Olivia suspiró su nombre y echó la cabeza hacia atrás mientras Jamie buscaba el escote del vestido y tiraba de él hacia abajo. Y en el instante en el que la piel de Jamie rozó su seno, Olivia comprendió que estaba perdida. No había hecho nada parecido en su vida, pero quería continuar. Quería alcanzar el orgasmo allí mismo, escondida del resto del mundo solo por la oscuridad.
Pero había olvidado que la oscuridad era un refugio engañoso. Y, lo más importante, que las paradas de los autobuses siempre estaban situadas en una calle. Incluso con los ojos cerrados, Olivia distinguió el resplandor de unos faros y abrió los ojos.
–¡Un coche! –exclamó con voz ahogada, revolviéndose para poner el pie en el suelo y desenredar los dedos del pelo de Jamie.
Jamie soltó una maldición y apartó las manos del vestido justo en el momento en el que los iluminaban los faros. Olivia contuvo la respiración y apretó los ojos hasta que el coche pasó por delante de ellos y se sumergieron de nuevo en la oscuridad.
–¡Te lo dije! –gritó.
–Mierda.
Olivia le empujó para evitar que continuara metiéndole la rodilla entre los muslos.
–¡Jamie!
–Vale, lo siento. Tenías razón. Es solo que… deseaba hacerlo.
Ante aquella declaración, a Olivia le costó continuar enfadada.
–Vamos a dejar clara una cosa. Yo solo quiero divertirme de maneras que no supongan terminar arrestada.
–¿Estás segura? Porque sería una experiencia salvaje.
Olivia volvió a empujarle, pero Jamie se echó a reír y se inclinó para darle un último beso. Olivia mantuvo los labios apretados para evitar otro desastre.
–Muy bien –Jamie suspiró–. Creo que ni siquiera yo estoy preparado para conocer el interior de una celda. Y, ahora mismo, no estoy del todo seguro de que mi familia estuviera dispuesta a pagar una fianza. A lo mejor deberíamos volver a casa.
–A lo mejor –contestó ella con ironía, pero no pudo evitar sonreír mientras caminaban hacia su casa–. Estás loco, ¿lo sabes?
–¡Qué va! Solo estoy excitado. Pero no sé si eso me sirve como excusa.
–Es el vino –respondió ella como si no estuviera también excitada hasta el dolor.
Como si no hubiera pasado las noches despierta esperando el momento de tenerle de nuevo a su lado. La palma de la mano le cosquilleó cuando Jamie le tomó la mano para entrelazar los dedos con los suyos.
–Cuéntame qué sueles hacer para divertirte.
Olivia frunció el ceño.
–Esa es una pregunta tonta. Ya te dije que yo no sé divertirme.
–No me lo creo. A ti la diversión te sale de forma natural.
–No, qué va. Para divertirme… salgo a correr. Y leo. Y voy a museos.
–¡Vaya! –respondió Jamie–. No estaba preparado para una revelación de ese tipo.
Olivia le dio un codazo en las costillas con toda la dignidad que fue capaz de reunir.
–A lo que me refería es a… Cuéntame cómo te divertías cuando eras más joven. Antes de conocer a Víctor. O cuando eras adolescente, incluso. Seguro que hacías algo para divertirte: oír música, ir a fiestas, salir con chicos…
Chicos. Olivia se aclaró la garganta porque la tenía atenazada por el secreto de que no había habido chicos en su adolescencia. En realidad, no. Pero Jamie acababa de mencionar algo importante. Había tenido una vida antes de Víctor, aunque hubiera sido muy inocente.
–Me gustaba patinar, y la música country. Hasta los catorce años, jugué al softball. Y me encantaban los parques de atracciones.
Jamie se la quedó mirando.
–Me encantaba la montaña rusa –le aclaró Olivia.
–¿La montaña rusa? ¿De verdad?
–Sí
–Genial. Creo que ya sé cuál va a ser nuestra próxima misión. ¿Tienes el domingo libre?
–¿Por qué? –preguntó Olivia con recelo.
–Porque no voy a tener otro día libre hasta entonces y no podemos recorrer Elitch Gardens en dos horas.
Olivia abrió la boca para protestar, pero se dio cuenta de que no tenía la menor idea de por qué iba a negarse. No había vuelto a montar en una montaña rusa desde que estaba en la universidad. ¿Y por qué no? Porque a Víctor no le gustaban. ¿No era patético? Había visto anunciar la nueva montaña rusa de Elitch Gardens. Tenía un aspecto asombroso.
–De acuerdo, sí. Tengo el domingo libre.
Quedaron atrapados en el resplandor de una farola. Olivia alzó la mirada y vio el pelo de Jamie, todavía revuelto por sus caricias. Había sido ella la que le había despeinado y se sintió satisfecha al pensarlo.
A lo mejor no era tan aburrida como pensaba. Desde luego, no lo estaba siendo con Jamie. Y, quizá, la pregunta que este le había planteado fuera más significativa de lo que parecía.
Era posible que, al final, fuera Víctor el que no sabía divertirse. Al fin y al cabo, no le gustaban las montañas rusas. Ni la música country. Ni batear. Ni los juegos de mesa. Ni los estadios de béisbol. Ni los zoos.
A Olivia le gustaban todas aquellas cosas cuando era joven y después… Y después había conocido a Víctor.
Pero no estaba siendo justa. Le había conocido con veintidós años. Para entonces, ya había tenido tiempo de madurar. Había terminado los estudios universitarios y era una persona adulta. Y los adultos hacían cosas de adultos, como ir a fiestas en las que se servían cócteles y acudir a la ópera. Los adultos leían libros importantes, hablaban de política y se esforzaban en apoyar la carrera de sus cónyuges.
La carrera de Víctor en su caso.
Así que, a lo mejor no había sido una mujer aburrida. A lo mejor había estado demasiado ocupada intentando ser lo que Víctor necesitaba que fuera. Y él necesitaba que fuera alguien inferior. Inferior a todas aquellas jóvenes que le gustaban y cautivaban su atención.
Que se fuera al infierno. Y esperaba que todo lo que se estaba divirtiendo, todo el tiempo que estaba pasando con Jamie, la ayudara a ser un poco más ella misma cada día.
–Yo no quería ser profesora –confesó de pronto, reconociendo en medio de la oscuridad lo que no había sido capaz de admitir en una habitación iluminada–. Ni siquiera había pensado nunca en la posibilidad de enseñar. Yo quería tener mi propio negocio. Disfrutar de la emoción del riesgo, del desafío. Así era como quería divertirme antes.
Antes de conocer a Víctor, quería decir. Antes de haberse comportado como otras muchas mujeres estúpidas.
Jamie asintió sin decir palabra y ella se alegró de que permaneciera en silencio. Se alegró porque se había sentido bien haciendo aquella confesión y no quería arruinar el efecto intentando averiguar por qué. No quería escarbar en el arrepentimiento aquella noche.
Cuando llegaron a la acera que conducía a su complejo de apartamentos, Olivia comenzó a preocuparse por lo que podía pasar a continuación. No en relación al sexo. A aquella parte de su relación se había adaptado con rapidez. Pero no sabía cómo enfrentarse al momento de la transición. ¿Debería invitarle a pasar? ¿Dar por sentado que la seguiría? ¿Tenía que dejar claro que quería que se quedara? ¿Querría Jamie pasar allí la noche?
A Olivia le parecía increíble que la gente hiciera cosas como aquella cada día.
–Estoy impresionado –admitió Jamie–. No has mirado el reloj ni una sola vez.
–Porque