Dani Wade

Un amor robado


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y campanas. La cubierta era grande y unas escaleras conducían a la cubierta superior, donde estaba el timón. También había unas sillas. Era el equivalente acuático de un coche de lujo.

      Blake soltó amarras y se reunió con ella, que se había sentado en la cubierta superior. Estaban solos. Ella debería estar contenta de que no hubiera un capitán que pilotara el barco y viera todo lo que hacían. Sin embargo, no sabía si eso le hubiera gustado.

      Blake guiaba el barco con suavidad. En esa época del año, la brisa era fresca, lo cual suponía un respiro del calor del mediodía. Madison sabía por experiencia que, al cabo de dos semanas, nadie estaría a gusto, con independencia de la hora del día, sin brisa y una bebida fría.

      Así era la vida en el Sur.

      Blake aceleró y llegaron a aguas abiertas, que fue el momento en que ella comenzó a sentir náuseas. ¿Serían los nervios? Los días anteriores había estado muy ansiosa. No, se trataba de otra cosa, de algo que no conseguía identificar.

      Las náuseas aumentaron, lo que la obligó a tragar saliva un par de veces. Intentó concentrarse en la sensación del viento en la piel rogando que desaparecieran. De todo lo que se había imaginado que sucedería esa noche, marearse y vomitar no era algo que se le hubiera ocurrido.

      Blake le sonrió.

      –¿Estás bien?

      Ella le sonrió y asintió. No quería tener que avergonzarse por segunda vez esa noche.

      –Voy a preparar la cena.

      Blake apretó un botón y una parte de la cubierta se deslizó hacia atrás al tiempo que surgía una mesa de las profundidades. Vaya, no iban a tener que cenar en platos de papel sobre sus regazos, aunque ella no tenía mucha experiencia de cenar al aire libre en vajilla de plata.

      Madison se dirigió a la proa del barco y fingió contemplar el agua. Pero seguía teniendo el estómago revuelto. ¿Qué iba a hacer?

      ¿Pedirle que volvieran? La idea del viaje de vuelta le hizo subir la bilis a la garganta. Estaba claro que no podía comer, así que respiró esperando que se le pasara.

      El malestar fue desapareciendo. Dejó pasar un par de minutos y se levantó para dirigirse a la popa. El mundo empezó a balancearse, aunque juraría que no lo hacía el barco. ¿Qué le pasaba?

      –Casi he terminado –dijo Blake cuando ella se acercó. Alzó la vista–. ¿Te encuentras bien?

      Ella intentó sonreír. Miró la mesa y vio un recipiente con ensalada de pollo o cangrejo.

      Dos segundos después, estaba inclinada sobre la barandilla del barco vaciando el estómago.

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