Undinė Radzevičiūtė

Peces y dragones


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a no gustarle cuando Miki comentó que el helecho es una planta prehistórica y que ahora solo se planta en los cementerios.

      Una vez que derribaron la mitad del hueco, en la pared de enfrente, justo delante de la puerta de cristal de la galería, empezó a hacerse visible un rostro.

      Empezó a hacerse visible para todas las inquilinas del piso. Puede que el rostro fuera resultado del estuco desprendido por la lluvia.

      Durante una larga temporada Abuela Amigorena tuvo miedo de salir a fumar sola.

      Estaba convencida de que aquel era el rostro del demonio.

      El de Dios no era. Así de claro.

      Shasha reflexionó durante algún tiempo sobre el particular, hasta que se sintió preparada para emitir un veredicto. Shasha declaró entonces que la cara de la pared se parecía a un capuchino.

      Un primate, un monito.

      Incluso le mostró a Abuela Amigorena un monito capuchino en Internet.

      Pasado un rato, Abuela Amigorena proclamó en voz alta que a ella los monos le gustaban muchísimo.

      El mono de la pared ostentaba una larga barba, semejante a la que se dejaban crecer los chinos en los grabados antiguos. Todo lo cual llevó a Shasha, tras arduas investigaciones en su biblioteca, a anunciar que, probablemente, se tratara del rey de los monos de la China: Sun Wukong.

      —¿Sun Wu… qué? ¿De dónde te has sacado eso? —pregunta Miki.

      —De un libro chino.

      —¡Ah! ¿Ahora lees en chino? —pregunta Abuela Amigorena.

      —Todavía no.

      —Yo tampoco —dice Abuela Amigorena—. ¿Cómo se llama el libro?

      —Viaje al Oeste.

      Las ventanas del salón forman un ángulo recto. Dos dan a la calle; dos, al patio.

      Abajo, en ese patio que es como un acuario, dos chinos juegan al bádminton. Son los cocineros del nuevo restaurante chino. Todavía no han dado las doce.

      —¿Quién viaja en el ese? ¿Y adónde va? —pregunta Abuela Amigorena.

      —¿En el ese? —pregunta Miki.

      —En el libro del monito.

      —Sun Wukong viaja con otros compañeros de batallas para recuperar los sutras —responde Shasha.

      —¡¿Los quééé?! —pregunta Abuela Amigorena.

      —Los sutras.

      —¿Cóóómo?

      —Los suuuutras… —dice Miki.

      —Entiendo —dice Abuela Amigorena.

      Los chinos son como las mariposas: puedes elegir no mirarlos, pero siempre resultan interesantes.

      —¿Cómo dices que se llama el libro?

      —Viaje al Oeste —repite Shasha.

      —¿Y qué verías tú en la pared si no hubieras leído el libro ese? —Abuela Amigorena señala con el dedo el muro desconchado al otro lado de la ventana.

      Los chinos juegan en silencio; no cuentan puntos.

      Su bádminton se parece a la gimnasia china.

      Los dos juegan como aficionados, pero es agradable mirarlos.

      —¿Y qué más sabía hacer ese mono? —pregunta Abuela Amigorena.

      —Combatir el mal… —dice Shasha—. Hacer milagros…

      —¿Caminar sobre las aguas? —pregunta Miki, risueña.

      —Sobre las nubes —dice Shasha.

      —Bueno, es lo mismo.

      —Ahí van a estar las aguas, esperando a que camines tú sobre ellas —gruñe Abuela Amigorena.

      —¿Y para qué van a estar si no?

      —¡Para hacer la colada!

      Y en ese momento, como si acabara de recordar, Abuela Amigorena empieza a rebuscar con la vista a su alrededor…

      El apartamento y todo lo que contiene es de uso común, aunque casi todo pertenece a Mamá Nora.

      Pero cada una de las inquilinas tiene su propio dormitorio.

      Miki es la única que no tiene un cuarto y duerme en la otomana del salón.

      De modo que durante el día no tiene nada y por la nochele pertenece casi todo. Por esa causa, Miki está convencida de que todas la envidian.

      En especial, Shasha.

      También Abuela Amigorena.

      En el salón, donde duerme Miki, hay una lámpara para cada una de ellas.

      La de Abuela Amigorena es una lámpara de pie de los años sesenta, de pantalla roja con estampados en relieve. La de Shasha es una «lámpara piña». Y la de Miki, una Tiffany de mesa, no muy grande y de color marfil, con rosas. El pie de la lámpara lo sujeta un monito de cobre. No parece un capuchino. Quizá un macaco.

      Después de haberse descubierto a sí misma que le encantan los monos, Abuela Amigorena se acerca cada dos por tres a acariciar el monito de la lámpara de Miki. Miki ha llegado a insinuarle a Shasha que, a cambio de su «lámpara piña», ella podrá darle su lámpara del monito a Abuela Amigorena. Para que lo lleve consigo a todas partes.

      Las Tiffany son esas lámparas que solo quedan bien por la noche, cubiertas con un trapo. Todas están hechas de pequeños cristales de color, unidos por cintas de plomo fundido. Por eso no se puede lamer la pantalla de la lámpara, y mejor no acariciarla tampoco. Para eso está el monito.

      A Mamá Nora le pertenece la Tiffany grande verde con libélulas.

      Todas en la casa quieren tener esa lámpara, pero no se contempla que puedan adueñarse de ella en un futuro cercano. Fue un regalo de Shasha y Miki a Mamá Nora por su cincuenta cumpleaños. Es cierto: Abuela Amigorena también puso algo.

      Todas, excepto Miki, tienen su propio cuarto. Al pasar de una habitación a otra se diría que se muda uno a otro país.

      Abuela Amigorena vive rodeada de mapas de la Argentina.

      Uno de ellos parece el pico de un grifo con salpicaduras de sangre. Y otro, igual, pero sin salpicaduras.

      No es locura, es nostalgia.

      Para Abuela Amigorena, Argentina es la verdadera patria, pero lo más seguro es que no vuelva jamás. Para qué ir hasta allí sin sus padres.

      Junto a la cama de Abuela Amigorena se siente uno como en los Países Bajos: no hay más que naturalezas muertas. Abuela Amigorena está todo el tiempo llevándose frutas y bayas de la cocina. A veces, también algo de pescado.

      Shasha vive en la habitación más oscura.

      En el cuarto hay dos ventanas —una al noreste y otra al noroeste (así está construida la casa)—, pero la habitación es oscura como la cueva de una rata almizclera por culpa del papel de la pared estampado en color turquesa y jade, con conchas rococó y pececitos dorados.

      Por cierto, fue la misma Shasha quien empapeló así las paredes, y ahora no permite que nadie critique la habitación ni que entre en ella. Shasha dice que a Miki le resultará difícil entender qué es la chinoiserie. Y que a Mamá Nora y a Abuela Amigorena les da lo mismo.

      Abuela Amigorena intentó negarlo, pero Shasha se limitó a aclarar que la chinoiserie era un estilo artístico: Luis XIV con influencias chinas.

      El dormitorio de Mamá Nora recuerda a un despacho inglés de caoba con biblioteca.

      Cuando Miki le habla de Mamá Nora a su último novio le dice que, aunque su madre escriba novelas eróticas, solo se acuesta con los libros.

      De