María R. Box

Diez razones para amarte


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un poco por su halago. Aparte de Roberto, nadie me había dicho cosas como que mi nombre fuese bonito ni me habían cedido la silla para sentarme y, aunque fuese un micromachismo, a mí me encantaba.

      De repente, el camarero nos irrumpió con un acento de lo más italiano. Gracias al cielo lo entendí a la perfección.

      Entonces, miré a Alejandro, quien me miraba de nuevo a través de su carta, expectante y desafiante. ¡El hijo de perra quería comprobar si de verdad sabía italiano! Seguro que, y son suposiciones, se había estudiado mi perfil de pe a pa y quería comprobar si era verdad.

      Alejandro sonrió con satisfacción, comprobando así que no era una mentirosa.

      —Lo mismo que la señorita y traiga una botella del mejor vino que tengan —se atrevió a pedir.

      —¿Celebramos algo? —Una de mis cejas se alzó cómicamente. Miré con disimulo por la ventana para ver a Naomi muy entretenida mirándonos, solo le faltaban las palomitas.

      —Que he encontrado a la candidata perfecta, Lucía, eso celebro.

      1 ¿Qué es lo que van a querer los señores?

      2 Buenas noches, yo voy a querer piadina y Bistecca alla fiorentina.

      Capítulo seis

      ¿A qué se refería Alejandro con qué había encontrado a la candidata perfecta? ¿Perfecta para qué? Dudé en sí preguntarle o no, luego de estar varios minutos callados. Sin embargo, al final opté por decírselo. No podía callarme, necesitaba saber de qué se trataba esto.

      —¿A qué te refieres?

      Un camarero se acercó y nos llenó las copas de vino. Alejandro bebió, sin quitarme la mirada de encima. Se la mantuve.

      —Necesito una mujer para hacerme un trabajo. —Dejó su copa y cruzó sus manos en la mesa.

      Alcé una ceja.

      —¿Hacerte un trabajo? —pregunté.

      ¡Ni de coña iba a hacerle un trabajo! ¿Qué se creía que era? ¿Una prostituta? Me puse en tensión. Sin embargo, de repente, Alejandro pareció comprender sus propias palabras y comenzó a gesticular con los brazos.

      —No, no, no —se apresuró a responder—. No me refiero a eso —bajó unos tonos su voz y se acercó sobre la mesa a mí—, no quiero sexo.

      Solté el aire de mis pulmones y reí, no pude contenerme. Ante situaciones incómodas o inapropiadas, me reía. Podía parecer un gesto de mala educación, pero así era yo. No obstante, me sorprendí al escuchar a Alejandro reír, pero a la vez de una forma ronca.

      «Respira, Lucía, respira», me dije, mordiéndome el labio inferior. Me encantaba esa risa, se había quedado grabada en mi mente.

      —¿Te das cuenta de lo mal que ha sonado? —le pregunté.

      —Sí, me doy cuenta. —Alejandro rio suavemente.

      Con disimulo, miré por la ventana. Naomi se había sentado en un banco cercano, comiendo chucherías como una posesa.

      El camarero llegó con nuestros platos, volvió a llenar su copa de vino y se retiró. Fui la primera en probar la deliciosa comida italiana, tuve que contenerme para no gemir del placer al probar el plato. ¡Estaba delicioso!

      —¿Te gusta? —me preguntó y yo asentí—. Me alegro muchísimo, Lucía.

      —¿Puedo preguntarte algo? —Dejé el tenedor a un lado y bebí de mi copa.

      —Ya lo estás haciendo. —Rio con suavidad—. Claro, dime. Si está en mi mano te responderé.

      —¿Por qué haces esto? No creo que te haga mucha falta encontrar compañía en una web.

      Entonces, fue cuando a Alejandro se le oscureció la mirada llena de recuerdos desafortunados. Sus manos se cerraron en medio de la mesa, miró por unos segundos hacia abajo y luego subió su vista hasta mis ojos.

      —Eso es algo demasiado personal —dijo.

      Asentí con una mueca en los labios. Esa mirada tan profunda me demostraba la horda de secretos que guardaba en su interior, en lo más profundo de su corazón para que nadie pudiese entrometerse en su vida de forma íntima.

      —Claro. —Sonreí—. Lo entiendo.

      —¿Y tú? ¿Por qué decidiste meterte en la web? No creo que sea por falta de pretendientes. —Alejandro bebió y comió, fijando su mirada intensa en mí.

      Me mordí el labio, mirando para abajo. Sus ojos saltaban en chispas de interés y yo solo podía repetirme una y otra vez que esto solo era algo de conveniencia.

      —Digamos que me hace falta el dinero y no encontré otra solución.

      Comí de mi plato, aún sin mirarle a los ojos. Me ponía nerviosa su mirada entre verde y marrón. Muy nerviosa. Era demasiado intensa. Si a eso le sumabas su atractivo y lo que me hacía sentir con solo una mirada...

      ¡Madre mía! Me parecía a Naomi, pero nunca un hombre me había atraído tanto físicamente.

      —Entiendo —dijo.

      Subí mi mirada y dejé el tenedor cerca del plato.

      —¿Qué te parece si te doy el contrato y en casa lo miras con tranquilidad?

      El camarero vino y retiró los platos.

      Alejandro sacó del pequeño maletín de oficina que llevaba unos papeles que supuse que era el contrato.

      —Quiero que todo esto sea legal, como un trabajo —apuntó.

      Asentí, cogí los papeles y tragué duro. «Esto va muy en serio» pensé.

      —Me parece bien. —Le eché una ojeada a los papeles, todo parecía bien estipulado.

      —Para que entiendas, necesito a una mujer para acompañarme a ciertos lugares: reuniones de trabajo, galas benéficas, viajes de trabajo... Todo pagado por mí, por supuesto.

      —Aquí — comenté mientras señalaba con mi dedo una cláusula del contrato— pone que debo quedar contigo cuando me necesites. El problema es que estudio y no sé si podré asistir a lo que me dices.

      —¿Qué horario tienes?

      —De mañana —dije.

      —Bueno, puedo intentar que las reuniones sean por la tarde.

      —¿Y los eventos? —pregunté, leyendo el contrato.

      —Son en fin de semana, al igual que los viajes. De verdad, te necesito Lucía. Eres la primera mujer que no me miente en la cara para conseguir dinero.

      Suspiré cuando mi vista cayó en el dinero que me llevaría cada vez que quedase con él. Sin embargo, me negaba a reconocer que este impresionante hombre necesitase compañía femenina para estas cosas. Y mucho menos que necesitase a alguien como yo.

      —Sigo sin creer que me necesites. ¿Por qué yo?

      —Ya te lo he dicho, Lucía —contestó, rascándose la nuca—. Eres la primera mujer que no me miente, eres inteligente, hermosa y educada. Las mujeres de la web con las que he quedado eran unas mentirosas, decían tener ciertos requisitos que buscaba solo para sacarme el dinero. No busco una relación sexual, no quiero una mujer solo hecha de plástico. Necesito una mujer real, Lucía, y esa eres tú.

      Los