Sarah Morgan

Un amor arriesgado - El príncipe y la camarera


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error enorme –contestó Ally. Sean y ella eran muy diferentes y nunca se entenderían. Él era muy atractivo, pero también muy peligroso. Peligroso porque no quería compromiso de ningún tipo y porque, por primera vez en su vida, Ally se sentía tentada de tirar sus principios por la ventana y aceptar lo que le ofrecía.

      Pero eso no iba a pasar. Daba igual que aquellos ojos oscuros se clavasen en su alma, daba igual que la sonrisa del hombre la derritiera por dentro.

      No iba a pasar porque no era justo para Charlie.

      Sean era demasiado frío. No quería una intimidad verdadera y la dejaría en cuanto se cansase. Ally no era ninguna tonta y sabía que no podía cambiar a nadie.

      Y no pensaba volver a tener una relación con un hombre que no quisiera comprometerse. No quería saber nada de nadie que evitara las responsabilidades.

      –Tienes las llaves, ¿no? –preguntó, sin darse la vuelta–. Puedes vivir aquí, pero eso es todo lo que va a haber entre nosotros.

      –Por el momento –dijo él.

      –Para siempre –replicó Ally, levantando la cuchara de madera.

      Sean soltó una carcajada antes de salir de la cocina.

      Capítulo 4

      EL SÁBADO la consulta estaba tan abarrotada como siempre. Mejor, decidió Ally. De ese modo, no podía pensar en Sean Nicholson.

      Desde que se mudó a su casa, no había podido concentrarse en nada. Aunque, además de escuchar el rugido de su moto por las mañanas, apenas se había percatado de que Sean vivía a unos metros de ella.

      En ese momento, entró una paciente con un niño de la mano.

      –Hola, Felicity. ¿Qué tal el embarazo?

      La joven se dejó caer sobre una silla.

      –No he tenido tiempo de pensarlo. Tom y el mayor me tienen demasiado ocupada.

      –Ya estás acostumbrada, ¿no? –sonrió Ally.

      –Desde luego –rio la mujer–. No es como la primera vez. Hugh me hacía la cena, me dejaba descansar en el sofá, me llevaba el desayuno a la cama…

      –¿Ya no?

      –Ya no. Pero no he venido a quejarme. Este enano tiene manchitas rojas y me temo que es varicela –contestó Felicity, colocándose al niño sobre las rodillas.

      –Vamos a echar un vistazo. Tom, mira lo que tengo… –sonrió Ally, sacando un camión de la estantería.

      El niño se puso a jugar, encantado, mientras ella lo examinaba.

      –¿Cuándo empezaron a salirle las manchitas?

      –Hace un par de días, pero solo eran unas cuantas así que no estaba segura.

      –Es varicela –confirmó Ally, volviéndose hacia el ordenador–. Te daré un antipirético y un calmante para que no le pique demasiado.

      –¿Puede jugar con su hermano o debo mantenerlos separados?

      –En realidad, es casi seguro que ya se lo habrá contagiado, pero intenta mantenerlos separados durante unos días.

      –¿Cuánto tiempo tardará en pasar?

      –Cinco días –contestó Ally, mientras sacaba la receta de la impresora–. Pero tenemos que hablar de ti.

      –¿De mí? ¿Por qué?

      –¿De cuántos meses estás?

      –Ocho y medio.

      –¿Has pasado la varicela?

      Felicity se quedó pensativa.

      –No tengo ni idea. ¿Por qué?

      –Porque habrá que hacerte análisis de sangre para comprobar si eres inmune.

      –Sé que estas cosas son peligrosas al principio del embarazo, pero el niño ya está formado, ¿no?

      –La varicela es un riesgo en cualquier fase del embarazo –contestó Ally, abriendo un cajón–. Habrá que hacerte un análisis.

      –Vaya. Me alegro de haber venido. La verdad es que no se me había pasado por la cabeza que pudiera ser un problema para el bebé.

      –No pasará nada. Dale este papel a la enfermera para que te prepare una cita. Pero si te pones de parto antes, dile a tu marido que me llame inmediatamente.

      –De acuerdo –suspiró Felicity, levantándose–. ¿Por qué lo habré hecho? Ya tengo dos y me da pánico el parto.

      –La última vez tuvieron que usar fórceps, ¿verdad?

      –Y la primera, una ventosa. Dicen que cada vez es más fácil, pero yo no estoy tan convencida.

      –Es muy raro tener que usar fórceps en dos ocasiones, así que no te preocupes.

      –No lo haré. Pero Hugh va a tener que pasar por el quirófano en cuanto dé a luz. No quiero más niños –sonrió Felicity, despidiéndose.

      Lucy entró diez minutos después.

      –Acabo de sacarle sangre a Felicity Webster. ¿Crees que la varicela del niño habrá afectado al feto?

      –Seguramente es inmune. La mayoría de la gente lo es –contestó Ally.

      –¿Y si no?

      –Habrá que ponerle un IGZ.

      –¿Qué es eso? Suena como algo de otro planeta.

      –La inmunoglobulina de Zoster –rio Ally–. Inmunidad inmediata.

      –Ah, vaya. Cada día se aprende algo nuevo –dijo la enfermera–. Bueno, pero de lo que yo quería hablar es del nuevo médico…

      En ese momento se abrió la puerta y Lucy se quedó boquiabierta al ver a Sean.

      –Te presento a Sean Nicholson –dijo Ally–. Doctor Nicholson, le presento a su enfermera…

      –Lucy Griffiths –la interrumpió él con una sonrisa.

      –¡Sean! –exclamó Lucy, antes de echarse en sus brazos.

      Él la abrazó, riendo.

      –Has crecido mucho, Lucy.

      –Sí –rio ella.

      Por un momento, Ally sintió una punzada de celos. Pero no podían ser celos, era absurdo. Ella no estaba buscando pareja y si la buscara… no sería Sean Nicholson.

      –Pensé que no volverías nunca.

      –Me obligaron –sonrió Sean.

      –¿Quién, Will?

      –Will.

      Ally los miró, sorprendida. Obviamente, se conocían muy bien… ¿Y a ella qué le importaba?

      –¿Dónde te alojas? –preguntó Lucy entonces.

      –En casa de Ally.

      –Le he alquilado el establo –explicó ella.

      –Menudo honor. Ally no suele alquilar su casa a ningún hombre.

      –Eso tengo entendido. Digamos que a ella también la obligaron.

      –¿Will?

      –Will –contestó Ally.

      –Debería abrir una agencia de contactos –rio la joven enfermera–. Es encantador.

      –Irresistible –murmuró Sean, mirando su reloj–. Tengo que hablar contigo, Ally…

      –Aún no he terminado la consulta.

      –Es sobre una paciente.

      –Ah,