Dave Mearns

Counseling centrado en la persona


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a lo que hacemos como “counseling” y limitándonos a relaciones terapéuticas relativamente cortas. Ninguno de los casos que presentamos duró más de un año.

      Esperamos alentar a los lectores a reflexionar acerca de sus propios procesos terapéuticos –ya sea como counselor o consultante– y que puedan contagiarse de algo del entusiasmo que siempre experimentamos cuando intentamos poner en palabras la belleza y el misterio del encuentro persona a persona al que llamamos counseling. Sabemos, por supuesto, que el intento será infructuoso porque solamente la poesía, en su más rica expresión, puede verdaderamente capturar tal belleza y penetrar en el corazón del misterio.

      1 Ver Glosario al final del libro. (N. del E.).

      2 Ver Glosario al final del libro. (N. del E.).

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       EL ENFOQUE CENTRADO EN LA PERSONA: UNA REVISIÓN CONTEMPORÁNEA Y TEORÍA BÁSICA

       El paradigma actual

       El concepto de sí mismo

       Condiciones de valor

       El proceso de valoración organísmica

       El locus de evaluación

       Crear las condiciones para el crecimiento

      Cuando salió la primera edición de este libro, en 1988, había mucha evidencia que sugería que el counseling centrado en la persona estaba en contradicción con la cultura predominante. Su insistencia en la singularidad de las personas, en la necesidad de prestar constante atención al proceso, en la confiabilidad del organismo humano, parecían estar totalmente fuera de sintonía con una cultura vorazmente materialista, en la cual el fin de lucro, las metas a corto plazo, la eficiencia tecnológica y las sofisticadas técnicas de vigilancia gobiernan las vidas de la gran mayoría de ciudadanos, en Gran Bretaña así como en la mayor parte del mundo desarrollado. En los años transcurridos desde entonces, el impulso de una cultura cada vez más despersonalizada se ha intensificado a un punto tal que está creciendo toda una generación que no conoce otra cosa que el frenesí de una sociedad brutalmente competitiva, en la que las repuestas rápidas, los expertos que logran una fama efímera, la maravilla tecnológica y la dominación de las fuerzas del mercado son aceptados como telón de fondo inevitable de la llamada existencia civilizada.

      La situación tomó un giro más siniestro en los últimos años del milenio pasado y el comienzo del actual. A los terribles conflictos en Ruanda, Somalia, Bosnia, Kosovo y Chechenia, les siguió la llamada guerra del terror en la que estamos embarcados desde el ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono en 2001. La desesperada situación de Afganistán e Irak continúa, mientras que el conflicto de Oriente Medio entre Israel y la autoridad palestina sigue sin resolverse. La situación en Irán y Corea del Norte promete más inestabilidad en el futuro. Por si esto no fuera suficiente, los efectos cada vez más alarmantes del calentamiento global son evidentes en todos lados y el avance meteórico de las economías de India y China contribuyó enormemente a la contaminación que la insensatez humana inflige sobre el planeta. El resultado neto de estas catástrofes es inducir pánico y un sentido casi global de impotencia. En tal contexto, los gobiernos inevitablemente desarrollan políticas defensivas y se obsesionan con la seguridad, la vigilancia y las medidas draconianas para asegurar la supervivencia. Se ha creado un mundo psicológico donde escasea la confianza, la ansiedad genera suspicacia, se restringen las libertades individuales en favor de la seguridad corporativa y se imponen soluciones impulsivas ante la proliferación de problemas engendrados por una sociedad bajo amenaza.

      Es difícil imaginar un escenario menos propicio para la recepción de los valores que sustenta el enfoque centrado en la persona. La cultura actual no otorga un alto valor a la singularidad de la persona y a la importancia de su realidad subjetiva. No es una cultura que dota a la naturaleza humana con la capacidad de moverse hacia el desarrollo creativo de su potencial inherente. Por cierto que no intenta afirmar el poder personal de cada individuo o dar máxima importancia a fomentar la profundidad relacional entre padres e hijos, maridos y esposas, amigos y compañeros, colegas en el lugar de trabajo o profesores y estudiantes. Por el contrario, es una cultura que se ha vuelto profundamente suspicaz de la autonomía personal e intenta regular casi todas las áreas de participación interpersonal. Cada vez más, vivimos en una pesadilla regulada, en la que los docentes temen ser compasivos con los niños que sufren, las enfermeras ya no tienen ni el tiempo ni la voluntad de relacionarse con los pacientes y los counselors y psicoterapeutas pueden encontrarse tildando mentalmente párrafos en códigos de ética para la práctica profesional de sus asociaciones profesionales antes de responder a la señal de angustia de un consultante particularmente difícil.