que hubiera cambiado su opinión sobre él y, desde luego, ella era un cambio agradable comparada con las princesas bobas y las famosas malcriadas que conocía.
–¡Eh! ¡Cuidado! –exclamó él cuando ella estuvo a punto de ponerse delante de un autobús–. Entiendo que te hayas llevado una sorpresa, pero no es necesario que te suicides.
Ella lo miró, sopesándolo, y se echó a reír.
–¡Vaya! Por un momento he creído que te había perdido. Bienvenido de vuelta.
Él soltó algo que parecía una carcajada, mirando el rostro en forma de corazón de ella.
–¿Seguro que esto es lo bastante bueno para ti? –preguntó Samia, cuando llegaron al puesto de hamburguesas.
–Si tenemos en cuenta que con la boca llena de comida, no podrás hacer comentarios insolentes, yo diría que es la elección perfecta.
Un brillo rebelde iluminó los ojos de ella. Luca pidió una hamburguesa y, un rato después, observaba a Samia lamerse los dedos manchados de salsa roja.
–¿Qué es lo que crees saber de mí? –preguntó él.
–Muy poco –admitió ella–. Solo lo que he leído en la prensa.
–Antes has dicho que llevabas un tiempo fuera de la circulación. ¿Eso es por este viaje? –preguntó él.
Samia asintió con la cabeza.
–Esperaba una respuesta más amplia –admitió él.
Ella apretó los labios y no contestó, pero sus ojos mostraban claramente que no la atraía el tema.
A Luca le gustaba que le hiciera frente, pero también se recordó que no conocía a aquella mujer ni el daño que podía hacerle.
–¿Quieres compartir? –preguntó ella, tendiéndole el panecillo grasiento.
Él pensó en la cocina del yate, donde su chef, que poseía una estrella Michelin, estaría preparando algo para tentarlo.
–Gracias, pero voy a pasar –dijo.
–¿No está a la altura de tu estatus principesco?
Él la miró y pensó en el indescriptible menú que comía en el ejército.
–Tengo buen apetito y necesito algo más que un bocado de carne para saciarlo –contestó.
Ella se sonrojó, pero le aseguró que procuraría recordarlo si conseguía un trabajo en su cocina.
«O en mi cama», pensó él.
–Cuando te hayas instalado, valoraré lo que puedes hacer –comentó.
–¿Instalado? –preguntó ella. Lo miró con el ceño fruncido–. Qué crees que llevo en esta mochila? Esto no es la Tardis. Apenas me cabe una muda de ropa. Por cierto, ¿tendré que llevar uniforme?
La mente de él se llenó de imágenes.
–No inmediatamente –contestó.
Admitió para sí que ella lo relajaba, le hacía sentirse más ligero. Y eso era bueno para él y bueno para su gente. Las bromas de ella le divertían y su ingenio rápido lo mantenía alerta. O le molestaba muchísimo cuando estuvieran a bordo, en cuyo caso la bajaría en el primer puerto, o la llevaría a su cama.
–¿Vamos a navegar directamente a Madlena? –preguntó ella.
–No lo he decidido todavía –repuso él cuando se acercaban a su muelle privado.
–¿No vas a subir al trono en un par de semanas?
Luca suspiró. No necesitaba que le recordaran que le faltaba tan poco para perder la libertad.
–¿Y qué tiene que ver eso contigo? –preguntó.
–¡Tranquilo! –exclamó ella–. Solo quiero saber cuál es la agenda para hacerme una idea de lo que me espera.
Luca pensó que su agenda quizá tuviera que sufrir cambios radicales si quería encajar en ella un interludio de placer antes de que lo reclamara el deber.
–Puede que tomemos un desvío –comentó, delante del cordón de seguridad de la entrada al muelle.
La dinastía Fortebracci tendría que esperar un poco más hasta que su próximo príncipe pactara una alianza con alguna princesa aburrida. Lo atraía más pasar tiempo con una mujer que no se achicaba ante él.
Capítulo 4
A SAMIA le daba vueltas la cabeza. ¿Qué había hecho? ¿Adónde iba? ¿Con quién iba?
¿Luca era un príncipe?
La cabeza le daba vueltas y el corazón le latía con fuerza. Intentaba actuar con normalidad, como si aquello no le importara, pero le importaba. Le importaba por su seguridad. Y le importaba por su corazón. Pues Luca, definitivamente, provocaba una reacción en ella. Le resultaba imposible estar cerca de él sin sentir algo. ¿Y qué diría él cuando se enterara de cómo se ganaba ella la vida? Pero necesitaba aquel trabajo. Y además, su olfato le decía que allí había una historia. ¿Cómo era posible que dos hermanos que habían estado tan unidos hubieran terminado, uno calificado como un santo y el otro como un pecador? No tenía duda de que Luca era un hombre complejo. Pero ¿era tan malo como lo pintaban?
–¿Tienes dudas? –adivinó él, cuando los guardias de la verja lo saludaron y después se apartaron respetuosamente–. Todavía puedes cambiar de idea.
–Estoy bien –repuso ella.
Lo que descubriera sobre Luca, se lo guardaría para sí. Publicar detalles de su vida privada sería indiscreto y deshonesto. Su corazón estaba a salvo porque él no lo quería, y, como no tenía intención de acostarse con él, Luca nunca descubriría que era tan mala en la cama como decía su ex.
–Nada serio, espero –musitó, al ver que Luca fruncía el ceño después de leer un mensaje en el teléfono.
Él tarareó y no contestó, pero su expresión anunciaba tormenta e hizo que ella se preguntara si no había sido demasiado impulsiva al acceder a aquel viaje.
Una vez a bordo, se iría aclarando con sus pensamientos. A pesar de su fachada animosa, seguía sufriendo los efectos de vivir con un matón. Y sí, había tenido miedo de él, de su poder y de sus influencias. El divorcio no los había separado, como ella esperaba, sino que lo había vuelto más vengativo. Una vez a bordo, estaría a salvo de él, al menos durante la duración del viaje. Aprendería cómo vivían los superricos y quizá escribiría algún día de ello en términos generales. No tenía por qué mencionar específicamente a Luca.
–¿Aquí es donde esperamos el transporte hasta el yate? –preguntó.
Miró maravillada la zona de espera, atendida por empleados uniformados, que servían canapés y champán.
–¿No te gusta? –bromeó él.
Ella tembló. El escalofrío se debía a Luca. Solo tenía que mirarla para que su cuerpo anhelara la excitación perdida. Huir del pasado era la luz al final del túnel, y ella estaba deseando llegar allí, desesperada por avanzar hacia un futuro mejor.
–Un vaso de agua con gas estaría muy bien –comentó.
Estaría mejor todavía mantener la cabeza despejada.
Luca también rehusó el champán porque dijo que navegaría más tarde.
Una punzada de decepción le recordó a Samia que una empleada nueva en su yate no iba a ser algo prioritario en la agenda del príncipe. Luca paseaba como un tigre que tuviera una espina en la pata. Los dos estaban impacientes por subir a bordo, pero por razones distintas. Ella también quería seguir conociéndolo, pero él volvía a la actividad que amaba, y a su estilo de vida privilegiado. «Madura». «Sé realista», pensó ella. Si tenía suerte, conseguiría