a lo que hacemos como “counseling” y limitándonos a relaciones terapéuticas relativamente cortas. Ninguno de los casos que presentamos duró más de un año.
Este libro, como en sus ediciones anteriores, procura invitar al lector a la experiencia viva del counseling centrado en la persona. Intenta atraer a profesionales y estudiantes tanto a nivel emocional como intelectual. Sobre todo, intenta transmitir el entusiasmo –a veces, combinado con la ansiedad y el riesgo– de relacionarse con otro ser humano en profundidad. También, esperamos que el libro sea leído por algunos posibles consultantes y más particularmente por los que pudieron haber tenido la experiencia desafortunada de encontrarse con profesionales de la ayuda que, por temperamento o por entrenamiento, hayan sido renuentes a encontrarse con ellos como personas. Los capítulos iniciales presentan una descripción contemporánea de los principales constructos teóricos del enfoque y de las demandas sobre el counselor en términos de su propio conocimiento y actitud disciplinada con su sí mismo.2 De ahí en adelante, el lector se zambulle en los desafíos que el counselor centrado en la persona enfrenta momento a momento en su trabajo y con todos los dilemas que inevitablemente se le presentan. Se exploran de cerca las actitudes y las habilidades, especialmente cuando éstas disparan en el counselor la capacidad y el atrevimiento de entrar en profundidad relacional con las personas que antes pudieron haber sido gravemente heridas dentro del contexto de relaciones que resultaron traicioneras o abusivas. Una parte substancial del libro se dedica a la experiencia de una relación terapéutica en particular a la que la buena voluntad de la consultante de participar plenamente en el proceso de reflexión sobre su viaje terapéutico hace más vívida. El libro concluye con los dos co-autores pasando un momento agradable, respondiendo a las preguntas hechas a menudo por los alumnos, nuevos profesionales, profesionales experimentados y counselors curiosos u hostiles de otras orientaciones. Damos la bienvenida a la oportunidad de hacer frente a estas preguntas, que se dan con frecuencia al final de una conferencia agotadora o de un taller, cuando lo que estamos deseando es un gin tonic.
Esperamos alentar a los lectores a reflexionar acerca de sus propios procesos terapéuticos –ya sea como counselor o consultante– y que puedan contagiarse de algo del entusiasmo que siempre experimentamos cuando intentamos poner en palabras la belleza y el misterio del encuentro persona a persona al que llamamos counseling. Sabemos, por supuesto, que el intento será infructuoso porque solamente la poesía, en su más rica expresión, puede verdaderamente capturar tal belleza y penetrar en el corazón del misterio.
1 Ver Glosario al final del libro. (N. del E.).
2 Ver Glosario al final del libro. (N. del E.).
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EL ENFOQUE CENTRADO EN LA PERSONA: UNA REVISIÓN CONTEMPORÁNEA Y TEORÍA BÁSICA
El proceso de valoración organísmica
Crear las condiciones para el crecimiento
El paradigma actual
Cuando salió la primera edición de este libro, en 1988, había mucha evidencia que sugería que el counseling centrado en la persona estaba en contradicción con la cultura predominante. Su insistencia en la singularidad de las personas, en la necesidad de prestar constante atención al proceso, en la confiabilidad del organismo humano, parecían estar totalmente fuera de sintonía con una cultura vorazmente materialista, en la cual el fin de lucro, las metas a corto plazo, la eficiencia tecnológica y las sofisticadas técnicas de vigilancia gobiernan las vidas de la gran mayoría de ciudadanos, en Gran Bretaña así como en la mayor parte del mundo desarrollado. En los años transcurridos desde entonces, el impulso de una cultura cada vez más despersonalizada se ha intensificado a un punto tal que está creciendo toda una generación que no conoce otra cosa que el frenesí de una sociedad brutalmente competitiva, en la que las repuestas rápidas, los expertos que logran una fama efímera, la maravilla tecnológica y la dominación de las fuerzas del mercado son aceptados como telón de fondo inevitable de la llamada existencia civilizada.
La situación tomó un giro más siniestro en los últimos años del milenio pasado y el comienzo del actual. A los terribles conflictos en Ruanda, Somalia, Bosnia, Kosovo y Chechenia, les siguió la llamada guerra del terror en la que estamos embarcados desde el ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono en 2001. La desesperada situación de Afganistán e Irak continúa, mientras que el conflicto de Oriente Medio entre Israel y la autoridad palestina sigue sin resolverse. La situación en Irán y Corea del Norte promete más inestabilidad en el futuro. Por si esto no fuera suficiente, los efectos cada vez más alarmantes del calentamiento global son evidentes en todos lados y el avance meteórico de las economías de India y China contribuyó enormemente a la contaminación que la insensatez humana inflige sobre el planeta. El resultado neto de estas catástrofes es inducir pánico y un sentido casi global de impotencia. En tal contexto, los gobiernos inevitablemente desarrollan políticas defensivas y se obsesionan con la seguridad, la vigilancia y las medidas draconianas para asegurar la supervivencia. Se ha creado un mundo psicológico donde escasea la confianza, la ansiedad genera suspicacia, se restringen las libertades individuales en favor de la seguridad corporativa y se imponen soluciones impulsivas ante la proliferación de problemas engendrados por una sociedad bajo amenaza.
Es difícil imaginar un escenario menos propicio para la recepción de los valores que sustenta el enfoque centrado en la persona. La cultura actual no otorga un alto valor a la singularidad de la persona y a la importancia de su realidad subjetiva. No es una cultura que dota a la naturaleza humana con la capacidad de moverse hacia el desarrollo creativo de su potencial inherente. Por cierto que no intenta afirmar el poder personal de cada individuo o dar máxima importancia a fomentar la profundidad relacional entre padres e hijos, maridos y esposas, amigos y compañeros, colegas en el lugar de trabajo o profesores y estudiantes. Por el contrario, es una cultura que se ha vuelto profundamente suspicaz de la autonomía personal e intenta regular casi todas las áreas de participación interpersonal. Cada vez más, vivimos en una pesadilla regulada, en la que los docentes temen ser compasivos con los niños que sufren, las enfermeras ya no tienen ni el tiempo ni la voluntad de relacionarse con los pacientes y los counselors y psicoterapeutas pueden encontrarse tildando mentalmente párrafos en códigos de ética para la práctica profesional de sus asociaciones profesionales antes de responder a la señal de angustia de un consultante particularmente difícil.
Es bastante extraño que, en lo que parecería ser un mundo cada vez más triste, no sintamos desesperación. Por el contrario, creemos que la situación actual es tan desesperante que quizás nos estemos acercando a un momento crucial en el que se produzca un cambio de paradigma y el mundo recupere su sentido común. En cierto modo, nuestros consultantes y alumnos nos alientan en esta esperanza. Suelen ser personas que padecieron todo el rigor de las fuerzas de la cultura que acabamos de describir, pero que descubren en el contexto del counseling centrado en la persona una nueva fuente de fortaleza e inspiración. Especialmente llegan a conocer –quizás por primera vez– qué significa tener la sensación de autoestima y tener acceso a sus propios pensamientos y sentimientos. Son cada vez más conscientes de su propio poder personal. Con esa conciencia1 viene una nueva libertad para tomar decisiones y lograr un sentido de propósito. Quizás lo más transformador es el escape de la soledad que acompaña a la experiencia