J.W. Goethe

Fausto


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      WAGNER

      No veo sino un perro de aguas negro. Eso bien podría ser una ilusión de vuestros ojos.

      FAUSTO

      Paréceme que tiende sutiles lazos mágicos alrededor de nuestros pies, para formar luego una atadura.

      WAGNER

      Véole inseguro y temeroso saltar en torno nuestro porque, en lugar de su amo, ve dos desconocidos.

      FAUSTO

      El círculo se va estrechando; ya está cerca.

      WAGNER

      Bien ves que aquello es un perro y no un fantasma. Gruñe y vacila, se echa sobre el vientre, menea la cola... en fin, todas las costumbres del perro.

      FAUSTO

      ¡Júntate con nosotros! ¡Ven acá!

      WAGNER

      Es un animal divertido como buen perro de aguas. Si te detienes, se pone derecho esperando tu mandato; si le hablas, quiere subírsete encima; pierdes alguna cosa, te la traerá, y tras de tu bastón se tirará al agua.

      FAUSTO

      Sin duda tienes razón; no encuentro vestigio de ningún espíritu. Todo ello no es más que adiestramiento.

      WAGNER

      Al perro, cuando está bien amaestrado, hasta el sabio llega a cobrarle afición. Sí, bien merece todo tu favor el aventajado discípulo de los estudiantes.

      Entran por la puerta de la ciudad.

       Gabinete de estudio

      Entra Fausto acompañado del perro.

      FAUSTO

      Abandoné el campo y los prados, cubiertos por una densa noche, que con santo temor lleno de presentimientos despierta en nosotros el alma superior. Adormecidos están ahora los ímpetus desordenados, a la vez que toda actividad turbulenta; ahora se hace sentir el amor a la humanidad, se hace sentir el amor a Dios.

      Estáte quieto, perro; no corras de acá para allá. ¿Qué estás olfateando ahí en el umbral? Échate detrás de la estufa. Te daré mi mejor almohadón. Ya que allá fuera, en el montañoso camino, nos divertiste con tus carreras y brincos, acepta ahora también mis agasajos, como huésped apacible y bienvenido.

      ¡Ah! Cuando en nuestra angosta celda de nuevo arde risueña la lámpara, entonces luce la claridad en nuestro pecho, en el corazón, que se conoce a sí mismo. Empieza la razón a hablar una vez más y la esperanza a reflorecer; el hombre suspira por los arroyos de la vida, ¡ah!, por la Fuente misma de la vida.

      No gruñas, perro. Ese son animal no puede armonizar con los sagrados acentos que al presente embargan mi alma entera. Estamos habituados a que los hombres hagan burla de lo que no entienden, y murmuren a la vista de lo bueno y lo bello, que a menudo les causa enojo; y a ejemplo de ellos, ¿quiere el perro gruñir a eso?

      Mas, ¡ay!, pese a la mejor voluntad, no siento ya el contento brotar de mi pecho. Pero ¿por qué ha de agotarse tan presto el manantial dejándonos sedientos otra vez? ¡De ello tengo yo tanta experiencia!... Esta falta, sin embargo, permite ser compensada, pues aprendemos a apreciar lo que está más alto que la tierra, suspiramos por una Revelación, que en ninguna parte brilla más augusta y bella que en el Nuevo Testamento. Siéntome impulsado a consultar el texto primitivo, a verter con fiel sentido el original sagrado a mi amada lengua alemana.

      Abre un libro y se dispone a trabajar.

      Escrito está: "En el principio era la Palabra"... Aquí me detengo ya perplejo. ¿Quién me ayuda a proseguir?

      No puedo en manera alguna dar un valor tan elevado a la palabra; debo traducir esto de otro modo si estoy bien iluminado por el Espíritu. Escrito está: "En el principio era el Sentido"... Medita bien la primera línea; que tu pluma no se precipite. ¿Es el pensamiento lo que todo lo obra y crea?... Debiera estar así: "En el principio era la Fuerza"... Pero también esta vez, en tanto que esto consigno por escrito, algo me advierte ya que no me atenga a ello. El Espíritu acude en mi auxilio. De improviso veo la solución, y escribo confiado: "En el principio era la Acción".

