Leon Trotsky

Historia de la Revolución Rusa Tomo II


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obreros no había más que unos pocos bolcheviques, y en el de soldados, si no ando equivocado, no había ninguno, lo que, por otra parte, no tiene nada de sorprendente si se considera que estaba compuesto casi exclusivamente de oficiales».

      La causa principal de la débil repercusión que los acontecimientos de Petrogrado tuvieron en el país consistía en que la provincia, que había recibido sin combate la Revolución de Febrero de las manos de la capital, se asimilaba mucho más lentamente que ésta los nuevos hechos e ideas. Era preciso un plazo suplementario para que la vanguardia pudiera arrastrar tras de sí a las reservas pesadas.

      Por tanto, el estado de la conciencia de las masas populares, que eran la instancia inapelable de la política revolucionaria, excluía la posibilidad de la toma del poder por los bolcheviques en julio. Al mismo tiempo, la ofensiva en el frente incitaba al partido a oponerse a las manifestaciones. El fracaso de la ofensiva era completamente inevitable. De hecho, se había iniciado ya. Pero el país lo ignoraba. El peligro consistía en que si el partido no obraba prudentemente, el gobierno hiciera recaer sobre los bolcheviques la responsabilidad por las consecuencias de la propia insensatez. Había que dar a la ofensiva el tiempo necesario para que sus resultados aparecieran claros. Los bolcheviques no dudaban que el cambio que se operaría en el estado de espíritu de las masas sería muy radical. Entonces, se vería lo que era preciso hacer. El cálculo era completamente acertado. Sin embargo, los acontecimientos tienen su lógica, que no toma en cuenta los cálculos políticos, y, en esta ocasión, la lógica de los acontecimientos cayó duramente sobre la cabeza de los bolcheviques.

      El fracaso de la ofensiva en el frente tomó un carácter catastrófico el 6 de julio, día en que las tropas alemanas rompieron el frente ruso en una extensión de 12 verstas7 de ancho y 10 de profundidad. La noticia llegó a la capital el 7, cuando las acciones represivas se hallaban en su apogeo.

      Muchos meses después, cuando las pasiones debían ya de haberse apaciguado o, por lo menos, tomado un carácter más razonado, Stankievich, que no era de los adversarios más rencorosos del bolchevismo, hablaba aún de la «enigmática sucesión lógica de los acontecimientos», bajo la forma de derrota militar en Tarnopol, después de las jornadas de julio en Petrogrado. Esa gente no veía, o no quería ver, la sucesión lógica real de los acontecimientos, que consistía en que la ofensiva iniciada por imposición de la Entente y condenada de antemano al fracaso no podía dejar de conducir a una catástrofe ni de provocar al mismo tiempo una explosión de cólera de las masas engañadas por la revolución. Pero ¿qué importaba la realidad de los hechos? El establecer una conexión entre los acontecimientos de Petrogrado y el fracaso en el frente, era demasiado seductor. La prensa patriótica no sólo no ocultó la derrota, sino que, al contrario, la exageró con todas sus fuerzas. Sin detenerse ante la revelación de los secretos militares, se nombraban las divisiones y los regimientos y se indicaba la disposición de los mismos. «A partir del 8 de julio —confiesa Miliukov —, los periódicos empezaron a publicar telegramas del frente en los cuales no se ocultaba la verdad, y estos telegramas cayeron como una bomba sobre la opinión pública rusa». Éste era precisamente el fin que se perseguía: conmover, asustar, aturdir, para que fuera más fácil acusar a los bolcheviques de estar en relación con los alemanes.

      Es indudable que, tanto en los acontecimientos del frente como en los de las calles de Petrogrado, la provocación desempeñó su papel. Después de la Revolución de Febrero, el gobierno había mandado al Ejército de operaciones a un gran número de ex gendarmes y policías. Ninguno de ellos, naturalmente, quería combatir. Temían más a los soldados rusos que a los alemanes. Para hacer olvidar su pasado, se presentaban como los elementos más extremos del ejército, azuzaban a los soldados contra los oficiales, gritaban más que nadie contra la disciplina y la ofensiva y, con frecuencia, se proclamaban incluso bolcheviques.

