J.W. Goethe

Fausto


Скачать книгу

de la ciudad

      Salen paseantes de todas clases.

      UNOS APRENDICES

      ¿Por qué vais por ese lado?

      OTROS

      Vamos a subir hasta la posada del Cazador.

      LOS PRIMEROS

      Pues nosotros nos encaminamos hacia el Molino.

      UN APRENDIZ

      Os aconsejo ir a la Venta del Agua

      APRENDIZ 2.°

      El camino hacia allá no es bonito.

      LOS SEGUNDOS

      Y tú, ¿qué piensas hacer?

      APRENDIZ 3.°

      Yo voy con los demás.

      APRENDIZ 4.°

      Venid cuesta arriba hacia Burgdorf. Con seguridad encontraréis allí las más lindas muchachas, la mejor cerveza y jaleos de primer orden.

      APRENDIZ 5.°

      Estás de muy buen humor, camarada. ¿Tienes comezón en el pellejo por tercera vez? Lo que es yo, no voy allá; le tengo horror al lugar.

      UNA MOZA DE SERVICIO

      No, no; yo me vuelvo a la ciudad.

      OTRA

      Segura estoy de que le vamos a encontrar junto a los álamos.

      LA PRIMERA

      Para mí no es muy divertido eso. Irá él a tu lado, y una vez en el corro, con nadie bailará sino contigo. ¿Qué me importan a mí tus diversiones?

      OTRA

      Es que a buen seguro hoy no estará solo. Ha dicho que con él iría el Cabeza-crespa.

      UN ESTUDIANTE

      ¡Rayos! ¡Cómo andan aquellas garridas mozas! Ven, hermano; hemos de acompañarlas. Buena cerveza, tabaco fuerte y una criada acicalada: esto es lo que me gusta a mí.

      UNA SEÑORITA

      Mira, mira aquellos guapos muchachos. Vaya un gusto: pudiendo gozar de la mejor compañía, corren tras esas mozas de servicio.

      ESTUDIANTE 2.°

      (Al primero.) No tan aprisa. Ahí detrás vienen dos muy lindamente vestidas; una de ellas es vecina mía, y es una chica de la cual estoy muy prendado. Andan con su paso tranquilo, y acabarán por juntarse con nosotros.

      ESTUDIANTE 1.°

      No, señor camarada; no me gusta a mí tanta seriedad. ¡Aprisa!, no sea que se nos escape la pieza. La mano que empuña la escoba el sábado es la que mejor te acariciará el domingo.

      UN BURGUÉS

      No, no me gusta el nuevo burgomaestre. Ahora que lo es, se vuelve cada día más insolente. Y vamos a ver: ¿qué hace en favor de la ciudad? ¿Por ventura no van las cosas siempre de mal en peor? Debe uno obedecer más que nunca y pagar más que antes.

      UN MENDIGO

      (Cantando.) Vosotros, buenos caballeros, y vosotras, bellas damas, tan bien ataviadas y de mejillas encendidas; dignaos echarme una mirada compasiva y aliviar mi necesidad. No permitáis que toque yo aquí el organillo en vano. Sólo es dichoso aquel que quiere dar. Que este día, que todo el mundo celebra, sea día de cosecha para mí.

      BURGUÉS 2.°

      Para mí, nada hay mejor los domingos y días de fiesta, que hablar de la guerra y del bullicio de la guerra, mientras allá lejos, en Turquía, los pueblos pelean unos con otros. Se está uno tranquilamente a la ventana, vacía su copita contemplando cómo se deslizan río abajo los pintados barquichuelos; y luego, a la caída de la tarde, se vuelve satisfecho a su casa bendiciendo la paz y los tiempos de paz.

      BURGUÉS 3.°

      Sí, señor vecino; también dejo yo que las cosas vayan de ese modo. Ya pueden ellos romperse la crisma y puede llevárselo todo el diablo, con tal que en casa siga todo como estaba antes.

