Eduardo H. Grecco

Constelaciones familiares y bipolaridad


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y, por eso, sobrevive en muy buenas condiciones, sin haber renunciado a la esencia de su naturaleza. ¿Cuál es?: cada suceso tiene causa.

      Esto implica varias cosas: todo ocurre de forma conectada, nada está aislado; cualquier hecho, incidente, gracia o desgracia, se encuentra ligado a otros en un dinámico proceso de interacción; un evento se continúa con otros; la causa precede al efecto. De esta condición última se desprende la necesidad de la línea de tiempo que supone la causalidad y el hecho de que la causa siempre se encuentra en el ayer de lo causado.

      El reloj causal es el que habla de las influencias que determinan resultados, consecuencias, secuelas y frutos. Su acción se resume en frases como: Todo efecto tiene una causa; No existe efecto sin causa; Todo accionar tiene causa; Nada se hace sin causa; Todo cuanto comienza a existir debe tener una causa eficiente; Todo cuanto existe de manera contingente tiene causa eficaz.

      Sin embargo, la causalidad unívoca se vio obligada, por el peso de su misma insuficiencia, a ampliarse a lo “pluri” o “multi”. Es que una serie causal del tipo “virus X genera patología Z”, es bastante improbable que se respalde en la realidad, tomando en cuenta la cantidad de factores que concurren en las vicisitudes que estallan, en la vida, como síntoma. Si bien esta consideración (multicausalidad) es aplicable en la naturaleza, es una afirmación más rotunda aún en lo humano.

      Sin embargo, incluso contando con la noción de sobredeterminación en la apreciación de los procesos humanos, y aceptando la posibilidad de que esta perspectiva permita descifrar la génesis de un síntoma, conducta o cualquier otra manifestación, tal perspectiva sólo alcanzaría a predicar eso (que no es poco), pero no lograría poner en evidencia el significado existencial de tal producción.

      Con Sigmund Freud la causa fue, al principio de sus reflexiones, el trauma. Luego el complejo de Edipo, y más luego el de castración; otros investigadores señalan, en el origen de las neurosis, temas como complejo de inferioridad, abandono materno, etc. Incluso, de lo personal se avanzó a lo no personal: anclajes arquetípicos, constelaciones familiares, memorias del alma. Es igual: aunque cambiemos el motivo, nos extendamos en el espacio o retrocedamos en el tiempo, todo se restringe a buscar causas en el pasado. En suma, la causalidad da cuenta de la presencia del pasado en nuestra vida. Eso explica la secuencia de nuestra historia, pero no la trama de nuestra biografía. Indica la cartografía de un organismo, pero no de las intenciones que lo alienta. Para eso, hace falta dar un paso más.

      2. EL RELOJ SINCRONÍSTICO

      Desde la sincronicidad, la vida no es fruto de causas sino de sentidos que se asocian entre sí. Es decir, las relaciones que se establecen entre los sucesos, personas o cosas, no son obra de agentes causales, sino de misteriosas conexiones atemporales, en donde la convergencia de significados es lo que cuenta.

      Hace unos años, durante un seminario cuyo tema central giraba en torno al enfoque alquímico e iniciático de la psicoterapia, sucedió un evento singular. El día antes de finalizar, al filo del anochecer, centraba la enseñanza sobre el hecho terapéutico de que los procesos de descubrimiento interior ayudan a ver, de modo más nítido, la malla de nuestra historia, y que de ese modo, en el cristal de la vida las palabras esclarecedoras, interpretaciones, revelaciones e insight, asisten a las personas en su labor de adquirir claridad y ver mejor tras esos cristales.

      Insistía en que, tal vez, esos cristales, que son una elección del alma para llevarnos a aprender determinadas lecciones de la vida, nunca se van a disolver, que jamás las personas van desistir de tener cristales, pero que no es lo mismo ver la realidad por medio de un cristal sucio o empañado, que a través de otro límpido y despejado; que cuanto más transparentes sean los cristales –más libres de creencias, apegos, modelos e influencias ajenas–, más cerca está la persona de verse y ver el mundo tal cual es.

