Francisco Campos Coello

Plácido


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       SOBRE ESTA EDICIÓN

       INTRODUCCIÓN

       I EL VIAJE A CAPUA

       II POMPEYA

       III LA ERUPCIÓN DEL VESUBIO

       PRIMERA PARTE

       I LA ÚLTIMA CENA DE DOMICIANO

       II EL ENIGMA

       III EL TRIENTE

       IV EL PUEBLO REY

       V EL COMBATE DE LOS GLADIADORES

       VI DOS FILOSOFÍAS

       VII EL PONTÍFICE CLEMENTE

       VIII EL PACTO ENTRE DOS DEMONIOS

       IX PRIMER DOLOR

       X EL DEDO DE DIOS

       XI SEGUNDO DOLOR

       XII HISTORIA ANTIGUA, SIEMPRE NUEVA

       XIII LA NIETA DE UN EMPERADOR

       SEGUNDA PARTE

       I FE

       II EL ÚLTIMO DE LOS ESCIPIONES

       III TARDE SIEMPRE…

       IV LA ÚLTIMA LÁGRIMA

       V EN LAS GALIAS

       VI EL IRIS DESPUÉS DE LA TORMENTA

       VII LA MUERTE DE NERVA

       VIII LOS FUNERALES

       IX EL AMO DEL MUNDO

       X EL SUEÑO DE TRAJANO

       XI OMNIA VINCIT AMOR

       XII UN CAPÍTULO DE HISTORIA

       XIII EL SUCESOR DE TRAJANO

       XIV DICHA

       XV LA MADRE

       XVI LA ÚLTIMA NUBE

       XVII CONFESIÓN DE LA FE

       XVIII LA NUEVA CRISTIANA

       XIX LA CRUZ

       XX EL TORO DE BRONCE

      Así como existen novelas latinoamericanas del siglo XIX que se pueden leer como suplementos de la historia oficial, porque examinan o mitifican algún evento histórico relevante para las élites que fundaron el Estado, podemos encontrar otras que, además, proyectan el destino y el origen de la patria más allá de sus límites espaciales o temporales concretos. Las primeras funcionan como suplementos de la historia, porque hablan del nacimiento de nuestros países, llenando los vacíos que los discursos oficiales de la jurisprudencia y la política dejaron. Las segundas sueñan y construyen un origen a menudo cercano al mito, porque están ambientadas en tiempos y espacios muy lejanos de la realidad inmediata de sus autores. Si bien ambos tipos de novelas participan en la invención política y cultural de la nación criolla, a más de reflexionar sobre la identidad de la nación en ciernes, como hacen aquellas novelas «suplementarias», estas otras proyectan el deber ser y las ambiciones de trascendencia de las primeras comunidades nacionales. Ambas clases de ficciones hallan correspondencia directa con la realidad nacional, mediante alegorías y figuraciones, que afirman su anclaje a la política y cultura de la época. Todas ellas son verdaderas novelas fundacionales, porque delimitan un espacio que sólo la visión de los artistas y estetas podían dibujar: el territorio de la imaginación y los afectos.

      En el caso del Ecuador, la primera novela en cumplir con ese propósito proyectivo o trascendentalista, desde una perspectiva cristiana y católica, es la novela de Francisco Campos Coello (Guayaquil, 1841-1916) titulada Plácido (1871), porque sitúa los orígenes de la religiosidad nacional en la antigüedad europea. Sus acciones, personajes y espacios, inspirados por completo en una fase del Imperio Romano en que el cristianismo se expandía triunfante, constituyen una prueba irrefutable de que este escritor, como muchos de sus coetáneos, pretendió fundar la nación sobre dos ejes fundamentales: el catolicismo y la hispanidad. Campos Coello, como muchos otros intelectuales de su época, hallaron en la religión y la lengua comunes a la mayoría de habitantes de los territorios ecuatorianos, la vía idónea para ocultar sus enormes diferencias y exacerbar ciertas similitudes heredadas de la época colonial. De esta manera, las primeras novelas ecuatorianas colaboraron en la construcción de un discurso nacional aparentemente monolítico y carente de fisuras. El discurso nacionalista de las novelas ecuatorianas del siglo XIX fue en gran medida un ejercicio de disimulo y ocultamiento.