Los personajes representan las transformaciones que la Revolución infligió en los estamentos polares de la sociedad mexicana: por un lado los hacendados porfiristas, como la familia De Ovando, que pierden sus fortunas y sus tierras, pero conservan el espíritu y los modos del ancien regime y recuerdan con nostalgia los tiempos de bonanza, y, por otro, los revolucionarios que lucran con la bola, como Federico Robles, a quien la Revolución “le hace justicia” y lo convierte, de peón de hacienda, en banquero potentado.34
Gabriel García Márquez, en El otoño del patriarca, se ocupa de la larga vida de un dictador y de los mecanismos corruptos y corruptores que lo mantuvieron en el poder: las acciones demenciales del hombre fuerte, del caudillo que genera, a la vez, reverencias y temores en sus cercanos y en la población en general.35
La obra de Sergio Ramírez, Adiós muchachos, es una especie de memoria de la participación del escritor en la Revolución sandinista, memoria que va de la esperanza al doloroso desencanto. Ramírez fue uno de los actores principales de la oposición al dictador Anastasio Somoza. Formó parte de la Junta de Gobierno luego del triunfo del sandinismo. Con los años terminó distanciado del Frente Sandinista de Liberación Nacional (fsln) porque sus líderes adulteraron los ideales de transformación social de la organización. Lo que no pudo la implacable persecución del dictador al fsln, lo logró la corrupción, que sedujo durante el ejercicio de gobierno a gran parte de la cúpula sandinista.36
En la evaluación de los males que devastaban a Latinoamérica, la generación de líderes evangélicos que confluyeron en el Congreso Evangélico de la Habana (1929) señaló la debacle moral producto de una religiosidad, el catolicismo romano, que no transformaba éticamente a las personas. Así lo resumió en el libro el presidente del Congreso, Gonzalo Báez-Camargo:
Por lo que hace a la moral, hemos vivido y seguimos viviendo en un pagano divorcio entre el rito y la conducta. La religión se aprueba y se practica como sistema de formas externas, pero no invade las esferas de la vida como inspiración de la conducta individual y social. Una de las más dolorosas realidades de nuestro medio es la cómoda hermandad de la fidelidad al rito, en que el pueblo hace consistir la verdadera religiosidad, con la blasfemia y la impiedad.37
El diagnóstico vislumbraba un nuevo horizonte: la irrupción de nuevas personas que transformarían estructuras e imaginarios éticos caducos. Los llamados a la transformación, que eran una minoría, debían subvertir el orden sociocultural de América Latina, traer vientos nuevos:
No existe ya la Inquisición, pero su espíritu de intolerancia no ha muerto, y la renovación religiosa que esperamos y que ansiamos, no puede venir, no ha de venir, del seno de la Iglesia católica […] ¿Quiénes, pues, encabezarán y dirigirán la renovación religiosa Hispanoamericana? Para ser verdaderamente efectiva, tiene que ser original y espontánea, y no puede ser otra que la proveniente del Cristo Divino de los Evangelios. Los renovadores deberán ser, ineludiblemente, cristianos. Quedan, por consiguiente, como única esperanza en el momento actual, los núcleos evangélicos latinoamericanos. ¿Está nuestro protestantismo capacitado para iniciar, organizar y dirigir esta renovación?38
Cuarenta años después del diagnóstico de Báez-Camargo sobre el agotamiento del catolicismo romano en América Latina, y de la visualización de un horizonte prometedor para el protestantismo en estas tierras tuvo lugar el Congreso Latinoamericano de Evangelización, en Bogotá, del 21 al 30 de noviembre de 1969. Entonces se encontrarían y crearían nexos y liderazgos emergentes, una generación joven que debería encarnar el protestantismo y pensarlo en el convulsionado contexto de la época.
Sobre el afianzamiento del pueblo evangélico en la realidad latinoamericana, la Declaración Evangélica de Bogotá señaló que las iglesias protestantes estaban alcanzando un buen grado de endogenización y que el reto de sus liderazgos era trascender la idea y práctica de que el objetivo único de la evangelización estaba en el crecimiento numérico de las comunidades de fe.
Del Congreso Evangélico de la Habana a la fundación de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (Cochabamba, Bolivia, diciembre de 1970), transcurrieron cuatro décadas, durante las cuales el cristianismo evangélico tuvo sustanciales transformaciones. Una de ellas fue el arraigo y crecimiento del pentecostalismo, el cual visibilizó cuantitativamente a una minoría antes vista como contenida en pequeños espacios y que no lograba impactar a importantes sectores del pueblo latinoamericano.
En la fundacional y primera Consulta de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, Samuel Escobar hizo un diagnóstico acerca de qué tipo de protestantismo parecía dominar en las iglesias y organismos del Continente. Si Báez-Camargo deseaba que el cristianismo evangélico tuviese energía para renovar religiosa, social y culturalmente lo que llamo Hispano-América, Escobar vislumbraba que el panorama que se estaba consolidando era otro. En una ponencia no incluida en el libro compilado por Pedro Savage39, el teólogo de 35 años describió el inmovilismo evangélico ante el contexto social del momento:
En ciertos círculos evangélicos latinoamericanos la visión de lo que se llama “proceso revolucionario” es policíaca. Se identifica directamente con la acción subversiva interesada de un bloque de naciones, y se tiende a verle ribetes diabólicos en un maniqueísmo peligroso, en el cual todo el bien del mundo estaría en un bloque y todo el mal en el otro. […] La pregunta que hay que hacerse es qué ha pasado ahora que a nuestros propios ojos, y más a los ojos de la juventud y de cuantos toman conciencia de la necesidad de cambios, el Evangelio se ha convertido más bien en opio del pueblo. ¿Cómo es que los evangélicos se han vuelto una fuerza conservadora temerosa de cuestionar el statu quo y levantar una voz profética; que parece preferir ser guardiana de un mensaje aséptico que procura a toda costa probar que no es peligroso ni subversivo ni trastornador? ¿No será que hemos amordazado a la Biblia?40
Entre 1929 (Congreso de la Habana) y 1970 (fundación de la Fraternidad Teológica Latinoamericana), hubo un pequeño pero constante crecimiento del protestantismo. En términos generales, a partir de los años 70 del siglo xx la realidad numérica del protestantismo evangélico latinoamericano fue contrastante con las comunidades existentes en el tiempo de los orígenes de la ftl. Su robustez cuantitativa se ha estudiado en cada país. Es una realidad que el campo religioso latinoamericano se ha transformado en las recientes décadas. La diversificación de creencias, sobre todo en quienes han abrazado alguna de las propuestas del amplio abanico que es el cristianismo evangélico, es evidente y reporta distintos porcentajes de adscripción en la población de cada país. En América Latina la religiosidad de los pueblos no está en declive, sino que su expresión se ha diversificado intensamente.41
Latinoamérica es la reserva poblacional del catolicismo, pero también un continente en el que crece constantemente el amplio abanico del protestantismo/cristianismo evangélico. Un estudio cuantitativo del Pew Research Center da cuenta de las creencias y prácticas en 19 países de América Latina. El documento posibilita no solamente conocer los números de la diversidad religiosa, sino también hacer interpretaciones socioculturales de tal diversificación. El detallado estudio, con todo y apéndices, contiene 310 páginas. Tiene por título Religion in Latin America: Widespread Change in a Historically Catholic Region.42 Hay una versión condensada en español que incluye los principales indicadores de la investigación.43
En América Latina viven más de 425 millones de católicos, el 40 % de la población católica mundial. Con variaciones por país, durante la mayor parte del siglo xx (de