Leon Trotsky

Historia de la Revolución Rusa Tomo I


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nacional que correspondía a cada habitante era ocho o diez veces inferior a la de los Estados Unidos, lo cual no tiene nada de sorprendente si se tiene en cuenta que las cuatro quintas partes de la población obrera de Rusia se concentraban en la agricultura, mientras que en los Estados Unidos, por cada persona ocupada en las labores agrícolas había 2,5 obreros industriales. Añádase a esto que en vísperas de la guerra, Rusia tenía 0,4 kilómetros de líneas férreas por cada 100 kilómetros cuadrados, mientras que en Alemania la proporción era de 1,7 y de 7 en Austria-Hungría, y por el estilo, todos los demás coeficientes comparativos que pudiéramos mencionar.

      Como ya hemos dicho, es precisamente en el campo de la economía donde se manifiesta con su máximo relieve la ley del desarrollo combinado. Y así, mientras que hasta el momento mismo de estallar la revolución, la agricultura se mantenía, con pequeñas excepciones, casi en el mismo nivel del siglo XVII, la industria, en lo que a su técnica y a su estructura capitalista se refería, estaba al nivel de los países más avanzados, y, en algunos respectos, los sobrepasaba. En el año 1914 las pequeñas industrias con menos de cien obreros representaban en los Estados Unidos un 35% del censo total de obreros industriales, mientras que en Rusia este porcentaje era tan sólo de 17,8. La mediana y la gran industria, con una nómina de 100 a 1.000 obreros, representaban un peso específico aproximadamente igual; los centros fabriles gigantescos que daban empleo a más de mil obreros cada uno y que en los Estados Unidos sumaban el 17,8% del censo total de la población obrera, en Rusia representaban el 41,4%. En las regiones industriales más importantes este porcentaje era todavía más elevado: en la zona de Petrogrado era de 44,4%; en la de Moscú, de 57,3%. A idénticos resultados llegamos comparando la industria rusa con la inglesa o alemana. Este hecho, que nosotros fuimos los primeros en registrar en el año 1908, se aviene mal con la idea que vulgarmente se tiene del atraso económico de Rusia. Y, sin embargo, no excluye este atraso, sino que lo complementa dialécticamente.

      También la fusión del capital industrial con el bancario se efectuó en Rusia en proporciones que tal vez no haya conocido ningún otro país. Pero la mediatización de la industria por los Bancos equivalía a su mediatización por el mercado financiero de la Europa occidental. La industria pesada (metal, carbón y petróleo) se hallaba sometida casi por entero al control del capital financiero internacional, que se había creado una red auxiliar y mediadora de Bancos en Rusia. La industria ligera siguió las mismas huellas. En términos generales, cerca del 40% del capital en acciones invertido en Rusia pertenecía a extranjeros, y la proporción era considerablemente mayor en las ramas principales de la industria. Sin exageración, puede decirse que los paquetes de acciones que controlaban los principales bancos, empresas y fábricas de Rusia estaban en manos de extranjeros, debiendo advertirse que la participación de los capitales de Inglaterra, Francia y Bélgica representaba casi el doble de la de Alemania.

      Las condiciones originarias de la industria rusa y de su estructura informan el carácter social de la burguesía de Rusia y su fisonomía política. La intensa concentración industrial suponía, ya de suyo, que entre las altas esferas capitalistas y las masas del pueblo no hubiese sito para una jerarquía de capas intermedias. Añádase a esto que los propietarios de las más importantes empresas industriales, bancarias y de transportes eran extranjeros que cotizaban los beneficios obtenidos en Rusia y su influencia política en los parlamentos extranjeros, razón por la cual no sólo no les interesaba fomentar la lucha por el parlamentarismo ruso, sino que muchas veces le hacían frente: baste recordar el vergonzoso papel que desempeñaba en Rusia la Francia oficial. Tales eran las causas elementales e insuperables del aislamiento político y del odio al pueblo de la burguesía rusa. Y si ésta, en los albores de su historia, no había alcanzado el grado necesario de madurez para acometer la reforma del Estado, cuando las circunstancias le depararon la ocasión de ponerse al frente de la revolución demostró que llegaba ya tarde.

