ofrece una gran ciudad.
–¿Y qué pasa con… otro tipo de emociones? ¿Tampoco las necesitas, Ally?
–Me gusta mi vida, doctor Nicholson.
–¿Vamos a tutearnos o no?
Ella hubiera preferido no hacerlo. De ese modo, se sentía más segura. Pero sabía que era absurdo no tutear a un colega.
–Pensé que, habiendo estado en el ejército, te gustarían las formalidades.
–Dejé el ejército hace tiempo y, la verdad, nunca me gustó mucho lo de los rangos. No es mi estilo. Bueno, ¿puedo alquilar este sitio o… tienes que hablar con Charlie?
¡Charlie! Ally se había olvidado de Charlie. Sería mejor que le dijera la verdad antes de que él la descubriera por sí mismo.
–Sean, tengo que decirte una cosa…
El sonido de un coche sobre la gravilla del camino la interrumpió. No había tiempo para confesiones.
–Tienes visita.
En ese momento, se abrió la puerta y Charlie entró corriendo con las mejillas rojas por el frío.
–¡Mamá! ¿Qué haces aquí…? –la niña se quedó parada al ver a Sean–. ¿Quién eres?
Ally tragó saliva, demasiado incómoda como para disculparse por las maneras de su hija.
–Es el doctor Nicholson, cariño. Va a vivir aquí durante un tiempo. ¿Dónde está la abuela?
–Se ha ido a casa porque Princesa va a dar a luz. ¿Es tuya la moto que hay fuera? –preguntó la niña.
–Sí –contestó Sean–. ¿Te gusta?
–¡Mucho! ¿Puedes llevarme a dar un paseo?
–¡De eso nada! –exclamó su madre–. Venga, vamos a casa. Tienes que hacer los deberes.
–¿No vas a presentarnos? –preguntó Sean con voz de terciopelo. Ally lo miró. Un error porque su corazón empezó a latir con fuerza al ver aquellos ojos oscuros.
–Te presento a mi hija, Charlotte.
–Charlie, supongo.
–¿Cómo lo sabes? –rio la niña.
–Intuición.
–¿Qué es intu… eso?
–Vamos a casa, Charlie –dijo su madre–. Voy a darle una llave al doctor Nicholson para que pueda instalarse aquí.
–Qué bien. Ya verás cuando mi amiga Karen vea la moto.
Ally miró a Sean, nerviosa. ¿Por qué se sentía tan agitada en su presencia? Había conocido muchos hombres guapos y nunca le habían afectado de esa forma. ¿Por qué Sean Nicholson era diferente? Solo era un hombre. Guapo, pero solo un hombre, tan egoísta como todos los demás.
Ally abrió la puerta de su casa y Charlie entró corriendo para jugar con Héroe, que la había recibido ladrando alegremente.
–Necesitarás unas llaves –dijo Ally.
Sean se quedó en la puerta.
–Entonces, ¿no te importa que me quede?
–Lo hago porque necesito un inquilino y porque Will ha insistido. Quiero que eso te quede claro.
–¿Por Will?
–Sí. Le debo mucho y no quiero herir sus sentimientos.
–¿Y por qué ibas a herir sus sentimientos?
Ally se puso colorada.
–Porque él cree que nos está emparejando y no quiero desilusionarlo.
–Ah, ya entiendo –dijo Sean, guardando las llaves en el bolsillo–. Estás diciendo que vas a tener una apasionada aventura conmigo para no desilusionar a Will.
–Muy gracioso –murmuró ella, con los dientes apretados–. Tú sabes muy bien que no estoy diciendo eso.
–¿No?
–Esto no es una broma, Sean.
–¿Me estoy riendo?
–Sí. Y no sabes lo que es tener que soportar que todo el mundo quiera buscarme pareja.
–Te equivocas –sonrió él, dejándose caer sobre una silla–. Lo sé muy bien.
–¿Tú? –preguntó Ally, incrédula–. Pero si debes tener mujeres haciendo cola…
Sean se encogió de hombros.
–Es posible. Pero no pienso casarme con ninguna de ellas para hacerle un favor a mis amigos.
–¿Tus amigos quieren que te cases?
–Especialmente Will. Por eso no vengo a visitarlo tan a menudo como debería.
–Pues en ese caso, no hay ningún problema. Cuando Will se dé cuenta de que no estamos interesados, dejará de interferir.
–Solo hay un problema… –empezó a decir Sean, pasándose la mano por la barbilla.
–¿Cuál?
–Que yo no estoy seguro de no querer una aventura contigo.
Durante un segundo, Ally se sintió como hipnotizada por aquellos ojos oscuros, pero enseguida recuperó la compostura.
–No digas tonterías.
–¿Por qué son tonterías? Te encuentro muy atractiva.
–Pues el sentimiento no es mutuo.
–Estás mintiendo –dijo él entonces en voz baja, una voz suave y muy masculina–. Yo esperaba que sugirieses un romance para que Will estuviera contento.
–¡Ni en sueños!
–Lo que he soñado hacer contigo no podría decirse en voz alta, Ally McGuire.
Ella tragó saliva.
–Sean, por favor…
–¿Por favor qué?
–Déjame sola.
–No.
–¿Cómo que no? Debe de haber cientos de mujeres por ahí que se desmayarían por una sonrisa tuya. ¿Por qué no te vas con alguna de ellas? ¿Por qué yo?
–¿Por qué? –repitió Sean, levantándose–. Porque tienes coraje, porque eres preciosa y porque eres un reto.
En otras palabras, era la única mujer que le había dicho que no.
–¿Algún problema de ego, doctor Nicholson?
Sean soltó una carcajada.
–Ninguno, doctora McGuire. Mi ego no es tan frágil.
Estaba a solo un metro de ella y a Ally le costaba trabajo respirar.
–No me interesa lo que me ofreces, Sean.
Él se apoyó en la pared, pensativo.
–¿Y qué te estoy ofreciendo?
–No lo sé –contestó Ally, volviéndose para preparar la cena de Charlie–. Supongo que una breve aventura, un revolcón…
–¿Qué quieres, que me case contigo?
–¿Es que eres sordo? ¡No quiero nada de ti! No quiero una aventura y no quiero casarme contigo. No quiero una relación con nadie.
–¿Tan mala fue?
–¿Qué quieres decir?
–¿Tan mala fue tu relación con el padre de Charlie?
–Mi relación con el padre de Charlie no es asunto tuyo.
–No estoy de acuerdo. Si él es