de Jane Austen, así que inmediatamente pensó que era una de las amigas de su hermana, una de esas frikis «Janeites», que ese fin se semana se reunían en Bath para asistir al baile anual de Regencia del Jane Austen Centre Bath. Le sonrió, pero ella lo miró con unos ojos de terror que lo hicieron ponerse serio de golpe.
–¿Estás bien? ¿Necesitas algo?
–¡Ay, Dios bendito! ¿Es usted escocés? –se le acercó en cuanto identificó el acento y él asintió–. ¿Estoy en Escocia? Me llamo Aurora, lady Aurora FitzRoy, soy hija de Arthur y Clara FitzRoy, barones de Seagrave. Mi madre es una Abercrombie de Elderslie… Yo, creo que me he desorientado y no sé dónde estoy, no recuerdo nada y…
–¿En serio? –le preguntó entornando los ojos y un poco impresionado por esa cara tan preciosa que tenía, y ella se alisó la falda intentando no echarse a llorar–. Soy escocés, pero no estamos en Escocia, esto es el High Post Golf Club de Salisbury…
–¿Salisbury? Santa madre de Dios, ¿hacia dónde está Stonehenge, milord?
–A unos veinte minutos de aquí –le indicó el camino y ella asintió con una venia muy educada antes de girarse para echar a andar por el campo–. ¿No pretenderás ir a pie?
–¿Puede dejarme un carruaje, milord?
–¿Un carruaje? –soltó una risa y ella frunció el ceño–. ¿Esta es una broma de mi hermana?, ¿una cámara oculta?
–¿Cómo dice, milord? Me temo que no le entiendo.
–Ya es suficiente, eres muy buena, pero…
–¿Disculpe? –lo observó con esos inmensos ojos oscuros desolados, él la calibró de nuevo con atención y pensó que, o era una actriz estupenda, o estaba completamente loca–. ¿Milord?
–No soy ningún milord, me llamo Richard, Richard Montrose, y me encanta la broma, pero…
–¿Richard Montrose? ¿Es pariente de lord James Graham?
–¿James Graham?
–Cuarto duque de Montrose, él me conoce perfectamente, mi madre…
–Mira, no sé hasta dónde estáis dispuestas a llegar, pero para mí ya es suficiente. Son las siete y media, seguro que te esperan en Bath para el baile de Regencia.
–¿Qué baile de Regencia, milord… señor Montrose?
–Nada, nada, hasta otra.
Le dio la espalda y se inclinó para comprobar que la pelota seguía en su sitio, hizo amago de concentrarse en el golf, pero de pronto se le hizo un agujero de angustia en el centro del pecho, se giró hacia la jovencita de Sentido y Sensibilidad y vio que ya iba a buen paso caminando hacia el campo, tiró el palo al suelo y corrió detrás de ella.
–Oye, tú… Aurora, un momento. ¿Dónde crees que vas? Por ahí no podrás salir a la carretera, tienes que volver al club y salir por el parking principal.
–¿Por dónde, señor? –se detuvo y lo miró a los ojos sollozando. Lloraba a mares y Richard Montrose, que en el fondo de su gélido corazón era un caballero, se conmovió y le sonrió conciliador.
–No te preocupes, yo te llevo en coche a Stonehenge, pero antes déjame hacer una llamadita. ¿Ok? Espera aquí.
Ella asintió con cara de desconcierto y se sentó en un banco de madera que le indicó junto al green. Parecía cansada y perdida y no podía dejarla abandonada a su suerte, así que lo primero era llamar a su hermana para ver qué nivel de responsabilidad tenía ella en todo ese asunto.
–Margaret.
–¿Margaret? ¿Estás cabreado, hermanito?
–No lo sé, ya veremos. ¿Me has mandado a una de tus amigas «Janeites» para gastarme una broma? Porque ha sido muy buena hasta que se ha desmadrado un poco.
–¡¿Qué?! No entiendo nada.
–¿No has mandado a una friki vestida de Jane Austen para fastidiarme el golf?
–No, ¿de qué estás hablando? ¿Qué pasa?
–¿Me lo juras?
–Te lo juro, ¿qué ha pasado?
–Estoy en el club y… –observó de soslayo a Jane Austen y se apartó un poco– ha aparecido una chica preciosa, muy guapa, vestida como una de tus amigas frikis, llamándome milord y recitando una retahíla de títulos para identificarse. Incluso me ha preguntado si soy pariente de un tal James Graham…
–¿El duque de Montrose?
–¿Sabes quién es?
–¿Tú no? Joder, Richard, vives en la inopia. James Graham fue el cuarto duque de Montrose, contemporáneo de Jane Austen.
–Vale, eso ahora mismo me importa un pimiento, lo que me preocupa es que esta chica, que llora como una magdalena, quiere ir a Stonehenge a pie. Al parecer se ha perdido, o eso dice. Si no me la has enviado tú, igual se ha escapado de un siquiátrico.
–Ya estamos, siempre en lo peor. ¿No será alguna de tus amantes despechadas?
–La hubiese reconocido, ¿no crees?
–¿Estás seguro?, porque tú, macho…
–Bueno, ¿puedes ayudarme? A lo mejor solo es una «Janeite» demasiado metida en su papel y solo necesita que la lleven a casa.
–Estoy en el baile.
–Ya sé que estás en el baile, pero…
–Mándame una foto.
–¿Qué?
–Ahora.
Le colgó y él respiró hondo, miró al suelo, localizó la cámara del móvil, la pulsó y se giró para fotografiar a la señorita Aurora, que parecía cada vez más angustiada, aunque lloraba sin emitir sonido alguno. Le dio mucha lástima, pero no se amilanó en hacer las fotos, luego abrió el WhatsApp y se las mandó todas a Meg, que tardó unos cuantos minutos en responder con una llamada.
–¿Qué? ¿Ahora me crees?
–Voy para allá.
–¿Vienes? Genial, voy a llevarla al club para tomar algo, te esperamos allí.
–¡No! Que se quede ahí quieta, ni siquiera le hables, no la asustes. Tardo diez minutos en llegar.
–Meg…
Su hermana colgó y él miró al cielo sabiendo que el golf, por el momento, se había acabado. Se acercó a Aurora y le habló con precaución, porque a medida que pasaban los minutos parecía más desorientada y confusa, y no quería empeorar las cosas. Buscó sus ojos y le sonrió.
–Tenemos que quedarnos aquí unos minutos, mi hermana viene de camino y te llevará adonde quieras, ¿de acuerdo?
–¿Su hermana? Muchísimas gracias, milord.
–Me llamo Richard. ¿Quieres un poco de agua? –fue al carrito de golf y sacó la botella de agua sin abrir, volvió y se la extendió, pero ella la miró como quien ve por primera vez el mar–. Te vendrá bien beber un poco.
–¿Beber? ¿Cómo?
–¿Cómo que…? –bufó, la abrió y se la pasó sin la tapa, ella la siguió observando con estupor, pero finalmente se la puso en los labios y bebió un poquito–. Bebe más, la deshidratación es peligrosa.
–¿La qué?
–Nada, déjalo. Voy a recoger mis cosas.
Se apartó para no seguir razonando con una loca, porque evidentemente esa chica muy en su sano juicio no podía estar, y se dedicó a guardar los palos y las pelotas muy en orden, ganando tiempo hasta que Meg pudiera aparecer por allí para hacerse cargo del problema antes de que él acabara perdiendo los nervios.
Lo