María R. Box

Diez razones para amarte


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gastarse la herencia en él y ayudar a alguien que lo necesitase.

      Subió su mirada hasta fijarse en mí, con una sonrisa torcida en los labios.

      —¿De verdad hay hombres buenos en esa web? —pregunté, mordiéndome la mejilla por dentro. Naomi asintió.

      —Aunque parezca raro, sí, hay hombres que solo quieren compañía para pasar sus últimos años de vida. Yo llevo con mi Daddy cuatro años, con un contrato estipulado y todo.

      —Viéndolo así... —comenté.

      —Es una oportunidad, si ves que no encajas con el hombre, no lo vuelves a ver en tu vida —dijo—. Además, la página tiene reglas. Si te pones en contacto con el servicio diciendo que un Daddy al que le has dicho que no te está acosando, lo vetan.

      Decididas a dejar el tema para otro momento, Naomi y yo salimos del edificio y anduvimos por las transitadas calles de Madrid hasta llegar al hospital. Naomi había dejado el tema a parte, hablándome de Roberto. En estos momentos, Roberto me parecía un maldito dolor de cabeza. Le tenía muchísimo cariño, pero comenzaba a hartarme de que insistiera tanto en volver con él.

      —Está coladito por ti —dijo Naomi—. Cuando lo dejasteis le rompiste el corazón.

      —No siento más que cariño por Roberto. Además, no estoy como para pensar en amoríos.

      —Pero fue tu primer chico. —Naomi palmeó mi hombro con burla.

      —¡Éramos unos críos! —repliqué.

      Naomi cruzó el paso de peatones con el semáforo en rojo y me esperó en la acera de enfrente, con las manos en sus caderas y metiéndome prisa. Acabé cruzando la calle, jugándome la vida en las incestuosas y peligrosas calles cercanas al hospital.

      —¿Cuánto hace que no hechas un casquete? —me preguntó subiendo y bajando sus cejas.

      Resoplé.

      —Desde que lo dejé con Roberto. —Naomi abrió los ojos exageradamente—. ¿Qué esperas? No soy de tirarme al primero que me pasa por delante.

      —Eso es porque eres una romántica empedernida, no puedes negarlo. Estás loquita por los personajes literarios que lees cada noche antes de irte a dormir.

      La miré con reproche. Ese era mi mayor secreto, me encantaban los libros románticos, sobre todo los clásicos. Lo que ahora se tomaba como micromachismo (que un hombre, por ejemplo, te abriese la puerta) a mí me parecía pura caballerosidad. Y me encantaba leer libros donde el protagonista era todo un caballero, de esos que te cortejaban.

      —Es posible. —Reí.

      Llegamos a la puerta principal del hospital, Naomi subió conmigo a la habitación de mamá. De nuevo, ese olor tan familiar a alcohol y desinfectante invadió mis fosas nasales. No me gustaban los hospitales. Alba se encontraba haciendo deberes, sentada en un sillón cercano a mamá. Las enfermeras se habían encargado de que en la habitación solo estuviésemos nosotras. Incluso nos trajo una bandeja de comida. Sin embargo, cuando el médico pasó a hacer su chequeo, me sacó a rastras de la habitación.

      —Tengo que irme a casa, ¿vas a aparecer en el restaurante o te vas a rajar? —preguntó en voz baja.

      Lo pensé por unos minutos hasta que acabé respondiendo.

      —Nos vemos en mi casa a las seis, mañana.

      Capítulo cinco

      8 de septiembre de 2017

      Por última vez, me miré en el espejo de cuerpo entero que tenía tras mi puerta. Volví a pasear, para planchar, mis manos sobre el vestido que Naomi me había prestado. Una hermosa pieza de color azul oscuro, con la manga tres cuartos de encaje y de medida un poco más arriba de la rodilla. Sin duda, un vestido espectacular al que Naomi me había hecho acompañar con unos bonitos, y enormes, tacones en un tono crema.

