Dani Wade

Un amor robado


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ella. Sus padres procedían de familias fundadoras de la ciudad. Eran los últimos de su estirpe, por lo que su unión debería haber cimentado su poder.

      Madison solo sabía al respecto lo poco que su madre le había contado. Era muy reservada sobre su matrimonio. Un escándalo se había producido en el momento de la boda, pero Madison desconocía lo sucedido.

      Por eso leía todas las noches los diarios de su madre. Tal vez en ellos encontrara alguna pista sobre cómo se conocieron y se casaron sus padres.

      Trinity la tomó de la mano y la condujo al gran dormitorio del piso de arriba, que había sido el suyo antes de casarse, solo dos meses antes, con Michael Hyatt. Su trágica muerte y la batalla legal que Trinity llevaba a cabo por su herencia le habían destrozado la vida. Como Madison vivía cerca, no había ocupado la habitación, ya que quería que Trinity supiera que seguía teniendo un hogar allí, si lo necesitaba.

      Extendido sobre la colcha había un precioso vestido de color lavanda. Madison ahogó un grito y acarició la tela.

      –No es un color habitual para una pelirroja –dijo Trinity–. Creo que será una elección muy acertada.

      Eso esperaba Madison.

      Con él se presentaría en sociedad. Se le hizo un nudo en el estómago, aunque los nervios la distrajeron de la pena anterior.

      La primera impresión era fundamental. Aunque el apellido de su familia había sido muy famoso en el pasado, la historia había ido borrándolo. El Sur aún se vanagloriaba de su historia y de la historia de sus familias, pero el dinero importaba más. Madison lo sabía y no podía cambiarlo.

      Con la enfermedad de su padre, la familia había vaciado las arcas hasta llegar a depender de los servicios sociales y de lo poco que ella ganaba en trabajos esporádicos. La enfermedad de su padre la impedía trabajar a tiempo completo.

      Debía recordar que causar buena impresión ayudaría a la Maison. Saberlo no la tranquilizaba.

      ¿Debía ceder al miedo y decirle a Trinity que buscase a otra persona para desempeñar esa parte del trabajo?

      –¡Pruébatelo! –exclamó Trinity.

      Cuando volvió al dormitorio, después de haberse cambiado, Madison no se reconoció en el espejo. El cuerpo del vestido se sostenía con una solo tirante de flores de tela en el hombro izquierdo. Múltiples capas de chiffon componían la falda, que le llegaba por encima de la rodilla.

      –Unas sandalias de tacón y estarás lista.

      Madison rio.

      –Esperemos que no me rompa una pierna.

      –Solo necesitas un poco de práctica.

      Madison se pasó las manos por la falda. No parecía ella. Era difícil asimilarlo.

      –Podemos peinarte así –dijo Trinity mientras le subía el cabello pelirrojo hasta formar un moño–. Y ponerte unos pendientes.

      –Me siento como si fuera Cenicienta –dijo Madison riendo.

      –Pues tal vez encuentres al príncipe azul en el baile. ¿No sería divertido?

      El concepto de diversión le era ajeno a una mujer práctica como Madison, pero la transformación que contemplaba en el espejo la incitaba. Además, ella nunca se echaba atrás cuando había que hacer algo.

      –Me vendría bien algo de diversión.

      Trinity la miró con los ojos como platos.

      –De acuerdo. Necesito mucha diversión.

      –Mientras no te ponga en peligro.

      «Y no me exija pensar demasiado».

      De hecho, en aquellos momentos, un príncipe azul sería algo muy complicado para ella. Su vida había estado llena de responsabilidades y obligaciones… y continuaba estándolo. Necesitaba distanciarse.

      Se sonrió mirándose al espejo.

      ¿Quién sabía? Tal vez encontrara a un príncipe temporal para pasárselo bien. Una chica podía soñar, ¿no?

      Capítulo Dos

      ¿Qué hacía allí?

      Blake debería haberse sentido como en casa en la fiesta que se celebraba en la mansión de una de las parejas más poderosas de Luisiana. Era uno de esos acontecimientos en que la gente se reunía para intercambiar cotilleos, hablar de política y, en general, impresionar a los demás con su dinero e inteligencia; o su falta de ella.

      Blake había frecuentado muchas de esas fiestas en Europa. Lo único diferente en aquella eran el idioma y la comida. La gente era idéntica.

      Aunque solía prever que tendría suerte en esa clase de fiestas, nunca había acudido a una con el propósito de iniciar la aventura de una noche.

      La promiscuidad sexual formaba parte de su estilo de vida, pero las mujeres con las que se acostaba buscaban lo mismo que él. Se aseguraba desde el principio. El hecho de que el único plan rápido y viable que se le había ocurrido fuera conseguir entrar en casa de los Landry teniendo una aventura con Madison Landry lo avergonzaba, un sentimiento que le era totalmente ajeno.

      Pero, por Abigail, haría lo que debía hacer.

      Ni siquiera cabía posibilidad de denunciar a Armand por negligencia en su cuidado, ya que muchos funcionarios comían de su mano. Además, corría el riesgo de que mandaran a la niña con una familia de acogida. En su casa, al menos, había un ama de llaves amable para vigilarla. Dada la posibilidad de que Abigail acabara en un lugar peor que la casa de su padre, decidió que lo mejor era conseguir el diamante lo antes posible.

      Así que, por muy incómodo que se sintiera, no tenía más remedio que seducir a Madison Landry para satisfacer las exigencias de su padre, salvo que recurriera al robo con allanamiento.

      No tardó mucho en localizar a la mujer que buscaba, aunque parecía mucho más joven de lo que se esperaba.

      Ni siquiera en la fotos de la carpeta aparentaba veintiséis años, tal vez por su pálida tez o la pecas de la nariz, que ella no había disimulado para la fiesta. Pero él se había imaginado que la dura vida que había llevado se le notaría en el rostro.

      Ella apenas hablaba con nadie ni se alejaba de la mesa junto a la que se hallaba, cuando él se esperaba a alguien que se hiciese notar y en busca de esposo. No bailaba, aunque seguía el ritmo suavemente con el cuerpo. No tenía a su alrededor pretendientes ni, desde luego, flirteaba.

      Parecía pertenecer a una especie para él desconocida.

      Acababa de volver del lavabo y miraba la pista de baile con ansia. Era una joven que necesitaba divertirse, y él sería la pareja perfecta.

      Blake miró la servilleta que llevaba en la mano mientras se acercaba a la mesa. Se detuvo al lado de la silla de Madison. Ella alzó la vista y reaccionó de la manera a la que estaba acostumbrado. Abrió mucho los ojos, aunque rápidamente intentó disimular su reacción. A él no le incomodaba saber que se vestía con elegancia para causar impresión, pero esa noche se sintió molesto sin saber por qué.

      –Hola.

      –Hola –dijo ella sonriendo.

      Después miró a su alrededor como si estuviera segura de que él buscaba a otra persona.

      Él extendió la servilleta en la mesa, frente a ella, y le dejó unos segundos para que la mirara. Madison enarcó las cejas y se inclinó para verla mejor. El primer paso ya estaba dado.

      Había hecho un boceto de ella de perfil, muy conseguido, aunque el dibujo carecía del color de su cabello y de las luces que decoraban el salón.

      Alzó la voz para hacerse oír por encima de la música.

      –Una mujer tan hermosa no debería quedarse relegada.

      Ella