Pablo Melicchio

El lado Norita de la vida


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sufriente ocupado por tropas, su lucha por liberarse, tus palabras en la universidad de Puerto Príncipe alentando a la resistencia y a no bajar los brazos, los jóvenes te miraban con asombro por la fuerza de tu mensaje de resistir y buscar caminos de liberación. Recuerdo a un escritor peruano, Ciro Alegría, que publicó un libro titulado El mundo es ancho y ajeno, en el que retrató la vida de los pueblos andinos entre el dolor y la esperanza. Como decía nuestro Atahualpa Yupanqui, “las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”. Y en ese desafío siempre estás presente acompañando a las organizaciones de campesinos, mujeres, jóvenes, y la vida te llevó a lugares donde te conocen y quieren, como el pueblo Saharaui, las mujeres en Japón, en Estados Unidos, Europa. Viajera incansable en nuestro país junto a los mineros, los pueblos originarios, las mujeres que reclaman sus derechos. Siempre recordando que los Derechos Humanos y los Pueblos no tienen fronteras, que la Unidad en la diversidad es el camino.

      En el libro vas recorriendo la memoria acompañada por Pablo Melicchio, que ha gastado zapatos y baldosas en Castelar para ir recogiendo tus pensamientos, historias, preocupaciones y saber de la Fuerza que te anima junto a las Madres Línea Fundadora y saber que toda la fuerza nace del Amor. Seguro que Pablo, en ese caminar, se enriqueció como persona al descubrir tu persistencia de seguir la lucha por un mundo mejor y así nació el libro El lado Norita de la vida.

      El Amor todo lo puede y como dices y decimos: “Treinta mil desaparecidos… ahora y siempre. Hasta la Victoria siempre… Venceremos, Venceremos, Venceremos…”.

      Querida Norita, un abrazote de Paz y Bien.

      Tu hermano

      Adolfo Pérez Esquivel

      Buenos Aires, 22 de diciembre de 2018

      Hace unos años tuve la suerte de que Nora Cortiñas leyera mi novela Las voces de abajo y me convocara para conocernos. Nos encontramos en su casa de Castelar y el diálogo resultó interminable y, como suele suceder con ella, se derivó por mil caminos. Luego vinieron otros encuentros, algunas marchas y su incondicional apoyo cuando le propuse, entre otras cosas, que nos acompañara a los psicólogos en la lucha que habíamos iniciado entonces para que no se modificara un reglamento de la ley de salud mental que retrasaría los avances alcanzados hasta el día de hoy en ese campo. En esas largas charlas, entre mates o té, le preguntaba y me respondía, y me contaba tantas cosas, que empecé a fantasear con la idea de hacer un libro con ella, sobre sus vivencias, sobre su historia, que es también una parte fundamental de la historia de nuestro país. Finalmente, mi fantasía se hizo realidad. “Pero que sea una biografía psicológica”, me propuso cuando concretamos el inicio de las grabaciones.

      “Sos perseverante”, me dijo por teléfono el día que acordamos la fecha y la hora, después de muchos llamados y propuestas (o ruegos) que le hiciera en todo acto o manifestación por donde me cruzara con ella. “Sí, persevera y triunfarás”, le respondí. ¿Acaso no era justamente la perseverancia lo que ella y las Madres me habían enseñado? Insistí porque deseaba escucharla, entrevistarla, o algo parecido. Deseaba registrar lo que me contara y luego hacer un libro con ese material. ¿Y qué tipo de libro? ¿Una biografía? ¿Un ensayo? ¿Una novela con Nora como personaje? Como si fuese el aprendiz de un monje zen, me dejé llevar por lo que sucediese. Me compré un grabador. Armé un cuaderno con algunas preguntas. Devoré notas, escritos, videos y toda información que encontré por Internet. Y así me sumergí en el universo de Nora Cortiñas.

      Entonces este libro es el resultado de esos encuentros. Es su voz viva, son sus respuestas y reflexiones. Son mis preguntas y mis reflexiones también. Es un diálogo entre amigos, entrevistas, ensayos y pensamientos vivos. Es un libro que habla de ella y con ella. Y yo, como escritor, psicólogo, testigo y aprendiz. Es su mundo interior, es su casa, son sus silencios, sus palabras y las mías, sus conversaciones telefónicas, sus respuestas, sus asociaciones libres. Es, en definitiva, la colección de diversos elementos que fui juntando en esos largos encuentros y que se conjugaron de este modo.

