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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Rebecca Winters
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Sin recuerdos, n.º 1507 - septiembre 2020
Título original: Undercover Baby
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-131-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
ES LA CASA de los señores Rawlins?
Cal Rawlins se puso la toalla alrededor del cuello, dispuesto a colgar el teléfono en caso de que fuera algún vendedor. Las siete y media de la mañana era un poco pronto como para molestar a nadie.
Si no hubiera sido por el buen humor que tenía después de haber hecho el amor con su amada esposa en aquella mañana del mes de junio, habría colgado de forma inmediata sin siquiera responderle.
–Sí.
–Llamo del departamento de urgencias del hospital Bonneville Regional. No se asuste, pero tenemos aquí a una señora llamada Diana Rawlins. Aparte de estar un poco desorientada porque se ha caído, parece que está bien. El niño parece que también está bien. Lo ha visto un pediatra, que lo está examinando ahora. Si por favor pudiera venir…
Al oír la palabra «niño» se quedó un poco más aliviado.
–Mi esposa se ha ido a trabajar y no tenemos ningún niño –le dijo–. Me parece que se ha confundido de Rawlins. Lo siento.
Colgó el auricular y se fue otra vez al cuarto de baño a terminar de afeitarse. Pensó en su matrimonio sin hijos, la única nube que oscurecía la felicidad matrimonial, porque su mujer deseaba tener un hijo.
En los cuatro años de matrimonio, Diana había sufrido tres abortos, perdiendo el feto a las ocho semanas. El último los había dejado destrozados a los dos, porque lo había perdido cuando tenía ya cuatro meses. Incluso le habían decorado la habitación donde iba a vivir.
Si hubiera sido un niño, le habrían llamado Tyler, como el abuelo de ella.
Si se volvía a quedar embarazada tendría que tener mucho cuidado y seguro que tendría que pasar por el quirófano para evitar que le volviera a ocurrir lo mismo. Pero hasta ese momento, Diana no se había quedado embarazada, a pesar de lo mucho que lo deseaba.
El médico le había dicho que se lo tenía que tomar con tranquilidad, que tenía que darle al cuerpo un descanso antes de intentarlo de nuevo. Cal estaba de acuerdo con el médico, pero convencer a Diana era otra cosa.
Cal había sugerido la idea de la adopción, pero ella la había descartado. No obstante lo había hablado con Roman Lufka, el mejor amigo de Cal y jefe de Diana en LFK Associates International.
Roman y Cal habían hablado de que si encontraban un niño para adoptar, a lo mejor se lo pensaba. Había veces que cuando se adoptaba un niño, la mujer de pronto se quedaba embarazada. Roman le había dicho que iba a investigarlo.
Era evidente que a él le apetecía mucho más tener un hijo natural, pero si no era posible, no le importaba adoptarlo. La felicidad de Diana era lo más importante. Eran muy felices en su matrimonio. Ella era su vida.
Mientras Cal terminaba de vestirse para ir al trabajo, decidió llamar a su amigo para quedar a comer ese mismo día. A lo mejor Roman ya había averiguado algo al respecto.
Estaba a punto de levantar el teléfono para hacer la llamada, cuando volvió a sonar otra vez. Llamaban de nuevo del hospital. Frunció el ceño.
–¿Señor Rawlins? ¿Vive usted en 18 Haxton Place, en Salt Lake?
–Sí. Pero ya le dicho antes que no tenemos hijos.
–Sin embargo esta señora dice que es la madre del niño. Hemos comprobado su permiso de circulación y la dirección que pone es la que le he dicho –sintió un escalofrío por la espalda–. Es una mujer alta, rubia y con los ojos verdes.
–Esa es mi mujer. ¿Podría hablar con ella?
–Ahora mismo no. Como le he dicho hace unos minutos está un poco desorientada.
–Voy ahora mismo.
Sintiéndose como si le acabaran de dar una patada en el estómago, salió disparado de la casa. Condujo su Saab a toda velocidad hasta el hospital.
Cuando vio el Buick de color blanco de su esposa aparcado, tragó saliva. Su presencia indicaba