el consultorio.
El lector no estaría del todo equivocado si detectara un tono levemente evangélico en estos últimos comentarios. La experiencia de vivir los principios del enfoque centrado en la persona, tanto en nuestra vida profesional como personal, nos permite captar una esperanza que trasciende la desesperación. Cuando nos encontramos con la actitud despectiva hacia el counseling centrado en la persona aún frecuente en los ámbitos académicos, o cuando presenciamos una vez más la aceptación basada en criterios cuestionables de la terapia cognitiva conductual tanto en el gobierno como en los círculos médicos, ya no nos sentimos tan afligidos. Gracias a nuestros consultantes y estudiantes encontramos la confirmación diaria del poder y la eficacia del enfoque que adoptamos. Estamos conscientes de su base sólida tanto en la teoría como en la investigación y, sobre todo, tenemos presente la disciplina necesaria para esperar el proceso y lo importante que es la disposición del consultante para emprender el counseling. Creemos que nuestra cultura se está acercando rápidamente a un punto crítico en el que el espíritu humano no tolerará más el estéril atolladero al que hemos llegado. Creemos que entonces habrá una mayor disposición para adoptar los conceptos claves del enfoque centrado en la persona y encontrar en ellos la fuente de una manera más positiva y esperanzada de relacionarse consigo mismo, con los otros y con todo el orden creado. Es a esos conceptos que ahora nos abocaremos.
El concepto de sí mismo
La desconfianza hacia los expertos es muy profunda entre los profesionales centrados en la persona. Para ser un counselor eficaz, quien practica el enfoque centrado en la persona debe aprender a usar su pericia como una prenda invisible. Se espera que los expertos brinden su maestría para recomendar qué se debe hacer, para ofrecer orientación calificada o hasta para dar órdenes. Sin duda, en algunas áreas de la experiencia humana esa pericia es esencial y adecuada. Lamentablemente, la gran mayoría de los que buscan la ayuda de counselors han pasado gran parte de su vida rodeados de personas que de manera avasallante e inapropiada se han autoproclamado como expertos en la conducción de la vida de otras personas. En consecuencia, esos consultantes se sienten desesperados por su incapacidad de satisfacer las expectativas de los otros, ya sean padres, profesores, colegas o los llamados amigos, y no sienten respeto por sí mismos ni autoestima. Y sin embargo, a pesar del daño que han sufrido a manos de los que han intentado dirigir su vida, esas personas a menudo recurrirán a un counselor buscando a otro experto más para que les diga qué hacer. Los counselors centrados en la persona, a la vez que aceptan y entienden esta necesidad desesperada de autoridad externa, harán todo lo posible para evitar caer en la trampa de desempeñar ese rol. Hacerlo sería negar un supuesto central del enfoque: que se puede confiar en que el consultante encontrará su propia manera de seguir adelante sólo si el counselor puede ser la clase de compañero capaz de alentar una relación en la que el consultante pueda comenzar, al menos tentativamente, a sentirse seguro y a experimentar los primeros indicios de la autoaceptación. Las probabilidades de que esto no suceda son a veces muy altas porque la percepción que el consultante tiene de sí mismo es pobre y porque los “expertos” críticos con quienes se encontró en su vida, en el pasado y en el presente, fueron muy destructivos. La gradual revelación del concepto de sí mismo de un consultante, es decir, la construcción conceptual que la persona hace de sí misma (aunque se exprese de una manera muy deficiente), puede ser tremendamente desgarradora para el que escucha. Esta revelación pone de manifiesto el alcance del rechazo que un individuo siente por sí mismo y esto suele presentar un severo desafío para la fe del counselor, tanto en el consultante como en su propia capacidad de ser un compañero confiable en el proceso terapéutico.