      Libro uno e infinito, como el mundo de Norita.

      Nora Irma Morales de Cortiñas, Beba para algunos familiares y amigos, nació un 22 de marzo (un marzo no tan trágico como el de 1976) de 1930 en Buenos Aires. Sus padres eran catalanes. Eran cinco hermanas. Tuvo una infancia feliz. En 1950, a los diecinueve años, se casó con Carlos Cortiñas, que tenía por entonces veinticinco años, y con quien convivió durante cinco décadas. Tuvieron dos hijos, Carlos Gustavo, que nació en 1952, y Marcelo Horacio, en 1955. Nora se encargaba de las tareas del hogar, del cuidado de los hijos y enseñaba alta costura dentro de su casa. Hasta allí, la historia típica de una familia clásica argentina, de clase media trabajadora, la historia de una mujer dedicada por sobre todas las cosas a las tareas hogareñas y a la familia. Pero el 15 de abril de 1977, su hijo Carlos Gustavo Cortiñas, de 24 años, fue detenido, secuestrado y desaparecido en la estación de Castelar, provincia de Buenos Aires, por fuerzas armadas. Es a partir de ese trágico suceso, cuando tenía 47 años, que la vida de Nora Cortiñas cambiará rotundamente. Buscando a su hijo Gustavo, que aún continúa desaparecido, Nora se convertirá en el símbolo que es en la actualidad: Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora.

      Nora sigue luchando no solo por la aparición de su hijo Gustavo y la de tantos otros desaparecidos, sino que está presente en todos los lugares donde haya alguna injusticia o alguien esté sufriendo.

      Camino por las calles de Castelar con un ramo de flores en la mano y con mil sensaciones rebotando en mi interior. Me detengo ante la reja de su casa, suspiro hondamente y toco el timbre. Tarda un poco, o tal vez es demasiada tardanza para mi estado de ansiedad. De pronto escucho ruido de llaves. Abre la puerta que da al garaje, avanza y luego separa con sus pequeñas manos la cortina verde y blanca que nos aparta. Se asoma y me saluda. Busca entre el manojo la llave de la reja y la abre. Cuando me recibe se le iluminan los ojos, sé que le encantan las fresias. Me agradece. Ingresamos en el living. Se dirige hacia la cocina y regresa conun florero con las flores dentro y lo pone sobre la mesa. Norita se está recuperando de una caída. Mientras nos vamos acomodando en los sillones, le pregunto cómo sucedió esa caída. “Inesperada, como todas las caídas”, responde. Me cuenta que estuvo en Santiago del Estero, en un terreno grande donde estaban “los sin tierra”, campesinos, indígenas… Que se salvó porque había ido muy abrigada. Solo el pie, que por eso renguea un poco. Pensó que le había estallado el empeine. Que allí le hicieron los primeros auxilios, pero que luego la atendieron en el hospital Posadas. Y ya que nombra a su querido hospital, dice: “Un lugar destrozado; no dan abasto por la falta de personal, por los despidos y por el exceso de enfermos”. Que estuvo muchas horas, pero salió con el diagnóstico de una simple inflamación, un golpe muy fuerte. “Hielo y bañitos con sal, el tratamiento que hacían las madres de antes”.

      –Voy recuperándome, lentamente, porque mi cuerpo ya tiene años. Yo me rompo la cadera y me muero… Me cuido para no caerme. La caída de una persona mayor muchas veces termina siendo la muerte.

      Tiene 88 años. Detenerse, para ella, por su forma activa de ser y estar en el mundo, es similar a morir. Nora es una mujer incansable. Hay ancianos que tienen vidas sosegadas, que se jubilan y que viajan por placer; otros son más espectadores que protagonistas, viejos que se quedan frente a la pantalla del televisor, en la rutina familiar, o que van sacando las conclusiones de sus vidas. Pero Nora no quiere nada de eso, menos una conclusión o un cierre, porque aún hay algo que no le cierra.

      De fondo suena la radio, las noticias y algunos sonidos mínimos de un barrio que parece estar reposando.

      Me cuenta que en un rato llega Mónica, que la va a cuidar durante unos días.

      –Tengo que aceptar que me quieren cuidar.

      –Es bueno que te dejes cuidar un poco, Nora –le digo.

      Ella es la que cuida de todos y ahora es tiempo de que la cuidemos, de su caída, de su golpe o, como diría César Vallejo, de esos “…golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de