afectividad, la bipolaridad no es un fogueo emotivo extremo sino, por el contario, un disfraz dogmático del propio sentir, que impide a la persona un contacto genuino con su auténtica vivencia.
Entre el éxtasis sin fe de la manía, y la noche oscura sin para qué de la melancolía, se percibe la desesperada ansiedad del alma bipolar por encontrar la conexión con el Ser interior que ha perdido. Y ese Ser, su Eje Interior, ella debe comparecer a rescatarlo del sitio en donde se oculta: su espacio genealógico, su mundo constelar, su esfera parental. Ese pozo de vacuidad de tiempo que se ha producido en su existencia al haber aceptado pagar, sin cuestionarlo, una deuda firmada por un ancestro o asumiendo y sosteniendo un padecer, como tributo indispensable para alcanzar el merecimiento de pertenecer a una específica tribu parental. Esta dimensión perdida y sepultada en el ayer, ha tragado su quietud, su oscilar pausado, y la ha arrojado como una piedra contra un metal: saca chispas, hace ruido, pero no forja, es crisol de nada.
Sin embargo, la misma red vincular familiar es la que puede devolverle el equilibrio, la capacidad de integrar polaridades; permitirle cruzar la orilla del desamparo que la inunda y arribar al cobijo que anhela. Hundida en su desesperado sufrir, ella está intentando –de un modo fallido– corregir un enredo pasado, cancelar un pendiente silenciado, reconciliar a Caín y Abel, Jacob e Isaac, mostrar la premura de develar un secreto de muerte, gritar lo que por generaciones se ha callado, encubrir, con el desgarro de su padecer, talentos de ancestros desperdiciados, injusticias, exclusiones…
Claro está que una tarea es explicar la bipolaridad, y otra muy distinta, comprenderla. Explicaciones sobran, comprensiones faltan. Y el primer paso para entender una pizca del mundo bipolar es reconocer su naturaleza esencialmente humana. Que la bipolaridad desdichada es el descarrío de un modo complejo del funcionar natural de los seres humanos, un desvío, no sólo personal, sino familiar y colectivo.
No estoy muy seguro de haber podido plasmar, en este libro, el diseño interior que concibo como el rumbo que deberíamos seguir para brindar, tal vez, no una sanación de este padecer, pero sí su reivindicación como experiencia. Tengo la certeza de que ninguna teoría cura y, ya ven, aquí estoy dibujando una. Pero al releer lo escrito me doy cuenta de que no se trata tanto de un texto científico, o un manual sobre la bipolaridad, como del relato de un viaje extraño y singular en torno de mi actividad terapéutica. Una actividad muy parecida a la de un tejedor, que en su telar entrelaza los diversos hilos de una biografía hasta formar, con retazos de diversos colores, una trama plena de intenciones.
He vivido lo suficiente como para darme cuenta de que aquello que uno fragua con sus pensamientos, es semilla que toma tiempo en fructificar. Pero la vida no desecha nada; con todo crea. Este imaginario me da cierta tranquilidad de espíritu acerca del destino de lo que he aprendido sobre el padecer bipolar. No espero que permanezca, pero sí deseo compartirlo, y tener la posibilidad de dar a conocer que el mundo que concibo sobre este tema es fuente de dicha en mi vida. Es por eso mi gratitud para pacientes, lectores y editores.
Un comentario final. La visión constelar familiar que utilizo en la práctica clínica, presente en este libro, no pertenece al campo sistémico, aunque toma algunos elementos de él. Más bien, es un enfoque transversal que parte de la visión psicodinámica, y se adereza con mucho de bioenergética y psicología transpersonal. Asimismo, este recurso terapéutico no es un territorio privativo en mi labor clínica, pero durante años he colaborado en intervenciones familiares aplicadas a la bipolaridad, experiencia que intento transmitir aquí. Por otra parte, en mis libros anteriores sobre el espectro bipolar se encuentran desarrollados, extensamente, las miradas teóricas, terapéuticas y clínicas que sustento en relación con este padecer. El lector podrá encontrar en ellos la posibilidad de ampliar aspectos aquí puntualizados, que por la propia naturaleza del presente texto sólo se mencionan de modo breve.
