cierto es que, con destino o sin él, la arquitectura que el compositor construye a partir de un material aparentemente tan modesto resulta apabullante; para citar a Hans Swarowsky, la Quinta presenta una técnica motívica realmente nueva.
El primer movimiento es un Allegro con brio en forma sonata, expresado en compás binario y en la tonalidad de base de la obra. Las cuerdas y los clarinetes anuncian dos veces en fortissimo el motivo de cuatro notas (asumiendo el rol de primer tema), que posteriormente aparece en rápida alternancia imitativa en los violines segundos, las violas, los violines primeros y finalmente en todos los instrumentos.
Tras una solitaria repetición a cargo de los cornos, los violines primeros –con auxilio del primer clarinete y la primera flauta– exponen un segundo tema de características más serenas, sin perjuicio de que el motivo inicial sigue regresando, ominoso, en la cuerda grave.
Una vez más son los cornos quienes, enunciando nuevamente el tema del destino, dan paso a la siguiente sección del movimiento, la del desarrollo, en la que los temas son alternados y variados con la usual maestría; detalle de particular interés es la interpolación de una pequeña cadencia a cargo del primer oboe.
La reexposición, junto con algunas sorpresas musicales, nos lleva de regreso a ambos temas en su forma más reconocible, y el movimiento se cierra con una imponente coda.
El Andante con moto se encuentra en La bemol mayor y en compás ternario. Se trata de una doble variación, es decir, de dos temas que son sucesivamente variados. El principio de este movimiento lento, protagonizado por una melodía marcada dolce a cargo de violas y violonchelos en matiz piano, aporta el necesario contraste con el dramático Allegro inicial. Pero lo que parecía lírico se vuelve pronto heroico, luego dubitativo y nuevamente heroico, hasta llegar a la coda.
Es realmente notable comprobar cómo Beethoven puede elaborar con idéntico ingenio un motivo de escasas notas como el del primer movimiento (en definitiva, poco más que un intervalo de tercera) y una auténtica melodía de varios compases, casi schubertiana, como la que abre el movimiento lento.
El scherzo está planteado como un Allegro, inicialmente en Do menor y por supuesto en compás ternario. Lo primero que se escucha es un misterioso gesto ascendente inicial a cargo de los violonchelos y los contrabajos, reminiscente del primer tema del último movimiento de la Sinfonía Nº 40 de Mozart; de él se hace eco el resto de la orquesta y luego los cornos enuncian una serie de notas rebatidas en fortissimo, claramente derivadas del “motivo del destino”.
Esta secuencia se repite más de una vez, siempre en forma variada, hasta llegar al trío, en Do mayor y con una escritura contrapuntística inaugurada nuevamente por violonchelos y contrabajos.
El regreso a la sección principal plantea una novedad que en su momento seguramente sorprendió a muchos y escandalizó a algunos: una larga e inquietante transición en pianissimo por medio de la cual se pasa, sin solución de continuidad, del scherzo al movimiento final.
Este Allegro conclusivo, en Do mayor y compás cuaternario, resuelve los contrastes modales, tonales y caracteriales de los movimientos anteriores en una manifestación jubilosa del más genuino entusiasmo. Su inicio coincide con la aparición de las fuerzas instrumentales que Beethoven mantuvo en reserva a la espera de esta auténtica explosión sonora: es precisamente en este punto cuando flautín, contrafagot y trombones hacen su ingreso, sumándose al fortissimo del tutti.
Lo que se escucha aquí, plasmado en una variante de forma sonata, está pensado para no dejar impasible ni al más experimentado de los oyentes y evidentemente no es un capricho que buena parte del discurso musical se articule echando mano a la mayoría o a la totalidad de las fuerzas orquestales.
Un inesperado regreso del compás y del tempo del scherzo trae aparejado un no menos sorpresivo uso del tema de notas rebatidas que en el tercer movimiento presentaran los cornos (emparentado con el “tema del destino”). Pero esta inusual e inquietante digresión dura solo 54 compases, tras los cuales regresa triunfalmente el material propio de este Allegro final.
Posteriormente, un accelerando conduce a un tumultuoso Presto en compás binario –la enésima y última vez en la que el “motivo del destino” se deja oír, en esta oportunidad en el registro grave–, tras lo cual la pieza se cierra con una larga y asertiva serie de acordes de Do mayor.
Venerada como algo sagrado por compositores como Berlioz, Brahms, Bruckner, Chaikovsky, Liszt y Mahler, esta obra de proporciones homéricas sigue siendo hoy para millones de personas en todo el mundo una de las más genuinas expresiones del arte y de la personalidad de Beethoven.
Tras escuchar una buena interpretación de la Quinta no es inusual abandonar la sala de conciertos con la sensación de haber tomado contacto con la herencia espiritual de un gran hombre.
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