco es bueno para mi aspecto—. Ayer fue la despedida de soltero y parece que estuvieron hasta bastante tarde, pero vendrá pronto. ¿Cómo ha ido el vuelo? ¿Qué te parece este lugar? Tu nieto no ha reparado en gastos.

      —Está bien. —Mira a su alrededor con los labios fruncidos—. Sí, está bien. Pero ya sabes que lo que importa es el hombre, no la ceremonia, ¿verdad?

      —Sí, claro. Quería decir que…

      —Todo esto es bonito… —Se inclina más cerca como si fuera a darme un sabio consejo marca de la casa Mimi—, pero no es necesario, en el fondo.

      —Bueno, no. Pero un día es un día, ¿no? Más vale hacerlo bien y a lo grande.

      —¿Bien y a lo grande? Tu bisabuelo y yo nos casamos en el ayuntamiento y compartimos un pastelillo industrial en el paseo de Santa Mónica para celebrarlo. Y a nosotros nos pareció maravilloso —dice, y sus ojos se entelan un poco, cautivada por el recuerdo.

      Sonrío y acaricio la finísima piel de sus manos. Entiendo que dice Mimi, pero Aaron y yo estábamos de acuerdo en que había que tirar la casa por la ventana. A él le encantan las fiestas, vive para ellas. Y yo quería algo que la gente recordara de por vida. Esta es la mejor forma de hacerlo. He soñado y planeado este momento desde siempre, y es así como tiene que ser.

      Me levanto y digo:

      —Bueno, cuando baje Aaron te lo presentaré. ¿Vienes al balneario?

      Sacude la cabeza.

      —Oh, no. Eso es para las jovencitas.

      —¡Pero si tú también eres joven!

      Agita la mano.

      —Vamos, vamos, Dahlia.

      —Vale, de acuerdo… ¿Nos vemos después?

      Asiente.

      —Pásatelo bien, cariño.

      La abrazo de nuevo, aspiro el olor de su colonia, y luego voy en busca de Eva y del resto de las chicas, que me esperan.

      Compruebo el teléfono. La cita en el balneario es a las diez y faltan unos quince minutos. Ya me imagino la escena: yo, sumergida en un baño de barro, inmóvil y nerviosa mientras pienso dónde estará Aaron, o si se habrá ahogado con su propio vómito. Seguro que me relajo mucho.

      —Eva… ¿por qué no te adelantas con las chicas y empezáis sin mí? Voy a comprobar qué le pasa a Aaron.

      Arruga la nariz.

      —¿Seguro?

      La animo con un gesto de la mano mientras me alejo:

      —Sí, estoy segura. No tardaré nada.

      Subo al segundo piso en el ascensor, voy a su habitación y llamo a la puerta. Escucho. Nada.

      Llamo más fuerte.

      Genial. Ha sido el novio modelo, responsable y centrado, durante los últimos diecinueve meses, ¿y escoge este momento para saltarse las reglas?

      Llamo hasta que me duelen los nudillos.

      Nada.

      —Eh, vale ya. Ni Godzilla hace tanto ruido, aunque eres una digna descendiente, «Novzilla».

      Al escuchar la profunda voz a mi espalda, me pongo rígida. Solo hay una persona en el mundo con ese tono de barítono.

      Me giro y me encuentro con Miles. Casi dos metros de hombre, y mi cara se contorsiona en una mueca de enfado. Ese es el efecto que el mejor amigo de mi prometido causa en mí.

      Cruzo los brazos y trato de ignorar el hecho de que no lleve camisa y esté empapado en sudor. Lleva unos pantalones cortos que se pegan a sus músculos perfectamente definidos. Una toalla le cuelga de un hombro, y tiene el pelo negro húmedo. Miles Foster es perfecto en todos los sentidos.

      Y lo sabe, el muy engreído.

      Su habitación queda justo delante de la de Aaron. Se detiene frente a su puerta y saca la llave mientras me brinda una panorámica completa de su ancha espalda. Sí, también es perfecto desde este lado. No tiene ni un maldito grano, le sobran músculos que harían llorar de admiración a un escultor y no digamos a una chica, y en la parte baja de la espalda se forma una flecha perfecta que señala a su trasero. También perfecto, por cierto.

      Tengo pocos recuerdos de nuestra primera noche juntos, pero de lo que me acuerdo… preferiría no hacerlo. No quiero, pero es imposible olvidar ciertas cosas, como que su culo es un perfecto juguete para las manos. Si lo tocas una vez, ya no puedes dejar de jugar.

      Es muy injusto que Dios le concediera esos dones a un tipo arrogante como él.

      —Estás poniendo el suelo perdido, idiota —le digo.

      Saca la llave, la pasa por la cerradura electrónica y abre la puerta de la habitación. Me ignora; es una táctica que ha perfeccionado durante los cinco años que hace que nos conocemos.

      Entra y está a dos segundos de cerrarme la puerta en la cara cuando le grito:

      —¡Espera!

      Sostiene la puerta y se gira lentamente a la vez que se acaricia la barba de dos días.

      —¿Sí?

      Señalo a mi espalda.

      —¿Me ayudas?

      Se recuesta sobre el quicio de la puerta, toma la punta de la toalla y se frota el pelo para secárselo al mismo tiempo que se despeina. Algunas gotitas de agua me salpican en la cara. Capullo.

      —¿Qué?

      —Bueno… —Suspiro con desesperación—, saliste con él anoche, ¿verdad? ¿Está ahí dentro? ¿Está bien? Tengo quinientos invitados abajo que preguntan por él.

      Sus labios exhiben una media sonrisa divertida.

      —Sí, estuve con él. Sí, fuimos a esquiar y luego a una discoteca. Sí, llegamos tarde. Y sí, está bien. Así que deja de preocuparte, Novzilla. Tienes veinticuatro horas hasta el acontecimiento del año. Tu boda perfecta será perfecta, no te preocupes.

      Frunzo el ceño.

      —¿Es mucho pedir verlo? ¿Hablar con él?

      Cruza el pasillo y se acerca a mí. Está tan cerca que huelo el cloro de su sesión de natación y veo las motas verdes en el iris de color azul tormenta de sus ojos. Soy casi seis centímetros más baja que él, algo que jamás ha sido tan obvio como en este instante en que me mira desde arriba, con su cuerpo perfecto y desnudo a mi alcance.

      Casi me atraganto al respirar.

      La puerta de su habitación se cierra mientras dice:

      —¿No