Vicki Lewis Thompson

Sueños de verdad


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      —Ah, bueno. Tan seguro como que las golondrinas vuelan y los corderos balan, los bebés se hacen caca.

      —Supongo que ese es otro de los pintorescos dichos de tu padre —la señora Butterworth le dedicó a Darcie una sonrisa forzada mientras le pasaba al niño.

      —No, este es de mi cosecha —dijo Darcie tomando al niño.

      —Tengo que irme. Madge Elderhorn me espera para tomar café —dijo la señora Butterworth dando la vuelta a su reloj de pulsera para poder ver la hora.

      —Dele recuerdos de mi parte.

      —Lo haré. No olvides cerrar bien cuando te marches —y se fue apresuradamente.

      Darcie abrazó a su bebé y le plantó un sonoro beso en la sonrosada mejilla.

      —Bien hecho, cariño.

      Joe tomó la nota de Darcie mientras se dirigía a la cocina, tratando de decidir qué hacer. Dio un mordisco al trozo de chocolate. ¡Ah! Buen chocolate. Aquella mujer tenía buen gusto. Y se sentía atraída por él, lo cual beneficiaba su ego, teniendo en cuenta la clase de esa mujer. Se sentía muy atraída por él. ¿Por qué otra razón si no le dejaría una rosa en un jarrón un día y un trozo de chocolate al día siguiente? Él ya tenía su número de teléfono. DeWitt se lo había dado junto con el número de la persona que le cuidaba el jardín, el del fontanero, el del electricista y el del exterminador. Solo necesitaba una excusa para llamarla. Quizá flirteara con todos sus clientes, pero no quería pensar en algo así. Podría hacerse una idea si hablaba con ella por teléfono. Pero, ¿qué razón le daría para haberla llamado? Flores. Eso era. Podría llamarla para pedir unas flores determinadas, tal y como le sugirió ella. Una flor de significado sexy.

      Minutos después estaba en el estudio de DeWitt hojeando una guía de botánica. Rosas, no y las margaritas tenían un aspecto demasiado virginal. Ahí estaban: tulipanes. Además tenían un aspecto muy europeo. Y ella era francesa. Además le recordaban los labios entreabiertos y seguro que ella lo entendería.

      Seguro que en ese preciso momento estaría metida en la bañera hasta el cuello de espuma, bebiendo vino francés, y los pétalos flotando en el agua perfumada. Las francesas sabían como tomar un baño mejor que nadie en el mundo. Tal vez estaría relajada dentro de la espuma de baño, con los ojos cerrados…

      Cerró de golpe el libro y se apresuró a la cocina, donde tenía el número de Darcie pegado junto al teléfono. Santo Dios, ¡estaba a punto de hacer una French connection!

      Capítulo 2

      TRUDY Butterworth estaba sentada en el sofá de flores. A través del enorme ventanal veía perfectamente la casa de Edgar DeWitt. El cuidador de la casa había salido a buscar el periódico de la tarde.

      —Es bastante guapo —dijo Trudy —. No hay duda de por qué tenía Darcie ese brillo en la mirada hoy —se volvió hacia Madge, la mujer corpulenta, que estaba sentada justo enfrente.

      —Pero, si no los has visto juntos nunca, ¿no?

      —Bueno, no, pero algo debe estar ocurriendo ahí, con esa mirada que tiene él y la que pone ella. Ya sabes, las feromonas. Se huelen el uno al otro. Pondría la mano en el fuego, pero aun así necesito una prueba. Si mi hijo Bart se enterara de que Darcie está liada con otro, puede que se decidiera a volver a casa.

      —Si es la prueba que necesitas, puedo ayudarte —Madge también aspiraba a convertirse en la líder de la comunidad.

      —Sabía que podía contar contigo, Madge —Trudy sonrió y después se levantó y se estiró el traje—. Eres el tipo de persona capaz de vigilar cómo van las cosas. Esa es la razón por la que se baraja tu nombre como posible Presidenta de la Comisión de Festejos Navideños de Tannenbaum.

