Pablo Melicchio

El lado Norita de la vida


Скачать книгу

hace bien.

      –Los extremos. El que no tiene casi nada. El que tiene casi todo. Siempre es necesario que falte algo para salir a buscarlo, pero no tanto… En psicoanálisis decimos que cierta falta es necesaria para que la vida tenga movimiento, acción. La falta nos constituye como sujetos deseantes, y a partir de esa falta queremos alcanzar algo. Pero cuando lo que falta es demasiado, o lo fundamental, como la comida, la salud y la educación, esas faltas no posibilitan ninguna búsqueda que le aporte plenitud al ser, todo lo contrario, esas carencias imposibilitan, anulan a los sujetos deseantes, los reducen a sobrevivientes en busca de necesidades básicas.

      –Cuando fui a Suecia, por ejemplo, ya hace muchos años, había lugares que los jóvenes elegían para suicidarse. Al lado de un lago, todo muy romántico… ¿por qué se suicidaban? Porque tienen todo. No saben qué les falta.

      –Tienen todo, incluso la muerte –le digo y se queda un instante en silencio, traspasándome con su mirada clara y firme.

      –Qué desgracia… yo me pregunto cada tanto: ¿qué querría Gustavo? No lo quiero idealizar, como si hubiese sido perfecto... Pero él quería la justicia social. Quería que hubiera trabajo.

      –Luchas que hoy continúan, de tu mano.

      –Sí. Yo viví la época del Estado de Bienestar… ¿Qué es el Estado de Bienestar? Había trabajo. Es la época de los 50. Mi papá perdía el trabajo, salía a la mañana, iba a buscar, del rubro de imprenta, y conseguía trabajo. Mi marido fue muy trabajador. Tenía trabajo fijo, era empleado público, tenía asegurado el salario, las vacaciones, la obra social, que es lo que ahora está perdiendo todo el mundo. Se quedan sin obra social. Y los hospitales no llegan a cubrir los insumos. Cuando la situación es así, más enfermos hay. La gente se enferma de dolor, de pena, de sufrimiento. Y otros se enferman porque pasan hambre. Los chicos en las provincias no están bien alimentados, crecen débiles, desdentados.

      El vaciamiento de la subjetividad, pienso. Seres humanos que van perdiendo el acceso a lo indispensable y entonces quedan reducidas sus capacidades. Mujeres, hombres y niños que mueren o que apenas arañan lo que se llama canasta básica. Y si se cubre lo básico, faltan otras cosas. Quien vive con lo justo, vive al límite, está preocupado, no puede descansar, ser creativo, volar... Seres humanos que, como animales en la selva, tienen que sobrevivir. Sobreviviendo no se vive. Sobreviviendo no se puede pensar bien, disfrutar de la vida.

      –No se puede creer, Nora –digo de pronto–, con lo inmenso que es este país, con los recursos materiales y humanos que tenemos.

      –Tengo un amigo que es docente y que trabaja con poblaciones indígenas en Misiones. El otro día trajeron cuarenta niños a la Plaza. Fue una belleza eso. Había una señora desdentada, que parecía una viejita, pero que no debía tener más de cincuenta años, que traducía a los niños. Decía que no tenían agua, que no tenían comida. Y yo pensaba que Gustavo quería que la gente tuviera para comer, que tuviera dientes, que pudiera tener una distracción, que no viviera solo para trabajar y trabajar. Porque él lo veía al padre y otras generaciones…

      –¿Qué veía Gustavo en el padre?

      –Mi marido trabajaba como un burro. Y cuando venía el sábado, tenía algún extra para ganarse unos mangos para poder ir al cine o para juntar para las vacaciones. No era el ideal de mi hijo esa forma de vida de aquellas generaciones que en toda la semana no veían a sus hijos despiertos.

      –Gustavo armó parte de su lucha viendo a ese padre, entendiendo que esa forma de vida esclavizaba a la gente… Y vos, ¿cómo eras como trabajadora?

      –Mi trabajo en esos tiempos era enseñar a coser en mi casa –dice, toma el mate y me lo devuelve.

      –Trabajabas en la casa, ¿no salías para nada?

      –No, es que mi marido era muy celoso. Pero muy celoso. Yo no era linda.