      Si he de compartir el cuarto contigo, perro, cesa de aullar, cesa de ladrar. No puedo sufrir a mi lado un compañero tan importuno; es menester que uno de los dos abandone la celda. Con pesar mío quebranto el derecho de hospitalidad. Franca está la puerta; libre tienes la salida... Mas, ¿qué veo? ¿Puede eso acontecer de un modo natural? ¿Es ficción vana? ¿Es realidad? ¡Cómo se agranda en todos sentidos mi perro de aguas! Empínase con violencia. Ésa no es la figura de un perro. ¿Qué fantasma he traído a mi casa? Ya se parece a un hipopótamo, de ojos encendidos como fuego y dientes formidables. ¡Oh, con seguridad eres mío! Para semejante ralea medio infernal es buena la clave de Salomón.

      ESPÍRITUS

      (En la galería.) ¡Ahí dentro hay uno preso! Quedaos fuera, que ninguno le siga. Cual zorro en la trampa cogido, temblando está un viejo lince del infierno. Pero estad ojo avizor. Volad aquí y allí, arriba y abajo, y se pondrá en libertad. Si podéis serle útiles, no le dejéis ahí encerrado, pues harto ha hecho ya por complacernos a todos.

      FAUSTO

      En primer lugar, para ir al encuentro del animal, me valgo de la fórmula de los Cuatro:

      Que se abrase la Salamandra,

      retuérzase la Ondina,

      desvanézcase el Silfo,

      afánese el Gnomo.

      Quien no conozca estos elementos, su poder y propiedad, nunca será dueño de los espíritus.

      Desaparece en llamas, Salamandra;

      derrítete murmurante, Ondina,

      luce con belleza de meteoro, Silfo,

      aporta ayuda doméstica, Íncubo, Íncubo,

      aparece y haz el remate.

      Ninguno de los Cuatro se halla metido en el animal. Está echado con el mayor sosiego y me mira riendo con sorna. Ningún daño le he causado todavía. Has de oírme conjurar con mayor fuerza.

      ¿Eres tú, compañero, un fugitivo del infierno?: contempla este signo, ante el cual se humillan las negras falanges.

      Ya se abulta con el pelo erizado. -¡Réprobo! ¿Puedes tú leerlo?, ¿el Increado, el Inefable, extendido por todos los cielos, el Traspasado por mano impía?- Fascinado detrás de la estufa, se hincha como un elefante, llena todo el espacio, va a disiparse en niebla. -No subas hasta la bóveda. ¡Échate a los pies de tu amo!- Ya ves tú que no amenazo en vano. Con una llama sagrada te chamusco. No esperes la luz tres veces ardiente. No aguardes el más poderoso de mis artificios.

      Mientras cae la niebla, sale de detrás de la estufa Mefistófeles, vestido con traje de estudiante vagabundo.

      MEFISTÓFELES

      ¿A qué viene ese alboroto? ¿En qué puedo servir al señor?

      FAUSTO

      ¡Conque era ése el núcleo del perro de aguas! ¡Un estudiante andariego! ¡El lance me mueve a risa!

      MEFISTÓFELES

      Saludo al docto señor. Me habéis hecho sudar de lo lindo.

      FAUSTO

      ¿Cómo te llamas?

      MEFISTÓFELES

      Baladí me parece la pregunta para uno que tanto desdeña la palabra, y que huyendo de toda apariencia, sólo busca el fondo de los seres.

      FAUSTO

      Entre vosotros, señores, se puede de ordinario adivinar el ser por su nombre, en donde se revela harto explícito, cuando se os apellida Dios de las moscas, Corruptor, Mentiroso. Veamos, pues: ¿quién eres tú?

      MEFISTÓFELES