Rubén Dri

La utopía de Jesús


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actitud de típica contemplación.

      Ello le hará decir a Marx que “el defecto fundamental de todo el materialismo anterior –incluido el de Feuerbach– es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal” (primera tesis sobre Feuerbach).

      Esto significa que Marx, por una parte, valora el aspecto activo del conocimiento que el idealismo fue capaz de ver, pero lo critica en cuanto sólo vio un tipo de actividad abstracta, del espíritu, sin lograr captar la práctica sensorial. Pero, por otra, valora el materialismo en cuanto arraiga en lo concreto, en lo material, que penetra a través de los sentidos. Sin embargo, lo critica en cuanto no supo ver que los sentidos para captar el mundo deben realizar una práctica sobre él, y no mantenerse en una mera actitud receptiva o contemplativa.

      La concepción que elabora Marx es una síntesis superadora del idealismo y del materialismo anterior, en cuanto sostiene que el origen del conocimiento es la práctica total del hombre, es decir que los sentidos para captar el mundo deben ponerse en marcha, actuar sobre las cosas, obligándolas a revelar su secreto. Comienza, por lo tanto, con Marx un materialismo de nuevo tipo, no fácil de captar, que en el marxismo dogmatizado posterior habría de deslizarse nuevamente hacia el materialismo pre Marx, el que había sido criticado en las tesis sobre Feuerbach.

      Este materialismo parte de una determinada visión del hombre. Contra la concepción tradicional, de raigambre aristotélica, que consideraba al hombre como contemplativo, hasta el punto de colocar en la razón o nous la nota distintiva de superioridad sobre todos los demás seres, Marx considera que el hombre antes que nada es un ser activo, que en relación con la naturaleza está en una relación de actividad transformadora. Acertadamente, “filosofía de la praxis” denomina a este materialismo Gramsci.

      La conciencia, el conocimiento, se deriva como un segundo momento, siendo el primero la actividad creadora. Basta examinar el comportamiento de un ser humano en las primeras etapas de su vida para constatar que el conocimiento, la conciencia, se va formando paulatinamente a partir de la exploración activa que realiza el niño por medio de los sentidos, que va desde el tacto y la presión hasta la destrucción de los objetos.

      Sin embargo, es menester no entender esto en forma mecánica y desconectada, sino dialéctica e integrada. Esto significa que no se da primero una práctica desprovista absolutamente de todo tipo de conciencia, siendo esta última un producto mecánico posterior de aquélla. Desde el primer momento desde que se da la práctica, se da también un rudimento de conciencia, que la práctica aviva y hace crecer, y que refluye sobre la misma para corregirla, profundizarla o mejorarla. Práctica y teoría o práctica y conciencia no deben considerarse como dos elementos o actividades separadas, sino como dos polos de una totalidad que mutuamente se exigen y repelen.

      Para poderlo entender mejor, sería conveniente distinguir entre praxis, práctica y teoría. La praxis es un concepto englobante de los otros dos, siendo necesario considerar a los tres no en forma aislada, sino estructuralmente relacionados. La praxis en sentido riguroso designa al hombre mismo en contraposición a sustancia, alma, nous, pensamiento o existencia. Es decir, el hombre no debe ser considerado como una entidad estática, que ante el mundo se comporta de una manera contemplativa, a la espera de que se le revele, para reflejarlo con toda exactitud, sino como un ser activo transformador, creador.

      En ningún momento está el hombre por una parte y la naturaleza por la otra, como dos términos a conectarse después, sino que de entrada hombre y naturaleza aparecen como polos íntimamente conectados. La conexión, a su vez, no aparece primariamente como un conocimiento de la naturaleza por parte del hombre, sino como una acción del hombre sobre la naturaleza.

