situación le molesta aún más que el hecho de que no le pertenezca nada, excepto la lámpara con el macaco.
Pero eso no es cierto: solo durante el día no le pertenece nada; por la noche, como ya dijimos más de una vez, le pertenece todo. Por la noche duerme sola en una habitación de treinta metros cuadrados, bien aireada, bajo un techo de cuatro metros y sobre una antigua otomana de color ladrillo con bordados de mariposas nocturnas color celeste.
Tal vez por eso le gusten a Miki tanto las mariposas, las diurnas y las nocturnas.
—¡Imaginaos! —dijo Miki un día—. Hoy he visto un auténtico macaón. Tan claro… Casi pálido. Seguro que de la primera generación. No había visto nunca ninguno. Hasta hoy.
—¿Y qué hizo? —preguntó Abuela Amigorena.
—¿Y qué se piensa usted que va a hacer un macaón? —preguntó a su vez Miki con una mueca.
—Robar comida —dijo Shasha.
—Bueno, ¿qué hizo entonces? —insistía Abuela Amigorena, deseando saberlo todo acerca del macaón, igual que uno desea saberlo todo acerca del enemigo.
—Atacó nuestras tagetes —respondió Miki.
—¿A qué llamas tú «nuestras tagetes»? —preguntó Abuela Amigorena con curiosidad.
—Son las flores de la galería —respondió Miki.
—De acuerdo… —dijo Abuela Amigorena—. Yo también las insultaré llamándolas por ese nombre…
***
Las paredes de la cocina son azules. Deberían ser de un azul prusiano. Un azul que tiende al gris.
No obstante, en un principio quedaron demasiado grises, y cuando les dieron otra capa se volvieron demasiado azules. Y en casa ya nadie tenía fuerzas.
Nadie tuvo ánimos para subir de nuevo a la escalera y pintar por tercera vez unas paredes de cuatro metros. (Es preciso mencionar que la cocina solo mide once metros cuadrados).
Y el suelo… Ah, el suelo de la cocina es casi perfecto.
Es un suelo francés, según Shasha. Eso si los suelos de rombos azules oscuro y blancos son marroquíes, y los de rombos negros y blancos, franceses. Entonces, es francés. En este suelo francés, a lo largo de los ocho años de estancia de la familia en el apartamento, se ha hecho añicos ya una vajilla y media alemana para doce comensales.
Todas las mujeres de la familia heredaron de no se sabe dónde una tendencia insensata al lujo.
Pero eso no es todo: a Abuela Amigorena se le hinchan las articulaciones de los pies en cuanto pisa ese suelo. Quizá no debería pasearse descalza sobre un suelo francés sin calefactar. No estamos en la Provenza, comentan.
A Miki le gusta contarles a sus últimos novios cómo, cierta noche, un murciélago entró volando en la cocina.
Aquello no hizo más que reforzar la teoría de Abuela Amigorena de que sobreviven todas en un agujero.
Mamá Nora expresa otra opinión: según ella, los murciélagos solo pueden vivir, y viven, en casas antiguas. Casas que conservan su verdad. (Tras lo que añade que son esas precisamente las casas que hay que incluir en las listas del patrimonio cultural). Si resulta que, después de las pertinentes obras en la casa, los murciélagos no han perecido, sino que regresan de pasar su invierno en el sur de Francia, eso solo puede significar que la suya es una casa ecológica.
Abuela Amigorena quiere saber entonces qué significa eso de «casa ecológica».
Y Shasha concluye que la abuela pertenece a ese grupo de la sociedad para quienes la ecología ya no es un tema relevante.
***
—Creo que los viernes tienen lugar encuentros de mafiosos debajo de mi cama —dice un día Miki.
—¿Estás segura de que los encuentros tienen lugar debajo de tu cama y no en tu cabecita? —pregunta Shasha.
—Absolutamente. Ya es el tercer viernes que oigo conversaciones bajo mi cama a partir de las once de la noche. Son cinco o seis hombres. Empiezan sobre las once y se tiran ahí de palique tres o cuatro horas, lo menos.
—¿Por qué debajo de la cama? —pregunta Abuela Amigorena.
—¿Prefieres que se le metan en la cama? —pregunta Shasha.
—¿Y de qué hablan? —pregunta Abuela Amigorena.
—No alcanzo a oírlos bien —dice Miki.
—¿Nunca intentaste sacarlos de ahí? —pregunta Abuela Amigorena.
—Si no puedes dormir, podemos ir a hablar con ellos del asunto —dice Shasha. Y añade—: Las personas que no duermen lo suficiente tienen mucha más tendencia que las demás a las alucinaciones y a la violencia.
—¿Hablar con quién? ¡¿Con la Mafia?! —pregunta Miki.
—Yo puedo hacerlo —dice Abuela Amigorena. Y da muestras de su decisión golpeando el suelo con ambos pies y poniéndose en pie.
—No necesitamos para nada su heroicidad —dice Miki.
—¿Y qué necesitáis? —pregunta Abuela Amigorena.
Ni Miki ni Shasha encuentran respuesta a la pregunta de qué necesitan de ella. Abuela Amigorena se ha ofendido.
***
—¿Qué opinas? ¿Un curso de inglés con contenidos eróticos podría llamarse… Lifelong Learning Business? —pregunta Miki. Súbitamente, otro asunto ha eclipsado a la Mafia en su lista de prioridades.
—Tal vez… —responde Mamá Nora.
Un aforismo repetido hasta la saciedad en la editorial dice que la televisión arruina el cerebro de los jóvenes. Miki podría ser un ejemplo vivo de eso. Hace escasos días vio un programa sobre dos veinteañeros que habían fundado un negocio de comida para niños, y claramente se ha vuelto loca. Ahora le aflige pensar que cada segundo de su vida es tiempo perdido. Nunca se ha realizado como persona, ni se realizará.
—Podríamos encargar la página web French Chic Porno, con fotografías a lo Helmut Newton… O sacar la serie en un cedé. Yo saldría en la portada.
—Eres demasiado joven para salir fotografiada en la portada de una publicación erótica —dice Mamá Nora.
—Entonces, ¿qué? ¿Quieres salir tú en mi lugar? ¿Es eso?
—Oye… —Miki se gira hacia Shasha cuando la conversación hace que esta última se levante para abandonar el salón—. ¿Tú no podrías grabarme diez lecciones de inglés? Así, en plan erótico… —pregunta.
Tras la expulsión de Shasha de su doctorado, Miki ha decidido que las dos están al mismo nivel.
—… ¿Sobre qué asunto? —pregunta Shasha.
—Sobre transportes, por ejemplo: trenes, aviones, excursiones…
—Excursiones…
—Al campo. También pueden ser sobre masajes y centros de spa. Terapias… Ya tú sabes.
—¿Y quién necesita eso?
—Yo.
—¿Tú necesitas clases eróticas de inglés? —dice Shasha—. Muy bien. Podemos conseguir que te metan en un correcional en Gran Bretaña.
—Pues la metemos —intercede Abuela Amigorena con ojos llenos de esperanza.
—¿A quién y adónde? —pregunta Mamá Nora.
—A Miki —dice Abuela Amigorena.
—¿Dónde? —pregunta Mamá Nora.
—¡Dónde va a ser! —dice Abuena Amigorena.
—¿Dónde