      La mañana siguiente, durante el cierre del curso, en el preciso instante en que retomaba esa misma idea y la desplegaba, un hombre, desde el exterior, iniciaba su labor de limpiar la ventana del fondo del aula. Entre ambos eventos, que sucedían en un entorno temporal de simultaneidad, no existía nexo material alguno. La asociación entre ellos no era de naturaleza causa-efecto, sino de significado. Independientes cada uno de ellos en su génesis, entrelazados sin embargo por el nudo de una fuerza simbólica concurrente. Jung designa esta coincidencia no causal como fenómeno sincronístico.

      Ahora bien, tanto la sincronicidad como la causalidad son leyes del universo que funcionan de modo constante. Así, en cada instante, aunque no se piense en ello, la ley de la gravedad funciona con independencia de si la conciencia la registra o no. Las cuatro grandes leyes causales existen y existieron, aun antes de que los hombres pudieran formularlas. La ley de la gravedad era un orden real antes de la caída reveladora de una manzana ante los ojos de Newton.

      Del mismo modo, la sincronicidad también opera de un modo permanente; pero al igual que la causalidad, no siempre los seres humanos alcanzan conciencia de su accionar. Sin embargo, tal vez con ella exista una cierta resistencia a considerar su validez, a pesar de los testimonios reiterados sobre su presencia y eficacia.

      Esto se debe no sólo a la naturaleza del campo de experiencia en donde se enmarca, sino al hecho de que la sincronicidad es una fuerza de cambio. La causalidad, la gravedad, por ejemplo, nos afectan, pero la sincronicidad nos empuja a la transformación personal. La primera conmociona, la segunda conmueve. Y ya conocemos la repulsa de los seres humanos para abrirse al cambio interior.

      Todo lo dicho se liga con una particularidad propia de la sincronicidad: la sensibilidad. ¿Qué significa? Que si la persona no registra las sincronicidades que aparecen a su paso, la percepción de este lenguaje de la naturaleza se torna más difícil de aflorar, y cada vez se reconoce menos su presencia en la vida. Por el contrario, a medida que la conciencia se va abriendo y dejando guiar por la sincronicidad, aparece con más fuerza, pero si no es escuchada se aleja de la existencia.

      Llevando este concepto al desarrollo del proceso enfermar-curar, cobra sentido la afirmación, tan reiterada por Jung, acerca de que la sincronicidad es, por una parte, guía que reorienta a la persona en la noche oscura del alma, cuando abandona las seguridades de la conciencia y la razón, y por otra, el timón que la dirige hacia donde le corresponde ir a ella, como la ballena a Jonás.

      ¿Cómo se logra que la sincronicidad adquiera tal rol? Trabajando en los pequeños detalles la vida cotidiana y dejando que la gracia del alma se derrame sobre la conciencia.

      3. LA VIDA COTIDIANA

      Hay que aprender a dejarse conducir por el alma en las pequeñas cosas de la vida cotidiana. Cuando en este plano se aprende a fluir con las mareas de la vida, luego es más sencillo operar en las grandes causas de la existencia.

      Algunas personas desvalorizan lo cotidiano porque les parece insuficiente, olvidando que “la totalidad de la vida es simbólica porque todo en ella tiene significado” (Boris Pasternak), o que “se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas” (Walt Whitman). Estar en lo cotidiano es vivir la vida aquí y ahora, pero “algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora” (John Lennon).

      Vivir en lo cotidiano y acercarse a la sincronicidad por esta calle entraña que la persona ha logrado el punto de estar centrada en su interior, ser profundamente fiel a sí misma y habitar en la vida de un modo sencillo. Simplicidad que no presume, necesariamente, dicha.

      Sigmund Freud declaraba, con cierta ironía, en una confesión autobiográfica ilustrativa: “He sido un hombre afortunado en la vida: nada me fue fácil”. Sin embargo, lo difícil tampoco requiere infelicidad, así como lo cotidiano no por ser lo que es resulta aburrido o insípido. Todo es una cuestión de miras, ya que “todos vivimos en la tierra, pero algunos levantamos los ojos hacia las estrellas” (Oscar Wilde).

      Cuando se acepta la sincronicidad de lo cotidiano, se descubre la sincronicidad de lo que no lo es. De la misma manera que es imposible conectarse con la guía espiritual sin antes haberse enlazado con la terrenal, es inviable vivir lo trascendente sin previamente haber pasado por lo diario