      El hombre no es un suppositum rationale, sino praxis, actividad creadora a la que le es inherente tanto la conciencia o teoría como la práctica, dos momentos que se comportan en forma polar. Ello significa que, por medio de una abstracción totalmente legítima y necesaria en su nivel, pueden separarse teoría y práctica, pero en realidad se dan ligadas en forma inescindible. La praxis responde entonces a la pregunta sobre la naturaleza del hombre. Podemos representar la praxis como una elipse cuyos dos polos están formados respectivamente por la práctica y la conciencia.

      A esta elipse, a su vez, es necesario concebirla en forma dinámica, o, mejor, histórica, siendo ambos polos los motores de tal dinamismo, al estar dialécticamente conectados en la totalidad de la praxis. Ésta va cambiando continuamente, se va modificando al compás de los vaivenes de los polos, poniendo en marcha la historia. Esto podría representarse así:

      Es menester señalar, sin embargo, que el origen de la conciencia está no sólo en los sentidos, sino en la práctica sensorial, práctica más sentidos. El origen completo de los conocimientos está en “la totalidad de la acción con respecto a la cual la percepción sólo constituye la función de señalización”.[27] Con lo cual tenemos que propiamente habría que hablar de origen perceptivo y no sensorial de los conocimientos, teniendo en cuenta que la percepción es una totalidad en la que la acción tiene el papel hegemónico.

      Estos principios epistemológicos tienen gran importancia para la elaboración teológica. Si se acepta la concepción materialista pre Marx, no hay espacio alguno para la teología. La revelación no puede tener lugar allí donde los sentidos y sólo ellos son la fuente del conocimiento. Pero, de hecho, todas las realizaciones culturales elevadas tendrían el camino bloqueado.

      Si se adopta la posición idealista, como ha sido el caso de la teología tradicional a partir de la patrística, la revelación sólo se refiere al ámbito espiritual, rozando el material sólo accidentalmente; viene de arriba hacia abajo –jerarquía– y acontece en lo inmutable, es ahistórica. La revelación se hace de una vez para siempre, independientemente de los acontecimientos históricos. Por todo ello se puede condensar en un catecismo.

      Es necesario tener en cuenta que la fe siempre implica adhesión a determinados símbolos, por ejemplo, Dios. Ahora bien, en la interpretación idealista estos símbolos nunca son cotejados con la práctica que, de hecho, expresan. Se transmiten de una cultura a otra, sin sentido crítico, de una manera mecánica. Así, el pan que se utiliza para la eucaristía, que en una cultura en la que es un alimento básico tiene una significación bien precisa, es trasladado mecánicamente a culturas que ni siquiera lo conocen.

      De acuerdo con la posición de la filosofía de la praxis, la revelación se da en la práctica. Ello significa que se da en la significación de la práctica, por ejemplo, en las curaciones de Jesús y en la multiplicación de los panes. Para interpretar la revelación, en consecuencia, es necesario realizar una lectura de signos. La revelación viene de abajo, como el germen o el fermento. Se encuentra en la práctica del que está abajo, del oprimido, del pobre, y siempre está históricamente situada. La práctica se da en la historia. Ello implica que la revelación exige una búsqueda y construcción constantes.

      2. HOMBRE Y SOCIEDAD[28]

      El hombre es un ser esencialmente social. Ello dignifica que pertenece a su esencia, al mismo hecho de ser hombre, el pertenecer a una sociedad, fuera de la cual tiende a regresar al seno de la animalidad.

      En las sociedades precapitalistas esto nunca ha sido puesto en duda, ni podía serlo, por cuanto el hombre siempre vivió inmerso en estructuras fuera de las cuales no podía concebirse a sí mismo. La tribu o clan primitivos, la polis griega, el feudo o la corporación medieval, eran estructuras en las que los hombres se sentían como seres comunitarios. “Cuanto más lejos nos remontemos en la historia, tanto más aparece el individuo... como dependiente y formando parte de un todo mayor.” [29]

      Esto es tan cierto que si retrocedemos hasta las sociedades comunistas primitivas, notaremos que no tienen noción de individuo. Lo que existe es el todo, la comunidad, fuera de la cual los individuos no tienen sentido: esto ha sido claramente destacado por