      —Estás guapísima, Lu.

      Miré a Naomi a través del espacio. Se encontraba en mi cama, tumbada y con la cara apoyada en sus brazos.

      —No sé si esto es una buena idea —dije, admirando la tela del vestido.

      —Te he presionado demasiado. —Naomi me miró arrepentida—. Lo siento, no era lo que pretendía.

      Me giré sobre los talones y le sonreí.

      —Sé de sobra que lo has hecho por mí, pero estoy cagada del miedo. ¿Y si no es quién dice y me hace algo? Necesito el dinero, he mandado mi currículum a muchos lugares y ninguno dice nada. —Anduve hasta la cama y me senté a su lado. Acabé tumbada y resoplando sobre la mullida cama.

      Naomi se removió y se sentó con las piernas cruzadas a lo indio.

      —¿Estás segura de esto? —preguntó.

      —No, pero necesito el dinero. Además, ¿estarás ahí por lo pueda pasar? —Ella asintió.

      —Claro que sí. Anda, ven que te arregle el pelo.

      Nos levantamos y fuimos hacía una improvisada peluquería que nos habíamos montado en mi habitación. Me senté en la silla de cocina y dejé que Naomi hiciese magia en mi cabello castaño oscuro. Terminó por hacerme una cola alta, bien planchada y dejando ver, según Naomi, mis enormes ojos azules con motas verdes.

      —¿Te he dicho alguna vez que me encantan tus ojos? Son espectaculares, Lu.

      —Son normales, Naomi, no tienen nada de especial —dije sincera.

      Así lo pensaba. Mi hermana Alba y yo éramos muy parecidas, las únicas diferencias eran que ella tenía los ojos más verdes y el pelo rizado como mamá y yo los ojos azules y el pelo liso como mi padre, el gilipollas que nos dejó tiradas.

      Mirarme al espejo era verlo reflejado en mí, o yo en él, una de dos.

      —Eres guapísima y no lo quieres admitir. —Naomi fue hasta un cajón de mi cómoda y saco un estuche de maquillaje—. ¿No tienes maquillaje?

      —Tengo una crema hidratante con color, si uso maquillaje me salen granos.

      —Eso vamos a evitarlo, no quiero volver a verte con acné por toda la cara. Vaya años más asquerosos que pasamos, ¿te acuerdas?

      —No compares mis volcanes de la era prehistórica con tus pequeños poros. —Reí.

      —Que payasa. —Rio ella—. ¿Te echo mucho potingue o quieres algo más natural?

      —Natural, por favor.

      Y así lo hizo.

      Naomi me maquilló de forma sencilla, para nada extravagante. Lo único destacable, a mi pesar, eran los ojos. Naomi se había esmerado mucho en dejarlos impecables para que el azul resaltase.

      —Me siento fatal, mi madre está en el hospital con mi hermana y yo aquí...

      —Lo haces por ellas, para sacarlas adelante. —Naomi dejó el labial encima de la mesa de estudio e hizo que me levantase de la silla—. Os han embargado la pequeña nómina que tiene tu madre por la deuda del coche de tu padre, ¿cómo piensas sobrevivir con apenas doscientos euros? ¿Cómo pagas la luz, la casa, el agua, el colegio, la universidad y el tratamiento de tu madre? Quizá ellas no sepan el esfuerzo que estás haciendo mientras intentas buscar un trabajo «normal». —Hizo las comillas con sus dedos cuando dijo normal.

      —Lo sé, pero me siento como una prostituta.

      —No eres una puta, Lu. No vas a venderte por sexo, eso que te quede claro —dijo Naomi con el rostro serio. La vi mirar el reloj de pulsera que llevaba—. Son casi las ocho menos veinte, ¿vamos yendo al lugar? No quedaría bien llegar tarde.

      Asentí.

      No pude ocultar el nerviosismo que me embargaba