38 puntos, posición 76; Colombia, 37 puntos, posición 83; Perú, 36 puntos, posición 88; Surinam, 36 puntos, posición 88; México, 35 puntos, posición 95; Bolivia, 34 puntos, posición 99; República Dominicana, 33 puntos, posición 103; Argentina, 32 puntos, posición 107; Ecuador, 32 puntos, posición 107; Honduras, 31 puntos, posición 112; Guayana, 29 puntos, posición 119; Guatemala, 28 puntos, posición 123; Nicaragua, 27 puntos, posición 130; Paraguay, 27 puntos, posición en 130; Haití, 17 puntos posición 158; Venezuela, 17 puntos, posición 158.17
Mediciones alternativas: relocalización del fenómeno y sus dimensiones
Partiendo de una concepción alternativa con relación a dónde estaría el mayor foco de la corrupción, se ha desarrollado el Índice de Secreto Financiero (isf)18, manejado principalmente por el Tax Justice Network19, el cual se enfoca de manera especial en compañías privadas. Este índice alternativo se basa en distintos análisis de los flujos de capital a paraísos financieros y operaciones financieras de las que informan distintas ong. En los últimos meses se difundió el sonado caso de los Papeles de Panamá, que connotan las dimensiones sistémicas del problema, incluyendo, en este caso, masivamente a sectores empresariales y privados.
Según la onu, la evasión fiscal supone una pérdida significativamente mayor de patrimonio que la corrupción en su concepción y práctica tradicional (focalizada en la administración pública). En concreto, se trata de unos 900 billones de dólares, comparado con los 20 o 40 billones que produce la corrupción política o funcionarial (sólo 3 % de la evasión). Asociado a este enfoque, se han realizado trabajos de mediciones de salarios no pagados debido a estas evasiones, y se han señalado los efectos económicos y en el bienestar de la nación20.
Protestantismo: ¿alternativa para la renovación ética y cultural de América Latina?21
La esfera religiosa, descontadas sus propias contradicciones, históricamente ha enfatizado la dimensión ética y la necesidad de la integridad del carácter, así como la coherencia que debe existir entre doctrina y vida o pensamiento y acción. Esta estancia debería tener un rol constructivo en la vida comunitaria. Me inscribo dentro de la reflexión de autores que han escrito con respecto al rol de la religión en la sociedad y sus posibilidades transformativas: Weber, Troeltsch, Merton, Geertz, Gramsci, Houtart, Goulet, Maduro.22 Considerando más específicamente la realidad latinoamericana, es necesario tener en cuenta las reflexiones desde campos tan variados como la filosofía, la historia o la ciencia social de Mariátegui y Zea23, al igual que las de O’Donnell y Bastián24 respecto a los cursos diferenciados entre las dos Américas (la del Norte y la del Sur), quienes han visto cómo patrones culturales muy arraigados en nuestra región han tenido, y siguen teniendo, efectos éticos determinados vinculados a su componente religioso católico, los cuales han significado una cortapisa al desarrollo latinoamericano. Esta reflexión podría representar el aporte protestante para el mejor desarrollo del continente, como ocurrió, según los autores mencionados, en la región del norte.
Cuando se piensa en procesos como el de la Reforma protestante o el Avivamiento en la Inglaterra del siglo xviii, así como en el impacto social y cultural que ambos sucesos tuvieron en los países en que se dieron25, no se percibe un efecto de similar magnitud en la sociedad latinoamericana por la presencia y acción del movimiento protestante. Esto es explicable, por un lado, por las diferencias dentro de las coyunturas históricas, no repetibles entre lugares y tiempos. Por otro lado, es necesario reconocer el peso demográfico minoritario del protestantismo a lo largo de la mayor parte de su historia aquí en la región, así como la ausencia de circunstancias políticas especiales como para haber esperado un rol influyente de mayor significación. Vinculado a esto, como argumenta Bastian, el crecimiento e impacto limitado del protestantismo en América Latina se debe, en buena medida, al dominio de un estado patrimonial de prevalencia católica, que durante la mayor parte de su existencia y desde su aparición le hizo oposición y le restringió en su libre desarrollo.26 Por ello, parece ser que, al respecto, hay todavía una batalla que dar de parte del protestantismo por mayores libertades y luchar por condiciones de real igualdad dentro del sistema jurídico político de América Latina. Es todavía necesario abrir espacios de legitimidad y accesibilidad en paridad de condiciones para la mejor difusión de la herencia protestante en su línea constructiva, esto a la luz de evidencias históricas y comparativas de nivel mundial.
Sin embargo, según Bastian, en las últimas décadas —en contraste con lo sucedido anteriormente en la región hasta mediados del siglo xx— la participación de los protestantes en los medios políticos (mayormente de aquellos pertenecientes a los sectores pentecostales y neopentecostales) reflejan rasgos ambiguos, donde los pocos esfuerzos de significación contrastan con una presencia oportunista y no informada, con los típicos vicios achacados a la cultura política latinoamericana, desorientada en cuanto al tipo de proyecto político que los tiempos requieren para la transformación y mejoramiento social de nuestros países.
Para Padilla,27 según las experiencias no tan positivas que se ven, es necesario para los protestantes reconocer las tentaciones del poder rechazando los vicios típicos criticados a la cultura política latinoamericana (dominada o influenciada por el catolicismo), evitando a la vez el desarrollo de una mentalidad constantiniana, es decir, de querer dominar lo político, esta vez desde una perspectiva religiosa protestante. Padilla piensa en la necesidad de una formación previa para el adecuado ejercicio de lo político. Frente a lo prematuro de la formación de “partidos evangélicos” y, siguiendo al sociólogo cristiano de origen británico David Martin,28 cree en la fundamental prioridad del trabajo de base, donde precisamente están situadas las iglesias evangélicas: la construcción y regeneración de “las densidades morales y de la esperanza” entre la población, como cimiento de la real transformación social de nuestras naciones. Sobre esta base, las participaciones políticas podrían justificarse y tener augurio de mejor porvenir.
En esa misma vena, en este debate sobre lo ético y la cultura y sociedad latinoamericanas, se debe tomar en cuenta el asunto religioso en sus contrastes catolicismo/protestantismo (según Zea y Mariátegui), y una necesaria reforma moral y cultural al estilo de la Reforma protestante (según Gramsci), para poder avanzar en transformaciones duraderas y de alcance civilizatorio. Posiblemente lo protestante bien asumido, a partir de sus antecedentes históricos mejores, podría ser una alternativa que contribuya al mejor desarrollo de la región latinoamericana.
Conclusiones
Años 80: “década perdida”; años 90: “década de la corrupción”: ambas, décadas de acentuación de la pobreza y miseria humanas con las cuales se cerraba el siglo xx y se iniciaba el nuevo siglo, en cuyo recorrido no parece haber cesado la corrupción. Aún más, si la esfera de la justicia se consideraba como garante de que los actos corruptos quedasen al descubierto, ello se ensombreció por el fenómeno de la “politización de la justicia”, con lo cual intereses ideológicos y partidistas interfieren en su adecuada administración. Asimismo, debido a la “judialización de la política”, los intereses partidistas “embarran” a quienes buscan desde los estrados judiciales contribuir con dedicación al desarrollo de su nación. Es decir, los garantes de la probidad y la justicia han sido afectados por el fenómeno en cuestión. ¿Anuncio de desesperanza de todo esfuerzo, de posibilidades de cambio real?
En el fondo, el problema