EDUARDO H. GRECCO
México, enero de 2015
Capítulo primero
Relojes de la vida
He hecho de mí lo que no sabía, y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
Fernando Pessoa
El punto de partida de la visión que auspicio es considerar que la enfermedad no es un mal a combatir sino una oportunidad para saber más de nosotros mismos. Que aquello que sentimos como un obstáculo o barrera, es posible de apreciarlo como espejo que nos muestra lo que no vemos de nosotros mismos y, al mismo tiempo, maestro de nuestro proceso de evolución. Desde esta percepción, estoy convencido de que cada uno de nosotros realiza una travesía espiritual a través de la enfermedad, y al llevarla a cabo de un modo acertado, esta excursión nos acerca más a la salud y la dicha.1
Los movimientos de este viaje, adversidades que se presentan inesperadamente, encuentros y desencuentros impostergables, logros que se alcanzan contra toda esperanza, no acontecen de modo casual sino, por el contrario, están provocados por el interjuego de dos fuerzas, complementarias en su antagonismo. La una y la otra reconocen intereses desiguales y responden a preguntas diversas, pero ambas contribuyen a dar razón de dos dimensiones de la enfermedad: causa y sentido.
Es muy cierto que, si bien hay un reloj causal que permite explicar la razón del emerger de un síntoma en nuestra vida, las influencias que participan en su construcción y génesis, también hay que reconocer la existencia de otro reloj, la sincronicidad, que brinda la posibilidad de comprender su sentido. Y aquello que da sentido a la vida, es sentir. De modo que la causa de la pérdida de sentido –que provoca por sustitución la aparición del síntoma en la vida de una persona, manifestación destinada a ocupar el lugar de un afecto que falta–, radica, en última instancia, en la ausencia o bloqueo de la expresión emocional. Así, lo que enferma no es sentir sino reprimir el sentir, el asedio injustificado al fluir de los afectos.
En este punto, es forzoso tener presente que, allí donde un afecto se ha visto impedido de expresión, el síntoma asoma como su representante. Cuando esto sucede, el afecto sofocado se abre a la posibilidad de retornar como afección. De modo que los síntomas son estelas que rememoran antiguas situaciones en donde determinados sentimientos fueron ahogados. Son un lenguaje que narra la historia de una expresión tímica impedida, apagada o extinguida. Significantes de un significado extraviado para la conciencia.
Que lo excluido de la vida yoica retorne, y que conozcamos los mecanismos mediante los cuales esto ocurre, nos permite conocer las causas que, de una manera más o menos segura, están en la raíz de un síntoma. Sin embargo, esta explicación no dice mucho acerca del lugar que éste ocupa en la trama de la vida de quien lo padece. Tampoco da cuenta de su significación, ni lo que enseña. Las causas, por más sofisticadas y holísticas que se perfilen, sólo responden al porqué de las cosas. La historia narra y explica el acontecer de una enfermedad, pero es muda a la hora de comprender su para qué.
Es cierto que la reconstrucción de una biografía aporta un conjunto de respuestas teleológicas reveladoras en torno de los cursos posibles de una enfermedad. Sin embargo, esto no implica deducir sentido en relación a la trama de una vida. Es que la significación de un síntoma en el marco de la terapéutica y dentro de la vida de una persona son dos cosas diferentes.
En el consultorio, las explicaciones precipitan sentido (aunque no lo tenga) en la conciencia del paciente. Sin embargo, cada paciente es una persona que trasciende los límites de un consultorio o de una teoría científica. La explicación nunca calma su dolor, sólo posterga la sentencia sobre él, y muchas veces aumenta la ignorancia de sí mismo y embota la comprensión de la situación en la cual se encuentra.
Esto no conlleva que explicar y comprender sean perfiles que mantengan entre ellos, de manera obligada, un maridaje tormentoso. Por el contrario, es posible hacerlos converger, pero no pretender que uno u otro hagan lo que no les corresponde.
1. EL RELOJ CAUSAL
Es muy cierto que el concepto de causalidad ha sufrido una variedad de modificaciones significativas a lo largo de historia, pero también es verdad que su esencia parece