Dave Mearns

Trabajando en profundidad relacional


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el campo de la terapia psicodinámica y psicoanalítica (ver Mitchell, 2000, para un panorama muy completo al respecto). En este ámbito, escribe Daniel Stern, el pensamiento actual “ha recorrido una gran distancia, en los últimos tiempos, desde la psicología unipersonal hasta la psicología bipersonal” (Stern, 2004: 77). Mitchell se refiere a esto como “el giro hacia lo relacional” (Mitchell, 2000: xiii). Tales son los avances en este campo que ya existe la Asociación Internacional de Psicoanálisis y Psicoterapia Relacional (International Association of Relational Psychoanalysis and Psychotherapy) y una revista sobre las perspectivas relacionales, Psychoanalytical Dialogues (Diálogos psicoanalíticos). Saliendo un poco del pensamiento psicoanalítico clásico, los psicoanalistas orientados a lo relacional, como Darlene Ehrenberg (1992), Daniel Stern (2004) y Robert Stolorow y sus colegas (1987), coinciden en que los psicoterapeutas no deben ser considerados como “pantallas en blanco” en las que el consultante proyecta su subjetividad, sino como verdaderos seres humanos que interactúan con sus clientes en sentido bidireccional. Estos avances dieron lugar a cambios con respecto a la conceptualización de la práctica terapéutica, con un mayor énfasis en la exploración de las interacciones del aquí y ahora y la creación de una relación mutua, cálida y cooperativa. La importancia de estos cambios es tal que, en algunos casos, los psicoanalistas han estado dispuestos a rechazar algunos de los principios fundamentales del psicoanálisis. Ehrenberg, por ejemplo, escribe que “para algunos pacientes, el hecho de que alguien esté dispuesto a escucharlos, que esté interesado en su experiencia, en conocerlos, que sea capaz de disfrutar el hecho de estar con ellos y deseoso de permanecer aun en los momentos difíciles puede ser mucho más significativo que cualquier interpretación” (Ehrenberg, 1992: 23).

      Desde el punto de vista del enfoque centrado en la persona, es alentador ver a tantos terapeutas volcarse a este enfoque relacional (aunque la poca frecuencia con que se reconoce o se hace referencia a escritos sobre el enfoque centrado en la persona resulta frustrante; ver Bott, 2001). En gran medida, la terapia centrada en la persona puede ser considerada como la terapia relacional original: una en la que la relación terapeuta-consultante se considera la base del cambio terapéutico (Rogers, 1957). Sin embargo, como ya dijimos, al mismo tiempo hay elementos en el abordaje clásico de la terapia centrada en la persona que no son tan coherentes con la postura dialógica intersubjetiva. Las ideas de Rogers estaban inevitablemente teñidas por la mirada moderna y la cultura de su época, y muchas de sus creencias como, por ejemplo, que el desarrollo personal implicaba lograr una mayor autonomía y autodirección (Rogers, 1961), revelan un punto de partida fuertemente individualista. En el campo del enfoque centrado en la persona también hay una tendencia a centrarse en las experiencias y la comunicación del terapeuta hacia el cliente (por ejemplo, la empatía y la consideración positiva) (Rogers, 1957) más que en el encuentro mutuo, bidireccional entre el terapeuta y el consultante. Esta es una de las razones por las que muchas de las investigaciones en el campo de la psicoterapia se alejaron de la investigación de las condiciones básicas porque, en realidad, es la alianza terapéutica entre el terapeuta y el consultante la que generalmente permite predecir mejor los resultados positivos de la terapia.

      En los últimos años, sin embargo, se han visto avances hacia una terapia centrada en el cliente más dialógica e intersubjetiva. A la vanguardia de estos desarrollos está el terapeuta austríaco Peter Schmid (2001a; 2001b; 2002; 2003), quien se apoya en el trabajo de Martin Buber, así como también en el del filósofo francés Emmanuel Levinas (1969), para proponer que el corazón del acercamiento centrado en la persona es un encuentro dialógico. Dave Mearns y Brian Thorne (2000) también comenzaron a alejarse del énfasis que ponían en la realización individual hacia una mayor aceptación de la necesidad de realizarse en las necesidades sociales e interpersonales. Al mismo tiempo, Mick Cooper (2005), y otros pocos terapeutas centrados en la persona y experienciales (por ejemplo, van Kessel y Lietaer, 1998) comenzaron a investigar las dinámicas interpersonales desde la mirada centrada en la persona. El trabajo de Dave Mearns sobre profundidad relacional (1997c; 2003a) es, obviamente, otro intento de desarrollar las dimensiones relacionales e intersubjetivas de la práctica centrada en la persona. Y en este libro esperamos realizar una incursión aún más seria, hacia la terapia centrada en dos personas.