      —¿De verdad? —Madge también se levantó y sus ojos brillaban.

      —Eso es lo que he oído. Te mantendré informada de todo lo que suceda. Mientras tanto, te agradecería muchísimo que me pongas al día en todo lo que suceda al otro lado de la calle.

      —Considéralo hecho.

      Darcie había decidido dejar que Gus intentara comer solo. Por eso, había hervido unas zanahorias para que estuvieran blandas y se las había puesto en su tazón de plástico.

      —Allá vamos, Gus —puso el tazón en la bandeja de la trona—. Inténtalo.

      Gus metió la mano en el tazón, con calma, y sacó una rodaja de zanahoria.

      —¡Buen chico! ¡Sabía que eras un niño muy adelantado, repollito! —Darcie miró expectante mientras Gus se llevaba la zanahoria a la boca… y la lanzaba seguidamente contra el suelo—. ¡Oh, Gus! No podemos desperdiciar la comida —y se agachó para tomar el trozo de zanahoria, momento que aprovechó Gus para volcar el tazón entero sobre su cabeza.

      «¡Un punto para el repollito!»

      —Oh, Gus —su puntería había sido tan buena que llevaba el tazón como si fuera un casco, con zanahorias troceadas y zumo de naranja escurriéndose por su pelo y su camisa.

      Gus, por su parte, se puso a golpear con el tenedor sobre la bandeja de la trona. Darcie lo miraba, y de repente sonó el teléfono.

      —Será mejor que no sea nadie pidiendo un donativo, porque estaría tentada de donarte a ti —y secándose una mano en los pantalones, descolgó el auricular—. ¿Dígame?

      —Me gustaría hablar con Darcie, por favor.

      Era una voz masculina muy agradable, de televendedor pero, teniendo en cuenta que no tenía dinero, había desarrollado un sistema para tratar con ese tipo de llamadas.

      —¿De parte de quién, por favor?

      —Joe. Joe Northwood.

      A Darcie casi se le cayó el teléfono.

      —Un-un momento, por favor —bajó un poco el auricular hasta apoyarlo contra su pecho, y luego se lo puso directamente sobre el estómago, temiendo que Joe pudiera oír los latidos de su corazón.

      Darcie pensó rápidamente en la imagen que había tratado de dar en todas esas semanas. Sexy. Y francesa. Él nunca podría esperar encontrarse con una chica irlandesa, madre de un bebé, abandonada y con un tazón de zanahorias aplastadas pegado a su cabeza.

      Tomó aire y se puso el auricular en el oído.

      —¿Allô?

      —¿Darcie? Hola, soy Joe. Joe Northwood. Supongo que era tu compañera de piso la que ha respondido al teléfono.

      ¡Aquel tipo tenía una voz realmente sexy! Sintió que el calor subía por su espalda y su corazón latía con fuerza.

      —Mi compañera de piso. Oui.

      —Espero no molestarte.

      Darcie hizo su mejor imitación del acento francés, la cual no era muy buena.

      —En absoluto. Estaba, ¿cómo se dice? Haciéndome una limpieza facial —y mientras decía esto, el zumo de las zanahorias escurría por ambos lados de su cara, goteando sobre el suelo.

      —¡Ga-ba-ba! —gritó Gus.

      —¿Qué ha sido eso? —preguntó Joe.

      —Oh, es solo la tele. La tengo encendida para mejorar mi inglés.

      —Tu inglés está bien, Darcie. Escucha, me dijiste que podía pedirte un tipo de flores en particular si quería, y he pensado en ello.

      A Darcie le parecía estar escuchando la cadencia de las olas del mar en su voz, tan profunda y varonil. Estaba segura de que tenía un cargo importante en aquellos almacenes y unas extraordinarias perspectivas también.

      —Lo que usted diga, Monsieur Northwood.

      —¡Ga!