      En consonancia con el desarrollo general del país, la base sobre la que se formó la clase obrera rusa no fue el artesanado gremial, sino la agricultura; no fue la ciudad, sino el campo. Además, el proletariado de Rusia no fue formándose paulatinamente a lo largo de los siglos, arrastrando tras sí el peso del pasado, como en Inglaterra, sino a saltos, por una transformación súbita de las condiciones de vida, de las relaciones sociales, rompiendo bruscamente con el ayer. Esto fue, precisamente, lo que, unido al yugo concentrado del zarismo, hizo que los obreros rusos asimilaran las conclusiones más avanzadas del pensamiento revolucionario, del mismo modo en que la industria rusa, llegada al mundo con retraso, se asimilaron las últimas conquistas de la organización capitalista.

      El proletariado ruso tornaba a producir, una y otra vez, la breve historia de sus orígenes. Al tiempo que en la industria metalúrgica, sobre todo en Petersburgo, cristalizaba y surgía una categoría de proletarios depurados que habían roto completamente con la aldea, en los Urales seguía predominando el tipo obrero de semiproletario, semicampesino. La afluencia de nuevas hornadas de mano de obra del campo a las regiones industriales renovaba todos los años los lazos que unían al proletariado con su cantera social.

      La incapacidad de acción política de la burguesía se hallaba directamente formada por el carácter de sus relaciones con el proletariado y la clase campesina. La burguesía no podía arrastrar consigo a los obreros a quienes la vida de todos los días enfrentaba con ella y que, además, aprendieron en seguida a generalizar sus problemas. Y la misma incapacidad demostraba para atraerse a los campesinos, atada como estaba a los terratenientes por una red de intereses comunes y temerosa de que el régimen de propiedad, en cualquiera de sus formas, se viniese a tierra. El retraso de la revolución rusa no era tan solo, como se ve, un problema de cronología, sino que afectaba también a la estructura social del país.

      Inglaterra hizo su revolución puritana en una época en que su población total no pasaba de los cinco millones y medio de habitantes, de los cuales medio millón correspondía a Londres. En la época de la Revolución Francesa París no contaba tampoco con más de medio millón de almas de los 25 que formaban el censo total del país. A principios del siglo XX Rusia tenía cerca de 150 millones de habitantes, más de 3 millones de los cuales se concentraban en Petrogrado y Moscú. Detrás de estas cifras comparativas laten grandes diferencias sociales. La Inglaterra del siglo XVII, como la Francia del siglo XVIII, no conocían aún el proletariado moderno. En cambio, en Rusia la clase obrera contaba, en 1905, incluyendo la ciudad y el campo, no menos de 10 millones de almas, que, con sus familias, venían a representar más de 25 millones de almas, cifra que superaba la de la población total de Francia en la época de la Gran Revolución. Desde los artesanos acomodados y los campesinos independientes que formaban en el ejército de Cromwell hasta los proletarios industriales de San Petersburgo, pasando por los sans-culottes de París, la revolución hubo de modificar profundamente su mecánica social, sus métodos, y con éstos también, naturalmente, sus fines.

      Los acontecimientos de 1905 fueron el prólogo de las dos revoluciones de 1917: la de Febrero y la de Octubre. El prólogo contenía ya todos los elementos del drama, aunque éstos no se desarrollasen hasta el fin. La guerra ruso-japonesa hizo tambalearse al zarismo. La burguesía liberal se valió del movimiento de las masas para infundir un poco de miedo desde la oposición a la monarquía. Pero los obreros se emanciparon de la burguesía, organizándose aparte de ella y frente a ella en los soviets, creados entonces por vez primera. Los campesinos se levantaron, al grito de «¡tierra!», en toda la gigantesca extensión del país. Los elementos revolucionarios del ejército sentíanse atraídos, tanto como los campesinos, por los soviets, que, en el momento álgido de la revolución, disputaron abiertamente el poder a la monarquía. Fue entonces cuando actuaron por primera vez en la historia de Rusia todas las fuerzas revolucionarias: carecían de experiencia y les faltaba la confianza en sí mismas. Los liberales retrocedieron ostentosamente ante la revolución en el preciso momento en que se demostraba que no bastaba con hostilizar al zarismo, sino que era preciso derribarlo. La brusca ruptura de la burguesía con el pueblo, que hizo que ya entonces se desprendiese de aquélla una parte considerable de la intelectualidad democrática, facilitó a la monarquía la obra de selección dentro del ejército, le permitió seleccionar las fuerzas fieles al régimen y organizar una sangrienta represión contra los obreros y campesinos. Y, aunque con algunas costillas rotas, el zarismo salió vivo y relativamente fuerte de la prueba de 1905.

      ¿Qué alteraciones