Nikki Logan

Su alma gemela - Mi novio y otros enemigos


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le había permitido no encontrarse con alguien que la conociera, no pensaba estropear esa oportunidad para el anonimato.

      –No, conozco el camino. Iré a buscarlo allí. Gracias.

      La mujer se apartó de las puertas con una sonrisa.

      –De nada.

      La observó alejarse. Tacones. Le daban un aire muy especial al andar, incluso sobre gravilla o hierba. Era una pena que ella no tuviera zapatos con tacones aparte de unos utilitarios de tres centímetros de alto.

      Quizá era algo que podía incluir en la lista del Año de Georgia.

      «Aprende a caminar con tacones».

      Tardó casi diez minutos en llegar a la zona pública y abrirse paso entre la exposición de plantas carnívoras. Las puertas estaban siempre cerradas para mantener la temperatura ambiente correcta y a diferencia de las otras, esas eran silenciosas.

      –¿Dan? –el silencio continuó, pero, de algún modo, cambió. Se cargó. Georgia supo que la había oído–. Sé que estás aquí, Dan.

      Salió de detrás de un gran letrero. Confuso. Cauteloso.

      –Hola. No sabía que pensabas venir.

      –Dejé algunos especímenes para que los identificaran. Se me ocurrió pasar a saludarte.

      Hasta a ella le sonó falso.

      –Hola –repitió él.

      Hubo un silencio. Quizá seis semanas no eran suficientes.

      –¿Cómo estás? –aventuró.

      –Bien. Sobrellevándolo.

      –¿No mejora?

      –En realidad, no –Daniel apretó los labios.

      Ella asintió. Hubo más silencio.

      –He… venido a decirte que lo siento. Otra vez.

      –¿Tus correos electrónicos y mensajes no son suficientes?

      –No quería… No sin verte –no sabía cómo podía costar tanto romper con alguien con quien ya se había roto.

      –Es carnaza para los paparazzi –él se encogió de hombros.

      –Escucha, Dan, si pudiera dar marcha atrás, lo haría. Sé que tú no pediste nada de lo que te está pasando.

      La suspicacia regresó a los ojos castaños de Daniel.

      –Georgia…

      –Yo… firmé un contrato con la emisora de radio para toda la… –ni siquiera pudo emplear la palabra «declaración»–. He de cumplirlo.

      –Solo espero que «yo» no signifique «nosotros».

      –Por supuesto. Estipulé la condición de que no se te involucrara –algo que podría haber pensado desde un principio–. No es sobre nosotros, sino sobre mí. Cómo me recobro –el ceño de él se acentuó. Parecía expresar: «Di lo que tengas que decir y vete»–. Solo quería asegurarme de que estabas bien y contarte por qué oirás más de mí desde la emisora.

      –¿Bromeas? –bufó Dan–. Nunca más volveré a escuchar ese dial. ¿Comprendes que cada vez que vayas allí las cosas se removerán?

      –Zander piensa que alejará la atención de ti. Que la mantendrá en mí –como debía ser.

      –¿Zander?

      –Es el director de la emisora. Era su promoción.

      –Disculpa si no deposito mucha fe en alguien que idea una promoción semejante –comentó receloso.

      De alguna parte en su interior surgió el intenso deseo de defender a Zander.

      –Esto es responsabilidad mía, Dan. Intento arreglarlo de la mejor manera que puedo.

      –Lo sé. Lo siento. Haz lo que tengas que hacer, George –respiró hondo–. Y yo haré lo mismo para mantenerme al margen.

      Sonaba críptico, pero justo.

      –De acuerdo. Bueno, debería irme –entonces se le ocurrió que, posiblemente, no volvería a verlo jamás. Frunció el ceño–. No sé muy bien cómo despedirme de ti por última vez. No termina de encajar.

      Pero comprendió que eso era todo. Muy incómodo, pero en absoluto doloroso.

      Él se adelantó, se limpió la tierra de las manos y luego tomó la suya.

      –Adiós, George. No seas demasiado dura contigo misma. Nadie ha muerto con esto.

      No. Salvo esa parte que solía estar contenta consigo misma.

      –Cuídate, Dan.

      –Puede que nos veamos por aquí.

      Dio media vuelta y se marchó. Y todo ese capítulo de su vida se cerró a su espalda igual que las puertas hidráulicas del invernadero.

      Y seguía sin sentir dolor. Solo tristeza. Como perder a un buen amigo.

      ¿Era esa la razón por la que Dan nunca había querido que la relación fuera a más? La hermana de él siempre había insinuado que había algo importante en su pasado, pero él jamás lo había compartido y ella nunca había sentido que podía preguntarlo. Sintomático del motivo por el que no estaban hechos el uno para el otro. Dan no quería más porque en su interior no tenía más para dar. Y quizá ella tampoco. ¿Cuánto tiempo hubieran seguido de esa manera si ella no hubiera provocado el fin de la relación de forma tan sorprendente y pública?

      Se había sentido muy atraída hacia él porque era sólido y fiable, cualidades que hablaban de estabilidad, algo que apenas había tenido en su pasado. Pero jamás se había sentido arrebatada mientras lo esperaba en el despacho. Nunca se había sentido valorada por él como lo había hecho de pie detrás de un desconocido en un ascensor mientras la protegía de los ojos curiosos.

      Zander.

      Tan incompatible para ella como el que más; sin embargo, con unas pocas reuniones había agitado más emociones en su interior que el hombre con el que había planeado casarse.

      Todos motivos válidos para mantener la distancia emocional.

      Ya había tomado suficientes decisiones malas en base a lo que sus amigos o el resto del mundo hacían; necesitaba ahondar en su interior y ver qué era lo que quería hacer ella.

      Aunque le diera miedo mirar lo bastante hondo como para descubrir que ya no le quedaba nada.

      Capítulo 4

      Abril

      GEORGIA vio entrar a Zander por el rabillo del ojo, pero se concentró en no verlo. Igual que el resto de las mujeres, aunque por motivos diferentes.

      No había tardado en comprender que asistir sola era un error. Todas las demás mujeres estaban emparejadas con una amiga, por lo que ya se sentía como un fracaso. Costaba mucho iniciar cosas fuera de la zona de comodidad de una persona, pero emprenderlas sola…

      Volvió a mirar fugazmente a Zander.

      –Alors –el chef golpeó su tabla de cortar sobre la encimera unas cuantas veces para poner orden entre las alborotadas alumnas–. A sus sitios.

      Sin saber qué significaba eso, se guió por las otras participantes. Cada una acercó un taburete alto de un extremo de la cocina hasta el lugar que ocupaba. Dos mujeres estuvieron a punto de hacerse un esguince en un tobillo en su afán de conseguir el punto más próximo a Zander, quien con perspicacia ocupó el lugar más apartado en el fondo.

      Georgia esperó hasta el final y se encontró en el espacio más alejado de él. Llenó su vaso de agua antes de que alguien pudiera servirle vino de la botella de chardonnay que iba circulando y vaciándose con celeridad.

      Haberse