      En el campo de la terapia existencial sucede algo similar; en gran medida, los fundadores del movimiento de terapia existencial, como Rollo May, Medard Boss y R. D. Laing, están entre los primeros profesionales que propusieron que el encuentro genuino entre terapeuta y cliente constituye el centro de una verdadera relación sanadora (ver Cooper, 2003a). A la vez, los escritos de muchos de los terapeutas existenciales –particularmente terapeutas humanistas-existencialistas estadounidenses como Irvin Yalom (1980)– transmiten un profundo sentimiento individualista, enfatizando la “inexorable soledad” del ser humano y la necesidad de la gente de despegarse de los demás. Sin embargo, recientemente en el Reino Unido, terapeutas existenciales como Ernesto Spinelli (1997; 2001), desarrollaron una modalidad de práctica más intersubjetiva en la cual el terapeuta se atreve a entrar en el mundo de relaciones del consultante y a utilizar la relación terapéutica como medio para explorar la manera como el consultante interactúa y experiencia a los otros. Es interesante observar cómo, en los últimos tiempos, terapeutas existenciales como Irvin Yalom también parecen estar poniendo más énfasis en la interrelación humana y en el encuentro terapéutico (ver su excelente colección de “consejos” para terapeutas, Yalom, 2001), y menos en la “soledad primordial” del ser humano.

      ¿Hacia dónde estamos yendo?

      Sobre la base de la anterior revisión de la investigación, la teoría y la práctica, podemos tener una relativa certeza con respecto a algunas cosas. En primer lugar, parecería claro que la calidad de la relación entre el terapeuta y el cliente es un factor clave que determina la efectividad del trabajo terapéutico. En pocas palabras, cuanto mejor es la relación, mejores parecen ser los resultados. En segundo lugar, daría la impresión de que los seres humanos son menos individualistas de lo que la sociedad moderna occidental quiso hacernos creer; y muchos parecen tener una motivación y una capacidad para establecer relaciones con otras personas. Tercero, muchos abordajes terapéuticos parecerían estar volcándose en una dirección relacional, dialógica e intersubjetiva. Todo esto sugeriría que si queremos ayudar todo lo posible a nuestros consultantes, deberíamos prestar atención a la calidad de la relación terapéutica.

      Pero ¿qué sucede en realidad entre terapeuta y consultante? A pesar de todas las investigaciones realizadas sobre las variables terapéuticas asociadas a resultados positivos, lo cierto es que todavía sabemos muy poco sobre los verdaderos procesos y dinámicas que acontecen entre terapeuta y consultante, y cómo estos pueden conducir a cambios terapéuticos significativos (Bachelor y Hovarth, 1999). De hecho, nuestra comprensión de las variables relacionales clave y el tipo de cambio que pueden producir se ha desarrollado muy poco desde las primeras afirmaciones de Rogers (1957) sobre las condiciones necesarias y suficientes para que se produzca un cambio terapéutico de la personalidad. Por eso es necesario desarrollar nuestras teorías sobre lo que ocurre en las relaciones terapéuticas y perfeccionar modelos acerca del modo como determinados procesos relacionales pueden producir distintos tipos particulares de beneficios psicológicos. Además, ya que gran parte de la investigación tiende a focalizarse en variables terapéuticas relativamente superficiales (como, por ejemplo, niveles de colaboración) se necesita investigar y teorizar sobre los sentimientos de conexión, intimidad y encuentro mucho más intensos y profundos que pueden surgir dentro de la relación terapéutica. Sobre esto no sabemos prácticamente nada; y sin embargo, como veremos, estas experiencias de conexión son absolutamente centrales en los informes de los terapeutas acerca de cómo funciona la terapia.

      Antes de examinar en mayor detalle el fenómeno de la profundidad relacional, queremos exponer las razones por las cuales consideramos que este tipo de relación puede ser tan importante en la terapia. Por lo tanto, en el capítulo 2 analizaremos diversos problemas psicológicos y mostraremos cómo estos pueden estar íntimamente relacionados con las dificultades que tienen las personas para establecer conexiones profundas en su vida.

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