El breve extracto del recuadro 1.1 resume el desarrollo triste y casi inexorable de un concepto de sí mismo que socava todo lo que la persona hace o intenta ser. Hay un sentido de desvalorización y de estar condenado al rechazo y a la desaprobación. Una vez que se ha internalizado ese concepto de sí mismo, la persona tiende a reforzarlo, porque es un principio fundamental del punto de vista centrado en la persona que nuestro comportamiento es en gran parte una expresión de cómo nos sentimos en verdad sobre nosotros mismos y sobre el mundo en que vivimos. Esencialmente, lo que hacemos suele ser un reflejo de cómo nos evaluamos a nosotros mismos; si llegamos a la conclusión de que somos ineptos, sin valor e inaceptables, es más que probable que nos comportemos de una manera que demuestre la validez de tal valoración. Por lo tanto, las probabilidades de lograr estima o aprobación se vuelven más remotas a medida que pasa el tiempo.
Recuadro 1.1
La evolución del bajo concepto de sí mismo
Consultante: | No recuerdo que mis padres me hayan elogiado nunca por nada. Ellos tenían siempre algo crítico para decir. Mi madre estaba siempre encima mío por mi desprolijidad, mi falta de pensamiento sobre todo. Mi padre siempre me decía estúpida. Cuando saqué seis “A” en mis GCSEs (exámenes de ingreso a la universidad) me dijo que era típico que me hubiera ido bien en las materias equivocadas. |
Counselor: | Parece que nunca podías hacer nada bien para ellos por más que trataras o por bien que te fuera. |
Consultante: | Mis amigos eran igual de malos. Siempre criticaban mi aspecto y me decían que era una tragalibros granujienta. Lo único que quería era moverme sin que nadie me viera. |
Counselor: | Te sentías tan mal acerca de ti misma que habrías querido ser invisible. |
Consultante: | No todo quedó en el pasado. Ahora pasa lo mismo. Mi marido nunca aprueba nada de lo que hago y mi hija dice que a ella le da vergüenza traer a sus amigos a casa por si yo los molesto. Parece que no le sirvo a nadie. Sería mejor si simplemente desapareciera. |
Condiciones de valor
Por suerte, la desaprobación y el rechazo que mucha gente experiencia no llega a ser totalmente aniquilante. Conservan algunos rastros de autoestima, aunque puedan sentirse tan frágiles que el miedo a la condena final nunca está lejos. Es como si estuvieran viviendo según una especie de contrato legal, y sólo tienen que dar un mal paso para que todo el peso de la ley caiga sobre ellos. Luchan, por lo tanto, para mantener la cabeza afuera del agua intentando hacer y ser esas cosas que saben que obtendrán aprobación, mientras que, con gran cuidado, evitan o suprimen los pensamientos, los sentimientos y las actividades que sienten que les acarrearán un juicio adverso. Su sentido del valor, tanto ante sus propios ojos como a los de quienes fueron importantes para ellos, está condicionado a obtener aprobación y evitar desaprobación, y esto significa que la gama de acciones está severamente restringida porque su comportamiento está supeditado a la aprobación de los demás. Son las víctimas de las condiciones de valor que otros les impusieron, pero su necesidad de aprobación positiva es tan fuerte que aceptan esta camisa de fuerza antes que arriesgarse al rechazo en el caso de violar las condiciones establecidas para ser aceptados.
A veces, sin embargo, la situación es tal que ya no pueden seguir jugando a este juego acordado y, entonces, cuando experiencian la desaprobación y el rechazo cada vez mayor de la otra persona sus peores miedos pueden llegar a hacerse realidad. (Ver recuadro 1.2).
Recuadro 1.2
Condiciones de valor
Consultante: | Todo estaba bien al principio. Sabía que él admiraba mi brillante conversación y la manera en que me vestía. También le gustaba cómo hacía el amor con él. Me proponía charlar cuando él venía y me aseguraba de estar bien incluso después de un día de mucho trabajo en la oficina. |
Counselor: | Sabías cómo ganar su aprobación y estabas feliz de satisfacer las condiciones necesarias. |
Consultante: |
Sí, pero eso cambió cuando quedé embarazada. Quería hablar sobre el bebé pero
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