      UNA VIEJA

      (A las señoritas.) ¡Vaya! ¡Qué adornadas! ¡La hermosa sangre joven! ¿Quién no se encaprichará por vosotras? Pero no seáis tan orgullosas. ¡Ya está bien! ¡Cuando yo podría proporcionaros lo que deseáis!

      UNA SEÑORITA

      Vámonos, Águeda. Me guardo de ir en público con tales brujas. Por cierto que ella me hizo ver, en la noche de San Andrés, a mi futuro novio en persona.

      OTRA

      A mí me lo enseñó en el cristal. Vestía de militar, acompañado de varios calaverones. Pero, por más que miro a mi alrededor y le busco por todos lados, mi novio no quiere toparse conmigo.

      SOLDADOS

      Castillos con altas murallas y almenas, mozas arrogantes y esquivas quisiera yo conquistar. Audaz es la empresa, espléndido el galardón. Y dejamos que el clarín nos llame lo mismo al placer que al exterminio. ¡Esto es un asalto! ¡Esto es vida! Mozas y castillos, todo se ha de rendir. Audaz es la empresa, espléndido el galardón. Y los soldados marchando van.

      Fausto y Wagner

      FAUSTO

      Libres de hielo están ya el río y los arroyos, merced a la dulce y vivificante mirada de la primavera. Verdea en el valle la dicha de la esperanza; el caduco invierno, en su debilidad, se ha retirado a los ásperos montes, y desde allí, en su fuga, no nos envía más que escarchas e imponentes granizos, que forman estrías sobre la verdeante campiña. Mas el sol no sufre blancor alguno; por doquiera se hacen sentir la formación y el esfuerzo; todo quiere animarlo con brillantes matices. Pero, a falta de flores en el campo, acepta al gentío engalanado con sus trajes de fiesta.

      Vuélvete, Wagner, y desde estas alturas mira hacia atrás en dirección a la ciudad. Por la honda y sombría puerta sale una compacta muchedumbre abigarrada. Hoy van todos muy contentos a tomar el sol. Celebran la Resurrección del Señor, puesto que ellos, a su vez, han resucitado también, y de las ahogadas estancias de las bajas viviendas, de las trabas de profesiones y negocios, de la opresión de paredes y techos, de la aplastadora estrechez de las calles, de la respetable oscuridad de los templos, todos ellos son atraídos a la luz. Pero mira, mira cuán presurosa se esparce la multitud por campos y huertas; mira cómo el río mece en todas direcciones tantos graciosos esquifes, y cómo se aleja esta última navecilla, que de puro cargada está a punto de zozobrar. Hasta desde las lejanas veredas de la montaña brillan los vestidos de vivos colores. Oigo ya el barullo de la aldea. Aquí está el verdadero cielo del pueblo; llenos de alborozo, todos, grandes y pequeños, lanzan gritos de júbilo. Aquí soy hombre; aquí me permito serlo.

      WAGNER

      El pasearse con vos, señor doctor, es honroso y de provecho; pero no me extraviaría solo por aquí, pues soy enemigo de toda rusticidad. El chirriar de los violines, la algarabía, el juego de bolos, todo ello es para mí un ruido odioso en extremo. Se agitan como poseídos del espíritu malo, y a eso le llaman alegría, a eso le llaman canto.

       Aldeanos bajo el tilo

      Danza y canto.

      Atavióse el zagal para el baile, con vistosa chaqueta, cintas y guirnalda; iba vestido que daba gozo verlo. No cabía más gente bajo el tilo, y todos danzaban ya como locos -¡Ole! ¡Ole! ¡Viva la alegría!- Y a compás iba el arco de violín.

      A empujones, presto abrióse paso, y le dio con el codo a una muchacha. La fresca moza se volvió y dijo: -¡Vaya, que encuentro eso tonto! -¡Ole! ¡Ole! ¡Viva la alegría!- No seáis tan mal criado.

      En tanto, reinaba en el corro la mayor animación; se bailaba a diestro y siniestro; las sayas flotaban al viento. Poníanse todos encendidos y acalorados, y apoyábanse jadeantes uno en el brazo de otro. -¡Ole! ¡Ole! ¡Viva la alegría!- Y las