de edad me vine a dar cuenta. Yo dormí toda la vida con mi Mamá y en las noches levantaba la cabeza para ver si ella estaba y volvía a acostarme porque sentía que en cualquier momento en que me despertara mi Mamá tampoco estaría.
Para mí fue muy cruel despertarme y darme cuenta que no estuve en el momento mismo del fallecimiento de mi Papá. Al despertar, ya estaban llorando y aunque ese preciso momento no lo tengo muy presente en mi memoria, lo que sí recuerdo y quisiera elaborar cada vez más es el sentimiento de tristeza, de abandono que viví.
Félix (mi Papá) tomado de mi mano, Jaime (izq.) Alfredo y Jorge (der.)
Mi Mamá misma lo embalsamó, lo preparó en el espacio donde quedaba en ese momento el comedor de la casa, a Jaime le dijeron que no se metiera pero fue y vio cuando lo estaban preparando.
Tengo muy presente la imagen de mi Papá, porque no se si ustedes recuerdan que a los difuntos de esa época les ponían algodón en la nariz, se veían horribles, los envolvían en una sábana blanca y se iban desnudos, me parece tan significativo, como Jesús de Nazareth, a quien envuelven en un sudario. Recuerdo que me pusieron mi vestido de paño, yo estaba muy elegante, me empiné y todavía me siento mirándolo a él, tengo la imagen perfecta de mi Papá en el cajón alto y yo pequeñita. Todo el mundo me cogía la cabeza y me decía “pobrecita, tan chiquita”, y yo no entendía por qué me lo decían.
Obituario fallecimiento de mi Papá Félix María Garzón Cubillos
En el funeral veo en la Iglesia de San Diego a todos los niños del colegio y yo los saludo estando alzada en brazos de mi Mamá. Los saludo y les digo “qué hubo” y me río, y me da alegría porque estaban todas las personas conocidas, pero yo no entiendo que estoy en un entierro.
Luego recuerdo mucho las idas al Cementerio Central aún tengo en mi memoria los mosquitos horribles que se le metían a uno por la nariz y por todas partes mientras rezábamos “Dale Señor el descanso eterno, brille para él la luz perpetua”. A los cinco años lo sacan y lo llevamos al Osario de la Parroquia San Alfonso María de Ligorio, acá en Bogotá donde hoy también están los restos de mi Mamacita. Ella decía que mi Papá salió casi completo. Como a él tuvieron que ponerle tanta morfina y tanta medicina, mi Mamá tuvo que partir los huesos, lo ayudó a alistar, porque debían quedar en un cajoncito como una miniatura. Vine a conocer la cajita ahora que tuve que correrla para meter las cenizas de mi Mamá.
Jorge y Marisol
Como mi Mamá no quiso que se muriera la imagen de mi Papá, nos enseñó a celebrarle el día del Padre a mi hermano mayor. Yo no se hasta dónde fue un error cargar otra responsabilidad a un niño, a un joven de 14 años a quien le tocó sufrir y vivir muchas cosas difíciles. Jorge es un gran hombre y un gran hermano y nosotros cada año le celebrábamos el día del Padre, le comprábamos regalo y le celebrábamos como si fuera el Papá de uno, como para sentir que teníamos Papá.
Pero ese vacío está presente todo el tiempo. Aunque mi Mamá quiso tener los dos roles, también fue un error porque la Mamá tiene un rol concreto y para que no nos le saliéramos de las manos le tocó ser muy rígida, exigirnos mucho, pero todos crecimos con ese vacío de que mi Papá no estaba y que no teníamos Papá.
Jaime y mi Tío Alberto
Para nosotros en cierta forma el Padre Sánchez, el Párroco de San Diego, fue nuestro Papá; en cierto momento para mí Arturo, el esposo de mi tía Soledad, fue también esa figura. Jaime también sintió que mi tío Alberto era como ese modelo de Papá. Me imagino que todos buscamos ese Papá que no tuvimos.
Algo muy bonito es que a pesar de conocer ahora, por lo que me cuentan, del sufrimiento de mi Mamá con mi Papá y los momentos difíciles que tuvieron que vivir porque mi Papá no fue un hombre responsable, no nos dejó absolutamente nada, no le dejó a mi Mamá ni un centavo, ni un techo —esta casa nos la regaló mi tía Emita gracias a Dios—, en medio de todo, mi Mamá no nos enseñó a odiarlo, nos enseñó a respetarlo, nos enseñó a tener un recuerdo amoroso y respetuoso de él.
“Para ‘resortes’ de sus adoradas cuñaditas” dedicatoria de mis Tías: Cookie (izq.) Emita y Soledad a Félix (mi Papá)
No obstante sé que se la pasaba de fiesta en fiesta y que a ninguna llevaba a mi Mamá, por lo menos en las fotografías no aparece nunca mi Mamá. A él le decían “trompo”, “ratón”, “resortes” era chistosísimo, era graciosísimo, era simpatiquísimo; pero por ejemplo compraba cosas que le llevaba a mi Mamá y luego las retiraba y se las llevaba a la Mamá de él. Tuvo carro, uno de esos que todavía existen, negros, antiguos, lindísimos y todo lo malgastó; debió creer que la salud le duraría toda la vida o que tenía seguramente tiquete de garantía de por vida. No se imaginó que iba a enfermarse de un momento para otro. Por los dolores de cabeza llegaba de un genio terrible a la casa y era por esa y por muchas otras razones que él fue muchas veces “luz de la plaza y oscuridad de su casa”.
Me decían que me llamaba “la reina de la casa” y cuando fallece mis hermanos me dicen “se le acabo el reinado”. Ahí empecé a padecer las duras y las maduras. Parece que yo le daba quejas a mi Papá y luego le comienzo a dar quejas a mi Mamá, pero ella no tiene tiempo de atenderme, porque tenía que estar pendiente de todos. Esa fue una experiencia difícil.
A mi Mamá le queda una pensión de un sueldo mínimo luego del fallecimiento de mi Papá, que ella misma se tuvo que conseguir como viuda.
Facsímil Partida de Matrimonio de mis Papás
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