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quieto. Esta mañana pareces un duende que no para de moverse. Eres un O’Banyon puro, no hay ni una pizca de los Butterworth en ese cuerpo, lo que está muy bien, teniendo en cuenta que tu padre se parece al trasero de una mula —Darcie hizo una mueca—. Ya estoy otra vez hablando mal de tu padre, algo que, según los expertos, no está bien —y sonrió a su pequeño de cabellos rojizos—. Pero me hace feliz que te parezcas a mí y a tu difunto abuelo, y no a ese hijo de Satanás que nos dejó tirados. Y ahora cambiemos de tema.

      Gus le sonrió mostrándole sus dos dientes, los paletos, algo que había costado mucho y había sido incluso doloroso.

      Darcie tomó una camiseta que había en una pila de ropa limpia.

      —Así es que Gus, ¿crees que Joe Northwood será un irlandés de pelo oscuro? Encontré algunos cabellos negros en su peine. Rizados, además. Su nombre suena más a británico que a irlandés, pero podría ser irlandés por parte de madre. Me gusta ese aire misterioso en un hombre de pelo moreno, ¿a ti no?

      Gus se chupaba el puñito mientras la miraba.

      —Mejorando lo presente, por supuesto. En tu caso, el pelo rojizo es el color perfecto —dijo metiéndole la camiseta por la cabeza a Gus—. Comprobé su talla de pantalones y de camisa, y debe medir alrededor de un metro ochenta y cinco, y sospecho que tiene una espléndida figura. Te voy a contar un secreto, Gus, pero no tienes que decírselo a nadie porque él es un cliente y esta es una información confidencial. Duerme desnudo. Me lo dijo en una nota: «El jabón no me irrita la piel, y eso es bueno para alguien que no usa pijama».

      Darcie se detuvo y se dio aire con la mano.

      —Jesús, María y José, como tu abuelo solía decir, esto le sube la temperatura a uno.

      «O hace vomitar a un bebé. Este sinvergüenza podría ser un problema».

      Darcie tomó un par de jerséis y se los empezó a poner a Gus.

      —Pero en mi opinión, un hombre que duerme desnudo es, por definición, una persona sensual y segura de sí misma, y estoy segura de que tiene todo el derecho a sentirse así. No me extrañaría que fuera un hombre muy inteligente. Su escritura denota que lo es —ató los mocasines de Gus y lo puso en pie—. Trabaja en esos almacenes gigantes llamados Todo para el Hogar y debe ser algún alto ejecutivo porque su papel de cartas es muy elegante. Un hombre que duerme desnudo y usa un papel de cartas con sus iniciales en la parte superior… apuesto a que él dirige aquel lugar, Gus.

      —¡Northwood!

      —¿Sí, señor Panzón? —Joe trató de contener su enfado mientras se deshacía en excusas con una cliente a la que estaba aconsejando sobre la compra de una silla.

      El tipo tenía un apellido que daba mucho juego para la chanza. Era el típico imbécil que daba mala fama a las personas de corta estatura.

      El señor Panzón sacó la barriga como una rana que se infla para parecer más grande y más intimidatoria.

      —Necesitan a una persona en la sección de jardinería ipso facto. A algún idiota se le ha ocurrido pinchar con la carretilla elevadora un montón de sacos de estiércol y está todo aquello cubierto de mier… —Panzón se percató de la cara que estaba poniendo la clienta—, …de estiércol. Ve y límpialo.

      Joe se había hecho un experto en controlar su tensión arterial cuando el señor Panzón estaba cerca. Imaginaba que su cinturón se rompía de repente bajo el enorme peso de su protuberante barriga haciendo que los pantalones resbalaran hasta sus delgaduchos tobillos, delante de algún cliente, a ser posible; una cliente.

      —Claro. Quizá usted pueda mientras tanto atender a esta señora que tenía algunas preguntas respecto a los muebles de roble —Joe sabía que Panzón no tenía ni idea de muebles de roble, pero semejante burro nunca lo admitiría.

      —Por supuesto —Panzón se dirigió muy tieso a la mujer—. Así es que roble —dijo—. Observe el veteado de esta pieza.

      «Más bien observe lo descerebrado que soy», pensó Joe.