      –Para él sí –le digo y percibo un tenue rubor en sus mejillas.

      –Bueno, sí, yo era su amor… No era, ohhh, era una señora común. Mirá vos el machismo y el patriarcado que yo vivía. Él no quería que yo trabajara, nada, ni coser un dobladillito. Porque no quería que yo tuviera independencia económica. Si hoy lo escuchara tu esposa se mataría de risa…

      –Seguramente. Pero bueno, era otra generación, patriarcal, machista. Hoy las cosas han cambiado bastante, aunque todavía queda mucho por hacer. ¿Y por qué pensás que Carlos no quería que salieras de la casa, que trabajases afuera?

      –Porque si yo tenía independencia económica me iba a poder independizar, y eso es peligroso, siempre –dice y sonríe.

      –Porque podrías haber armado una vida por fuera de él, sin su control, sin su supervisión.

      –Eso mismo. Entonces a mí me gustaba tejer, tenía algunas clientas del barrio… y como él era muy celoso, no admitía ni siquiera que yo le pudiera probar un vestido a una mujer, que la pudiese ver en ropa interior. ¡Enfermo! ¡Enfermo! –dice, elevando el tono de voz. Y tras una pausa, agrega–: Le podés preguntar a mi prima Hebe… Él quería que yo estuviera adentro del caparazón y que de ahí no saliera, que no viera a otra gente.

      –Y después, cuando sucede la desaparición de Gustavo, terminás saliendo del caparazón, vas construyendo una vida en la lucha, en la calle y siempre rodeada de gente.

      –Ahora que voy y que vengo todo el tiempo, me digo, si me viera Carlos, desde donde esté, me diría: “Por favor, pará y quedate en tu casa. No jodas más”.

      –Bueno, esa era Nora antes de la desaparición de Gustavo, al mejor estilo Susanita de Quino, en la casa, con los hijos, con la casa linda y limpita.

      –Sí, encerando, lustrando, la comida preparada. Y para cuando llegara él del trabajo, tenía que estar bañada y perfumada.

      –Increíble, ¿no? Parte de una historia, la tuya y la de tantas mujeres que tenían que responder a ese modelo machista y patriarcal.

      –Sí, los chicos comidos, acostados, limpios. Todo el espectro doméstico perfecto. Yo fui criada como era mi mamá, sumisa, es que mi papá era autoritario. Buena gente.

      –La desaparición de Gustavo quiebra ese sistema.

      –Sí, para que yo piense, sienta y actúe por mí.

      “Para que piense, sienta y actúe por mí”, me repito mentalmente, grabo la frase también en mi memoria. Nora tiene la sabiduría de las personas que vivieron y viven la vida, no es una intelectual de libros y escritorio, en sus palabras están condensadas la calle, la gente, la contención recibida y dada, está la experiencia del dolor, del amor, de la lucha y de la resistencia.

      –¿Y qué sucedió cuando empezaste a salir en busca de Gustavo?

      –Había madres a las que los maridos les decían que no tenían que ir a la Plaza, que corrían peligro, que a ellos no les gustaba que salieran. Y algunas madres aceptaban ese mandato. A mí nunca me dijo mi marido: “No tenés que ir a la Plaza”. Sí se hacía mala sangre.

      –Seguramente él también, a su modo, con el dolor por la falta de Gustavo y con tu lucha en la calle y con las Madres, inició un camino de reconversión.

      Nora se queda recorriendo su historia, suspendida en algún pensamiento, armando alguna idea. “¿Por dónde andará?”, me pregunto, impaciente, curioso. Luego de un instante, retoma el diálogo:

      –Sí, él cambió... Sufría, tenía al hijo desaparecido. Alguna vez decía: “Por ahí te dicen un día que Gustavo está muerto”. Y yo le respondía: “Voy a seguir peleando, voy a buscar a los asesinos. Voy a estar siempre esperando que haya una respuesta a mi búsqueda…”. Había un intercambio de opiniones.

      –Es que las Madres iniciaron un movimiento muy fuerte, y hoy son el testimonio de lucha y de resistencia al gobierno de facto de muchos hombres. Y, además, les dieron un estímulo, una inyección de fuerza a tantas mujeres que no se animaban a salir, a salir del autoritarismo masculino.

      –Por