      Apoyándose recíprocamente por el lazo natural de la complicidad, crearon una especie de orden, muy original, de la cobardía y de la abyección. Por su mediación, penetraban entre las tropas y se difundían rápidamente los rumores más fantásticos, en los cuales el ultrarrevolucionarismo se daba la mano con el reaccionarismo más oscurantista. En los momentos críticos, estos sujetos eran los primeros que daban la señal de pánico. La prensa había hablado repetidas veces de la labor desmoralizadora de policías y gendarmes. En los documentos secretos del propio ejército se alude a ello con no menos frecuencia. Pero el mando superior se hacía el sordo, y prefería identificar a los provocadores reaccionarios con los bolcheviques. Después del fracaso de la ofensiva, se legalizaba este procedimiento, y el periódico de los mencheviques hacía lo imposible por no quedarse atrás con respecto a las hojas chauvinistas más indecentes. Con sus vociferaciones sobre los «anarcobolcheviques», los agentes alemanes y los ex gendarmes, los patriotas ahogaron por algún tiempo la cuestión del estado general del Ejército y de la política de paz. «El profundo descalabro que hemos infligido al frente de Lenin —se jactaba abiertamente el príncipe Lvov— tiene, estoy firmemente convencido de ello, una importancia incomparablemente mayor para Rusia que un descalabro de los alemanes en el frente sudoccidental...». El honorable jefe del gobierno se parecía al chambelán Rodzianko en el sentido de que no sabía distinguir el momento en que era preciso callar.

      Si el 3 y el 4 de julio se hubiera conseguido evitar la manifestación, la acción habríase inevitablemente desarrollado como consecuencia del descalabro de Tarnopol. Sin embargo, este aplazamiento de algunos días habría determinado modificaciones importantes en la situación política. El movimiento hubiera tomado inmediatamente proporciones más vastas, extendiéndose no sólo a las provincias, sino también, en gran parte, al frente. El gobierno hubiera quedado al desnudo políticamente, y le habría sido infinitamente más difícil hacer recaer la culpa sobre los «traidores» del interior. La situación del partido bolchevique hubiera sido más ventajosa desde todos los puntos de vista. Sin embargo, aun en este caso, no se hubiera podido ir a la conquista inmediata del poder. Lo único que se puede afirmar sin vacilación es que si el movimiento se hubiera desencadenado una semana más tarde, la reacción no habría podido desenvolverse en julio de un modo tan victorioso. Era precisamente la «enigmática sucesión lógica» de las fechas de la manifestación y del descalabro en el frente lo que se volvía por completo contra los bolcheviques. La ola de indignación y de desesperación que llegaba del frente, choca con la ola de esperanzas frustradas que partía de Petrogrado. La lección recibida por las masas en la capital había sido demasiado dura para que se pudiera pensar en la reanudación inmediata de la lucha.

      Con todo ello, el sentimiento agudo provocado por la absurda derrota reclamaba una salida. Y los patriotas consiguieron hasta cierto punto dirigirlo contra los bolcheviques.

      En abril, en junio y en julio, los actores fundamentales del drama eran los mismos: los liberales, los conciliadores, los bolcheviques... En todas estas etapas, las masas tendían a arrojar a la burguesía del poder. Pero la diferencia en las consecuencias políticas de la intervención de las masas en los acontecimientos era inmensa. El resultado de las «jornadas de Abril» fue malo para la burguesía: la política anexionista fue condenada, al menos, verbalmente; el partido kadete fue humillado, se le quitó la cartera de Estado. En junio, el movimiento no condujo a nada: se amenazó a los bolcheviques, pero no se asestó el golpe decidido. En julio, el partido de los bolcheviques fue acusado de traición, destruido, privado del agua y el fuego. Si en abril, Miliukov tuvo que salir del gobierno, en julio, Lenin hubo de pasar a la clandestinidad.

      ¿Qué fue lo que determinó un cambio tan brusco en el transcurso de diez semanas? Es de una evidencia absoluta que en los círculos dirigentes se produjo un cambio serio en el sentido de la orientación hacia la burguesía liberal. Ahora bien, fue precisamente en este período de abril a julio cuando el estado de espíritu de las masas se modificó reciamente en favor de los bolcheviques. Estos dos procesos antagónicos se desarrollaron en una estrecha dependencia mutua. Cuando más íntimamente se unían los obreros y soldados alrededor de los bolcheviques, más decididamente tenían los conciliadores que apoyar a la burguesía. En abril, los jefes del Comité Ejecutivo, preocupados de conservar su influencia, podían aún dar un paso para ir al encuentro de las masas y arrojar por la borda a Miliukov, es verdad, provisto de un salvavidas sólido. En julio, los conciliadores, unidos a la burguesía y a la oficialidad, se dedicaron a atacar a los bolcheviques. Por consiguiente,