      Mientras recogía el estiércol con una pala tuvo tiempo de pensar, sobre todo en la llamada de su primo Derek la noche anterior diciéndole que ya estaba listo para que abrieran su propia tienda de muebles en Denver a primeros de año. Joe había estado ahorrando dinero para ello pero aún no había reunido lo suficiente. En cuanto lo tuviera mandaría su trabajo actual a la basura y saldría rumbo a Denver. Dios, cómo deseaba que llegara el momento de decírselo a Panzón. También debía avisar a Edgar DeWitt con suficiente antelación como para que le diera tiempo a buscar a otra persona para cuidarle la casa, lo que le hizo pensar que tendría que olvidarse de la Doncella Francesa.

      Tal pensamiento lo hizo sonreír. Definitivamente, estaba flirteando con él. En la última nota que le había escrito mencionaba que había probado todas las sábanas para poner en su cama las más suaves dado que no utilizaba pijama.

      Al parecer, el papel de cartas y el hecho de que durmiera desnudo le había llamado la atención. El miércoles anterior le había dejado sobre la mesita de noche un jarrón de tubo con una sola rosa, en vez del ramo de flores habitual y ese mismo día, Joe antes de ir a trabajar había depositado los pétalos por la cama deshecha.

      En sus fantasías, imaginaba la reacción de ella, teniendo en cuenta que era francesa y todo eso. Los franceses eran muy sensuales, según lo que había oído. Y desinhibidos. La imaginó quitándose la ropa y deslizándose después sobre la cama, solo para sentir la suavidad de los pétalos sobre su piel. En su mente se había formado una idea muy precisa de ella. Tendría la piel muy blanca y contrastaría con su cabello oscuro, pero a medida que se deslizaba sobre los pétalos su piel comenzaría a sonrojarse de pura excitación. De hecho, la pasión la consumiría haciéndola…

      —¡Northwood!

      Si Panzón no lo hubiera sacado de su ensimismamiento, nunca habría perdido el control de lo que había en la pala de la manera en que lo hizo. Y si Panzón no le hubiera gritado justo en el oído, el estiércol habría caído en la carretilla en vez de sobre la cabeza del enano director de los almacenes. En realidad no había sido culpa de Joe, o al menos, de eso era de lo que estaba intentando convencerlo. Aunque, claro estaba, habría sido mucho más creíble si no se hubiera empezado a reír. Se le había acabado todo su auto-control, aunque trató de poner cara sería, porque sabía que si tan solo esbozaba una sonrisa, lo echarían.

      Pétalos de rosa en la cama. ¡Qué bonito y romántico! Darcie se preguntaba si realmente habría dormido entre los pétalos, aunque no estaban arrugados ni aplastados, así es que debía haberlos esparcido sobre la cama al levantarse para que ella lo viera. De no ser porque tenía a Gus gritando en el parque, se habría quitado los vaqueros y la camiseta y se habría estirado sobre los pétalos, solo un momento.

      ¿Acaso la estaba invitando a que lo hiciera? El solo pensamiento le puso la piel de gallina. El flirteo que estaban compartiendo no podía llegar a nada, por supuesto, era tan solo una diversión inofensiva. Dios, necesitaba algo de romanticismo en su vida. No tenía tiempo para nada serio, pero un juego como ese era perfecto. Limpió la cama de pétalos y bajó corriendo a ver al niño. La limpieza de la enorme casa le llevaría toda una hora larga, pero antes de ponerse con ello subió de nuevo a la habitación con una nota escrita en su papel de cartas perfumado.

      Querido señor Northwood:

      Tenderse en su cama esta mañana fue muy agradable. Si no le importa, me llevo los pétalos de rosa a mi casa. Quedarán magníficos en un baño de espuma.

      Au revoir

      Darcie, la Doncella Francesa

      Y sobre la nota, dejó una onza de un carísimo chocolate.

      Metió la bolsita de plástico con los pétalos entre sus cosas de limpieza para subirse el ánimo mientras instalaba a Gus en el coche rumbo a su siguiente obligación, aunque esta fuera mucho menos placentera: la casa de los señores Butterworth.

      Fue allí donde conoció a